El Congreso ausente
Hace apenas tres semanas, la indignación fue total y transversal. Una sesión de la Cámara de Diputadas y Diputados fracasó porque cerca de 100 parlamentarios, simplemente, no llegaron a trabajar. Es una cachetada a la ética, al compromiso y, peor aún, a quienes los eligieron. Pero si ese hecho ya es un síntoma de desconexión, la realidad semanal del Congreso no hace más que confirmar la enfermedad.
La semana pasada, por ejemplo, la Cámara Baja sesionó solo lunes y martes. ¿El miércoles? Día libre por decisión propia. ¿Jueves y viernes? Son días que no se sesiona. Y para colmo, también el martes, la Comisión de Salud de la Cámara de Diputadas y Diputados fracasó por falta de quorum. Sólo se necesitaban cuatro diputados. Sí, leyó bien, no había ni si quiera cuatro diputados.
La instancia, en la que estaba la ministra Ximena Aguilera, debía revisar la reforma a la Ley Ricarte Soto para entregar más recursos para enfermedades de alto costo. Y las sesiones de Economía, Personas Mayores y Trabajo se suspendieron.
La pregunta es obvia: ¿para qué fueron electos? La ciudadanía los escogió para representar y defender sus intereses, no para un horario de oficina a tiempo parcial.
El Senado, lamentablemente, no se queda atrás en esta carrera por la inasistencia. Si bien su agenda regular ya es estrecha, con sesiones de sala solo martes y miércoles, esta semana también fracasó la Comisión de Constitución. De nuevo no hubo quorum y el proyecto que se discutiría no era menor: Una modificación al Código Penal para establecer agravantes en caso de delitos cometidos en contra de dirigentes de juntas de vecinos.
Esto es simplemente vergonzoso, pero no es algo nuevo. La escasez de tiempo en trabajo legislativo se traduce directamente en una excesiva y peligrosa demora en la tramitación de iniciativas legales cruciales para la seguridad y la convivencia del país. Las reglas de uso de la fuerza, infraestructura crítica y la seguridad municipal, por nombrar solo tres ejemplos urgentes, están estancados o con un avance que no se condice con la urgencia que tienen, presos de una agenda legislativa escuálida y de una falta de voluntad política evidente.
Si el argumento es la falta de tiempo, la respuesta es simple: ¡sesionen más días a la semana! ¡Trabajen como todos los chilenos, de lunes a viernes! Para defender a la ciudadanía se necesita compromiso innegociable, no solo palabras bonitas y fotos de campaña. Para eso están: para defender a quienes hoy se sienten desprotegidos ante la delincuencia, la crisis económica y un Estado que no da respuestas.
Y si la réplica es que están "en terreno", aunque ese argumento pueda tener algo de verdad ahora, la realidad de los últimos tres años es que nadie sabía dónde andaban. Al menos, esa es la sensación palpable en el Distrito 10, donde los vecinos con los que he conversado me repiten una y otra vez algo que es doloroso: "Por favor, no nos abandone si sale electo". Esta frase es la confirmación más dura: al final, nadie los defiende ni en el Congreso ni en las calles.
La clase política tiene la obligación moral y legal de dar el ejemplo. ¿Cómo pedimos responsabilidad ciudadana si no somos capaces de cumplir con la nuestra? ¿Cómo la política no va a estar desconectada de la ciudadanía si sus representantes no recorren las calles y, peor aún, tampoco están legislando en el Congreso?
La desconexión es el abismo que separa a los electos de sus electores, y la falta de trabajo es el cemento que lo solidifica. Este año, más que nunca, es una oportunidad para que la ciudadanía tome nota de esta doble ausencia: la de la sala de sesiones y la del territorio. Es hora de votar por quienes realmente tenemos el compromiso de defender a la ciudadanía, de trabajar de lunes a lunes y de poner las urgencias del país por encima del descanso personal.