Patriotismo sin dignidad es servidumbre
Mientras la derecha chilena levanta banderas y canta himnos, se inclina ante las potencias que dictan su política exterior. En nombre del “patriotismo” justifican el silencio, la sumisión y la dependencia. Pero amar a Chile no es callar frente al poder: es defender su soberanía, su dignidad y a su pueblo.
En Chile, la palabra “patriotismo” ha sido usada y abusada hasta vaciarla de sentido. La derecha política, que tanto se envuelve en banderas y desfiles, suele olvidar que el amor al país no se mide por discursos encendidos ni símbolos patrios en la solapa, sino por la defensa concreta del pueblo, de su soberanía y de sus recursos. Y en eso, la historia reciente los delata una y otra vez.
En 2018, durante una reunión en la Casa Blanca, Sebastián Piñera mostró a Donald Trump una imagen donde la bandera chilena aparecía dentro de la bandera de Estados Unidos. Lo dijo sonriente: “Chile está en el corazón de Estados Unidos”.
La escena parecía un chiste diplomático, pero el gesto fue brutalmente simbólico: un Presidente de la República colocando nuestra bandera -la de O’Higgins, Recabarren y Allende- dentro de la del país que más ha intervenido en América Latina. No al lado, no en igualdad, sino adentro, como si Chile fuera un apéndice agradecido del poder norteamericano. Ningún acto revela mejor el tipo de patriotismo que profesan: el del subordinado que confunde sumisión con diplomacia.
No fue el único episodio bochornoso. Este año 2025, Mauricio Macri reveló que Donald Trump, en tono de broma, le había sugerido “invadir Chile para que Argentina tuviera salida al Pacífico”. En cualquier gobierno con sentido de dignidad, semejante declaración habría provocado un rechazo inmediato y transversal. Pero la derecha chilena, tan rápida para hablar de soberanía cuando se trata de Cuba o Venezuela, guardó silencio. Ninguna figura de peso levantó la voz para defender la dignidad nacional frente al exmandatario argentino o frente a los Estados Unidos. El silencio, una vez más, fue una forma de sumisión.
Esa actitud revela lo que realmente entienden por patriotismo: una mezcla de miedo y servilismo. Son los mismos que advierten que Chile “no debe molestar” a Estados Unidos ni a Israel, porque “somos un país pequeño”. Dicen que los conflictos del mundo no son nuestro problema, pero se apresuran a condenar a pueblos hermanos cuando luchan por su soberanía. Frente a las potencias se inclinan, pero frente a quienes consideran débiles o “menos que Chile” levantan el dedo moralista. Esa es la verdadera escala de valores de quienes hablan de “patria” desde la comodidad de los poderosos.
La historia también enseña que el patriotismo puede ser usado como arma por quienes ejercen el poder. Así lo hicieron Hitler y el fascismo en Alemania, cuando transformaron el amor por el país en una excusa para odiar, obedecer y destruir. Se hablaba de defender la patria, pero en realidad se exigía obediencia ciega y se perseguía a quienes pensaban distinto.
Con banderas, himnos y discursos sobre la grandeza nacional, lograron que millones confundieran patriotismo con sumisión. Esa manipulación del amor por la patria en nombre del miedo es el mismo camino que hoy recorren quienes hablan de “orden” y “orgullo nacional” mientras se inclinan ante las potencias extranjeras.
En los últimos años, figuras como José Antonio Kast y Evelyn Matthei han mostrado un tipo de “patriotismo” que se arrodilla frente a las potencias. Kast criticó al presidente Boric por “provocar” al gobierno de Estados Unidos, sugiriendo que Chile debía actuar con cautela para no incomodar a Washington. Esa idea de que el país debe medir cada palabra por temor a molestar al poderoso no es patriotismo: es dependencia disfrazada de prudencia.
Matthei, por su parte, ha sido incapaz de condenar con claridad la masacre del pueblo palestino. Prefiere hablar de “moderación” o de “mantener el marco diplomático”, evitando toda crítica directa a Israel, aunque la evidencia del horror sea innegable. Ambos representan una derecha que confunde respeto con obediencia, y que cree que ser un país pequeño implica callar ante las injusticias de los grandes.
El patriotismo no consiste en rendir pleitesía al más fuerte, sino en sostener la cabeza en alto incluso cuando se es un país pequeño. La dignidad no depende del tamaño del territorio, sino del coraje de su pueblo. Un pueblo digno no se arrodilla ni por miedo ni por conveniencia; defiende su independencia, su voz, su historia y su derecho a decidir. Eso es amar la patria.
El verdadero patriotismo no está en el palco de las Fuerzas Armadas ni en los cócteles de embajadas. Tampoco se reduce a cantar el himno o a ensalzar tradiciones vacías como el rodeo o las carreras de galgos. Ser patriota no es repetir gestos folclóricos ni celebrar símbolos, sino cuidar la vida, la justicia y la dignidad de quienes habitan esta tierra. Está en el trabajador que cuida la tierra, en la mujer que sostiene la vida cotidiana, en los pueblos que defienden el agua y la memoria. Está en quienes se levantan con dignidad frente a los que prefieren inclinarse ante el poder extranjero para conservar privilegios.
Hoy, frente a un mundo donde la palabra “patriotismo” vuelve a ser manipulada por quienes se subordinan a los que mandan, debemos recuperar su sentido más noble: amar la patria es amar al pueblo. No hay patria sin dignidad, ni dignidad sin soberanía. Y no hay soberanía cuando el miedo dicta nuestras decisiones internacionales o cuando se acepta que la voz de Chile debe ser un eco de Washington o Tel Aviv.
El desafío es recuperar la palabra “patriotismo” de este secuestro y devolverla al pueblo, a la tierra y a la historia. Que vuelva a significar justicia, trabajo, cultura y memoria viva. Que vuelva a escucharse en la voz de quienes resisten, en las manos que trabajan, en los ojos que no bajan la mirada ante ningún imperio. Porque el patriotismo verdadero no se arrodilla ni se declama: se vive con dignidad.
Porque amar al pueblo también significa no odiar a quien piensa distinto. No se construye un país más justo desde el rencor, sino desde la convicción profunda de que nadie sobra. El patriotismo verdadero no divide ni señala: tiende la mano, escucha, aprende y resiste con ternura.
Amar a Chile es creer que incluso en medio de nuestras diferencias podemos reconocernos en algo común: el deseo de vivir con dignidad.