El orden neoliberal autoritario en Chile
Es cierto que el término neoliberalismo ha sido ampliamente utilizado, al punto de que en muchos espacios ha perdido parte de su fuerza explicativa. En ciertos sectores de la izquierda se transformó en un concepto paraguas donde parecían caber todos los males que hoy experimentamos como sociedad. Empero, en esta columna intento recuperar su sentido analítico para sostener una tesis concreta: más allá de quién resulte electo en las próximas elecciones, Chile continúa bajo un régimen neoliberal de carácter autoritario.
Esa es la idea que busco desarrollar a continuación. Y conviene aclarar que afirmar el carácter autoritario del neoliberalismo no constituye una novedad teórica. No pretendo descubrir nada que los intelectuales críticos no conozcan. Sin embargo, en tiempos electorales, vale la pena volver sobre este asunto, porque suele quedar relegado en medio de la propaganda y los cálculos políticos. Recordarlo es un acto de lucidez ante lo que está en juego hoy.
Teniendo a la vista lo anterior, el neoliberalismo chileno no constituye una economía de libre mercado, sino un régimen de dominación económica jerarquizado, administrado por una élite empresarial y política que concentra el poder en unos pocos conglomerados financieros.
Se podría sostener que se trata de un capitalismo oligárquico, cuyo carácter autoritario se enmascara tras el discurso de la eficiencia y la libertad económica. En realidad, el mercado chileno no se autorregula: se encuentra regulado por los grupos económicos que heredaron el modelo instaurado por la dictadura civil-militar y perpetuado por los gobiernos de centroizquierda y centroderecha posteriores.
Desde una mirada sociológica, este orden neoliberal autoritario debe entenderse como un sistema de poder que articula las relaciones sociales a través de la subordinación. El Estado se transforma en un aparato subsidiario que garantiza la acumulación privada del capital, mientras disciplina a las clases trabajadoras mediante la precarización del empleo, el endeudamiento estructural y la fragmentación del tejido social. Así, el neoliberalismo chileno funciona como una tecnología política que organiza la desigualdad y legitima la concentración económica en nombre de la libertad individual.
Entonces, los actuales candidatos presidenciales José Antonio Kast y Johannes Kaiser representan la cristalización de este proyecto histórico de tipo autoritario. Su discurso busca radicalizar el modelo, en el cual se pueden observar algunos elementos que lo caracterizan:
Promueven la defensa de la propiedad privada como valor supremo
La represión del disenso social
La moralización de la desigualdad bajo la retórica del mérito
En su visión, el orden económico debe estar protegido de cualquier amenaza democratizadora, ya sea sindical, feminista o ambiental. Esta es, en definitiva, a mi juicio, la ambición de la derecha radical chilena: obtener el control político total del Estado para blindar los privilegios de las corporaciones que sostienen el régimen.
Este punto me parece fundamental, porque las derechas chilenas detentan, en la práctica, el poder total. No vivimos en un sistema socialista, ni el gobierno actual ha impulsado políticas de expropiación. Por el contrario, todo indica que las estructuras económicas y mediáticas permanecen firmemente bajo control de los grandes grupos empresariales. La economía, como ya mencioné, es capitalista y jerárquica, y los principales medios de comunicación operan dentro de ese mismo marco ideológico.
Con todo, las derechas insisten en construir enemigos imaginarios para sostener su discurso. Recurre constantemente al argumento de que el Partido Comunista apoya a Cuba, Venezuela o a las llamadas dictaduras latinoamericanas, como si esa retórica tuviera todavía alguna eficacia real. En rigor, la supuesta injerencia venezolana, cubana o china en Chile carece de fundamento. El Partido Comunista participa dentro del sistema democrático y parlamentario; no ha promovido una revolución proletaria ni ha cuestionado la legalidad institucional.
Como señalan algunos estudios, entre ellos los del historiador Marcelo Casals, persiste en las derechas chilenas un anticomunismo anacrónico, anclado en los temores de la Guerra Fría y la década de 1980. Ese imaginario, más que una descripción del presente, funciona como un recurso simbólico para cohesionar a su electorado y justificar su proyecto político. De ahí que muchas de sus críticas parezcan desmedidas o fuera de contexto.
Ahora bien, esto no implica negar los errores del gobierno, especialmente en materia de seguridad. La gestión deficiente del orden público ha ofrecido a la derecha un argumento eficaz para promover su agenda de más policía, más control y mayor restricción migratoria. No obstante, dentro de la propia derecha se advierten contradicciones reveladoras.
Por ejemplo, Antonio Walker ha sostenido la necesidad de incorporar más trabajadores migrantes para sostener la industria, mientras Johannes Kaiser exige cerrar las fronteras. La reciente revelación de que la esposa de Kaiser colaboraba en una fundación que apoyaba a inmigrantes irregulares evidencia el grado de incoherencia de su discurso.
En el fondo, todas estas tensiones son secundarias. Lo que verdaderamente importa a las derechas -en todas sus versiones- es preservar el modelo de mercado autoritario. Ese es el núcleo doctrinario que une a liberales, conservadores y radicales. Más allá de sus diferencias retóricas, todos coinciden en mantener intacto el orden económico heredado de la dictadura.
Sin perjuicio de esto, por otro lado, la paradoja chilena radica en que gran parte de la población aún cree en la ilusión del libre mercado. Las personas perciben la competencia como una vía de ascenso social, cuando en realidad la movilidad depende de redes informales, contactos personales y “pitutos” que reproducen las mismas jerarquías que el sistema dice superar (Los estudios sociológicos de la académica francesa Emmanuele Barozet lo confirman). Este aspecto es económico y también cultural: la ideología neoliberal ha internalizado la desigualdad como orden natural, despolitizando el conflicto y desplazando la idea de justicia hacia el terreno de la moral individual.
Digamos, por último, que el neoliberalismo chileno es una forma de gubernamentalidad autoritaria que coloniza las subjetividades, reproduce las jerarquías sociales y perpetúa la concentración del poder. Bajo su aparente “pluralismo”, se esconde una estructura profundamente excluyente, que niega la igualdad como principio social y transforma la democracia en un ritual administrativo al servicio de los grandes grupos empresariales.