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No es solo la elección del gobierno, es la elección de la democracia
Foto: Agencia Uno

No es solo la elección del gobierno, es la elección de la democracia

Por: Rodrigo Gangas | 14.11.2025
Más que una elección, lo que está en juego es la redefinición del contrato político y ético obre el cual descansa nuestra convivencia. Tal vez la verdadera encrucijada no esté solo en las urnas, sino en la disputa simbólica para definir qué valores seguirán guiando nuestra vida democrática.

El régimen político no es solo una estructura de poder o un conjunto de instituciones; es, ante todo, la expresión concreta de las convicciones y principios que una comunidad decide institucionalizar. En él se materializan reglas, procedimientos y acciones que orientan la convivencia política, delimitando los márgenes dentro de los cuales los actores pueden interactuar.

Cuando hablamos de estos, nos referimos a aquellos elementos que identifican a una comunidad política, que construyen pertenencia y dan sentido a la acción colectiva, y que son aceptados y legitimados por la mayoría de manera consensuada, permitiendo que se mantengan y refuercen con el tiempo.

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En este sentido, la democracia no solo es un sistema electoral, sino una forma de vida compartida que representa principios como el respeto y tolerancia respecto de otros, la libertad e igualdad de las personas, y la promoción y fortalecimiento de los derechos humanos, valores que se fueron consolidando en los últimos cuarenta años después de la dictadura. En estas cuatro décadas, estos principios constituyeron el marco de acción del sistema político chileno, y los actores, en mayor o menor medida, asumieron ese marco como los límites a respetar en el sistema.

Si bien las elecciones son un rasgo natural de la democracia liberal representativa, el escenario político-electoral actual, nos ubica frente a un fenómeno más profundo y complejo que una simple competencia por el poder, o cambio de autoridades gubernamentales y parlamentarias, es un cambio en las creencias y normas que formaron parte de la base de convivencia democrática de las últimas décadas.

La encuesta CEP de octubre 2025 ofrece señales claras de este proceso. En el apartado respecto de la percepción sobre la democracia -es decir, sobre el propio régimen político- y la valoración de las instituciones, se observan señales preocupantes, que si bien siguen siendo minoría hoy tienen una expresión concreta en las próximas elecciones.

Ejemplo de ello es que tres de las primeras cuatro instituciones que representan mayor confianza en los chilenos son parte de la fuerza policial del Estado (carabineros, PDI y FF. AA), lo que no deja de extrañar ya que solo hace seis años informes internacionales evidenciaron sistemáticas violaciones a los DDHH durante el Estallido Social por parte de algunas de estas mismas instituciones. Al mismo tiempo, las instituciones propias de la democracia, como el Congreso y los partidos políticos, son las menos valoradas por la ciudadanía.

A su vez, casi un 50 % de los consultados en el mismo sondeo está de acuerdo con un régimen autoritario (preferible incluso en algunas circunstancias) o bien no le parece relevante la distinción entre democracia y autoritarismo.

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Peor aún, un 32% estaría de acuerdo con un gobierno sustentado en la existencia de un líder fuerte sin congreso ni elecciones, elementos básicos de una democracia liberal. Principios como la libertad, la igualdad, y el respeto y promoción de los derechos humanos parecen haber perdido centralidad o, al menos, se encuentran cuestionados. Este desplazamiento no es menor: implica repensar las bases que sostienen nuestro pacto democrático y preguntarnos si la comunidad política chilena sigue compartiendo los mismos ideales que alguna vez hicieron posible la reconstrucción de la democracia.

Las constantes alusiones por parte de los candidatos desde la centroderecha a la derecha radical, cuestionando aquellos principios que se habían establecido como acuerdos básicos, nos colocan una luz de alerta sobre los alcances de la próxima elección.

El cambio desde un régimen democrático a uno autoritario puede ser violento y traumático, pero también de lento e imperceptible, y para ello se requieren mecanismo que van desde la violencia física hasta la construcción mediática de discursos de odio que cuestionan la democracia y sus principios. La avanzada de la ultraderecha en Chile y el mundo, da cuenta de este fenómeno, privilegiando la seguridad por sobre la libertad, retrocediendo en derechos sociales e incluso tratando de reescribir la historia en torno a los DDHH y su resguardo, por ejemplo, al proponer indultar a quienes han sido condenado por violaciones a los DDHH en el pasado.

Esto es parte del continuo relato refundacional de la derecha al que los medios de comunicación y redes sociales les han otorgado amplia difusión. La historia ya nos mostró los resultados de estos fenómenos cuando los regímenes fascistas del siglo XX alcanzaron el poder con trágicas consecuencias. 

Más que una elección, lo que está en juego es la redefinición del contrato político y ético obre el cual descansa nuestra convivencia. Tal vez la verdadera encrucijada no esté solo en las urnas, sino en la disputa simbólica para definir qué valores seguirán guiando nuestra vida democrática. Para esto, el camino es más largo y complejo e implica un ejercicio educativo y de resocialización para comprender que el avance las sociedades significa más que seguridad y crecimiento económico, implica la construcción de una sociedad más inclusiva y respetuosa de los derechos de las personas. Es decir, implica más democracia.

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