
Cuando se culpa al necesitado
El autoritarismo avanza en el mundo. Con él, el fantasma que hoy recorre el planeta es el de la xenofobia y el nacionalismo. Creo que cada uno, desde el lugar que ocupa, puede contribuir a resistir este avance autoritario.
El reciente éxito del autoritarismo, liderado por la derecha a nivel global, se debe a dos factores. Uno, que identifican correctamente los malestares que nos aquejan. La derecha nos dicen que falta trabajo, que la vida es muy cara y que la inseguridad no permite que uno pueda caminar tranquilo. La salud y la educación no cumplen con nuestras expectativas. La gente trabajadora no puede salir adelante. Cualquiera que parta de este diagnóstico, parte bien.
El segundo punto que explica el avance autoritario es el más importante. Aquí es donde reside la auténtica amenaza que representa la derecha global: en lo que ellos señalan e identifican como las causas de nuestros males.
Para ilustrar este punto, es mejor partir con un ejemplo reciente. Hace algunos días el Vicepresidente de EEUU, JD Vance, dijo que los estadounidenses que van a urgencias han experimentado largas horas de espera. Y que eso es injusto y que algo se debe hacer al respecto. Hasta aquí bien.
Pero acto seguido dijo que el problema se debía a los indocumentados que se atendían en urgencias. Personas que, según él, ni siquiera “hablan inglés”. Según Vance, los indocumentados son los culpables de que los ciudadanos estadounidenses estén encontrando dificultades y demoras en la atención de salud. En su visión el problema son ellos, los pobres y los más vulnerables.
Si uno quiere entender por qué en el mundo se está dando un giro hacia la derecha autoritaria y xenófoba, hay que mirar lo habilidoso que han sido en encontrar un chivo expiatorio para los males que nos aquejan. Los seres humanos, justificadamente, nos inclinamos hacia la evidencia empírica al momento de evaluar el mundo.
Esto significa que la información que obtenemos a través de los sentidos ocupa un lugar preferente en nuestros esquemas cognitivos. Lo que vemos allí, frente a nuestros ojos, lleva más peso que una proposición abstracta. El éxito de la derecha descansa sobre este hecho.
El chivo expiatorio, el que es señalado como el culpable de nuestros males es el otro–pero no cualquier otro, sino el otro necesitado, el que no tiene, el que vive en carencia. La culpa de nuestros males, nos dicen, es que hay un otro que busca y compite conmigo por los mismos escasos bienes. El mismo puesto de trabajo. La misma vivienda. El problema de todo es el otro que se ve distinto a mí. El que tiene un color de piel diferente. El que nació en otro país.
Los dividendos políticos que se obtienen al señalar a ese otro como culpable son enormes. Esto se debe a lo fácil que es comprobar empíricamente que hay un otro haciendo todo aquello de lo que se les acusa. ¿El extranjero que me quita el puesto de trabajo? Pues lo veo todos los días en el metro o en la micro. Si me dicen que hay escasez de vivienda y un acceso lento a la salud porque hay un otro que está delante de mí, estorbándome, no cuesta mucho comprobar que eso es así, pues lo veo con mis ojos.
Pero estas son distracciones. Como un acto de prestidigitación, nos ocultan la verdadera raíz de los males. Esa raíz es la existencia de los oligarcas y aquellos que acumulan riqueza. Tomemos, por ejemplo, a Elon Musk (aunque cualquier otro oligarca sirve de ejemplo). Aunque Musk ya ha amasado una fortuna francamente injustificable (supera los quinientos mil millones de dólares), nadie en la derecha dice nada. Para algunos, la causa de nuestra escasez no es el que tiene demasiado, sino el que tiene poco.
El que acusa al necesitado se aprovecha de nuestro sesgo empírico para avanzar una agenda política que protege a los privilegiados. Esta es la gran ventaja de la segregación. Aunque es cierto que los sectores privilegiados buscan preservar un sentido de exclusividad segregandose, la verdadera ventaja de la segregación es mucho más perniciosa.
Esta ventaja es que la segregación les permite vivir lejos de nuestros ojos. Pasan a ser, muchas veces, seres abstractos, lejanos. Ellos están allá afuera, en su mundo, lejos de aquí. Su mundo no es mi mundo. De esta forma, se protegen del sesgo empírico y logran ocultar sus responsabilidades.
Es fácil pensar que si no tienen incidencia en mi día a día, entonces no son responsables por la precaridad del sistema de salud. Si un sector político te señala a una persona de carne y hueso como culpable y en contraste, otro sector te habla de personas que nunca hemos visto en la vida diaria, seres que son, en un sentido metafórico, fantasmagóricos, no es difícil entender a quién es más fácil creerle.
Hay que resistir esto. La tarea no es sencilla, pero es importante redoblar los esfuerzos para señalar que el pobre y el inmigrante no son la causa de nuestros males, aunque así parezca a simple vista. La única forma de contrarrestar y resistir esto es a través de la educación y la elevación del discurso público.