El orden y el desorden internacional
Las normas que han regido durante años el funcionamiento del comercio internacional se ven enfrentadas hoy en día a la posibilidad del caos o de una alta cuota de variabilidad como consecuencia de los cambios arancelarios decretados unilateralmente por el Presidente Trump. En esas circunstancias el mundo busca, con lentitud pero con alta sensatez, las normas que deben mantenerse y/o modificarse para que el mundo siga funcionando en forma relativamente ordenada.
Estados Unidos ha dejado en claro que se arroga el derecho de imponer, en el comercio con otros países, los aranceles y las normas que se le antojen, y de modificarlas en forma inconsulta y radical de acuerdo a consideraciones de coyuntura cuyo sentido y racionalidad no siempre es comprensible.
Pero el resto del mundo no puede funcionar -ni a corto ni a largo plazo- con la misma actitud. Si todos los países de la economía actuaran de la misma forma, haciendo cada uno lo que buenamente le parezca, el comercio internacional caería en un profundo y prolongado caos, que no traería nada bueno a ninguno de sus participantes, y mucho menos a un país pequeño como Chile.
Por ello es importante que, aun cuando se modifique el comercio con Estados Unidos, el comercio entre el resto de la comunidad internacional se mantenga apegado a las normas que lo han regido durante las últimas décadas, o a otras que el conjunto de la comunidad internacional considere pertinentes, pero evitando a toda costa que el caos pase a reinar, en el comercio en particular, y en el conjunto de las relaciones internacionales en general.
La mantención de las normas preexistentes se convierte, por lo tanto, hoy en día, en una defensa de todos y de cada uno de los países, evitando un caos que a nadie beneficiaría. En concreto ello significa que los tratados bilaterales o multilaterales de libre comercio, firmados entre pares o entre grupos de países, deben ser respetados.
Los TLC han sido objeto de críticas en ciertos sectores, en la medida en que algunos de esos tratados –no todos– tendían a fortalecer una división internacional del trabajo en la cual los países menos desarrollados, como Chile, se veían inducidos a seguir como productores de bienes primarios y/o de bajo grado de manufacturación y como importadores de los bienes de un más alto nivel tecnológico, dificultando en esa medida los posibles y deseados procesos de industrialización.
Pero, aun cuando aquello fuese verdad, las vicisitudes de la historia, que hay que saber leerlas, llevan hoy en día a los países en desarrollo a mantener y hacerse fuertes cobijándose en esos instrumentos legales internacionales. Denunciarlos, desahuciarlos, o patear la mesa, por parte de uno o varios de ellos, los podría llevar a una negativa y peligrosa situación de aislamiento, sin afectar en forma sustantiva al conjunto del sistema, como no fuese en agregar una cuota adicional de caos.
Dichos tratados se han convertido en un mal menor, y los males menores siempre, en todos los órdenes de la vida, son mejores que lo males mayores. Ya llegará en su momento del futuro, la oportunidad de renegociarlos de modo de eliminar o reducir los aspectos que no se consideren beneficiosos. La negociación y/o renegociación son parte licita y usual del orden y la legalidad internacionales. Solo el unilateralismo es ilícito y peligroso. En todo caso, en el presente o en el futuro cercano, solo hay que firmar nuevos TLC que tengan muy en cuenta, para no repetirlos, los aspectos más críticos o complicados de los TLC anteriores.