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Parisi: La radicalidad del sentido común
Foto: Agencia Uno

Parisi: La radicalidad del sentido común

Por: Marcelo Trivelli | 22.11.2025
La verdadera radicalidad del siglo XXI no está en las consignas ni en las doctrinas. Está en la capacidad de expresar lo que el país siente antes de que la élite redacte el análisis. En esa habilidad, Parisi tiene algo que nadie más tiene: olfato. Y eso -ni más ni menos- explica sus 2,5 millones de votos y sus catorce diputados electos.

La reciente elección presidencial dejó en evidencia algo que buena parte del sistema político no quiere ver: Franco Parisi no es un accidente estadístico ni un desahogo pasajero. Con casi 20% de los votos -2,5 millones de personas- quedó a un paso de disputar la segunda vuelta. Cuando afirmó que “si las encuestas hubieran medido bien, habría pasado”, muchos se rieron. Pero lo cierto es que tiene razón: en Chile las encuestas no observan la realidad, la fabrican, y esta vez fabricaron mal.

Desde el domingo, los mismos analistas que fallaron en anticipar su ascenso intentan explicarlo con las categorías de siempre: voto “anti-élite”, “anti-partidos”, “antipolítico”, “de protesta”. Son etiquetas cómodas, porque permiten mantener intacta la ilusión de que todo sigue bajo control. Pero no explican nada. Parisi no representa el enojo: representa el sentido común que la política dejó de escuchar.

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Mientras la izquierda radical y la derecha radical compiten por quién grita más fuerte desde los extremos, Parisi se instaló en el centro emocional del país. No en el “centro político”, esa abstracción sociológica, sino en el terreno donde se juega lo cotidiano, lo que se toca, lo que duele.

Su eslogan espontáneo -“Ni facho ni comunacho”- no es un chiste: es un diagnóstico. Es la frase de un país que desconfía de todos, que no se siente representado por nadie y que sospecha, con razón, que las soluciones ofrecidas siempre llegan tarde o nunca llegan. Como diría Bombo Fica: “Sospechosa la wea”.

Parisi habla distinto. No porque sea más profundo, sino porque dejó de hablarle a la élite. Su profundidad es cultural, no académica. Lo demuestra la frase que lanzó en el foro minero:

“Muchas veces se dice ‘mira los tremendos sueldos que tienen’. Sí, ojalá que ganen más. A mí me encanta que les vaya bien a los mineros, ojalá que se compren una camioneta más grande, ojalá que enchulen a la vieja si quieren, porque ellos todo el día están preocupados de cómo vivir”.

Para algunos esto es populismo vulgar; para millones, es exactamente cómo se conversa en la vida real. Esa distancia -la que separa el debate televisivo de la sobremesa- es donde Parisi gana.

En migración, la diferencia es igual de nítida. Mientras los demás candidatos compiten por matices, Parisi remata con una frase imposible de ignorar: “Nunca más un extranjero va a estar primero en la línea para casa, colegio, salud, luz y seguridad.” No habla de fronteras ni de tratados: habla de “la fila”.

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De la injusticia percibida; de la sensación de que el esfuerzo paga menos para unos que para otros. El norte votó por él no sólo por este discurso, sino por la misma lógica: decir sin rodeos lo que todos comentan fuera de cámaras y que ningún candidato tradicional se atreve a decir frente a ellas.

Y cuando Parisi propone medidas, no ofrece sistemas complejos ni modelos teóricos. Su promesa estrella -eliminar el IVA a los medicamentos y devolverlo mensualmente- no requiere seminarios ni comisiones. Es simple. Es inmediata. Es entendible. Eso que la política perdió hace años.

No es casual que su programa hable del “país de los olvidados”. La frase es cursi, pero funcional: resume una realidad que la élite describe como “malestar social” mientras la vive como una molestia pasajera.

Llamar “radical” a Parisi es un error conceptual. Radicales son quienes se atrincheran en ideologías fósiles. Parisi no es radical: es literal. Dice lo que piensa. Piensa lo que dice. Y lo dice como habla la gente común. Esa honestidad brutal -que puede parecer irresponsable, simplista o incómoda- es exactamente lo que hoy mueve votos en todo el mundo.

La verdadera radicalidad del siglo XXI no está en las consignas ni en las doctrinas. Está en la capacidad de expresar lo que el país siente antes de que la élite redacte el análisis. En esa habilidad, Parisi tiene algo que nadie más tiene: olfato. Y eso -ni más ni menos- explica sus 2,5 millones de votos y sus catorce diputados electos.

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