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El efecto vital: Cómo la curva del suicidio en Chile se detuvo cuando llegó la migración
Foto: Agencia Uno

El efecto vital: Cómo la curva del suicidio en Chile se detuvo cuando llegó la migración

Por: Jósmar Valdez Morales | 18.10.2025
Chile se contagió de los que no tuvieron tiempo para deprimirse porque tenían que sobrevivir, de los que aún con miedo siguieron andando, de los que, sin saberlo, le regalaron al país un respiro estadístico y un recordatorio brutal: hay quienes caminan miles de kilómetros, cruzan fronteras, pierden amigos, cambian de nombre, dejan su idioma en la puerta sólo para poder seguir vivo.

Durante casi tres décadas, la curva del suicidio en Chile fue una montaña rusa. En 1990 el país registraba 8 suicidios por cada 100 mil habitantes. En 2008, el país alcanzó el punto más alto de la serie disponible (1990–2023), con 21,1 suicidios por cada 100 mil hombres y 5,0 en mujeres, según registros del Departamento de Estadísticas e Información de Salud (DEIS). Después vino una caída lenta, pero sostenida, hasta que la línea se aplanó. Esa meseta, ese extraño equilibrio, comenzó en 2016, justo cuando partió el boom migratorio.

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Según el estudio Ciclos de suicidio en Chile: 1990–2023, elaborado con datos del DEIS, el país acumuló 51.298 suicidios en tres décadas. La gráfica es clara: entre 1990 y 2008, la tasa creció sin pausa; luego descendió, y a partir de mediados de la década de 2010 se estabilizó en torno a los 10 suicidios por cada 100 mil habitantes. Entre 2016 y 2023, las cifras se movieron como un electrocardiograma sereno: 10,3, 10,4, 10,5, 10,1, 9,7, 9,9, 10,6 y 10,2. Ningún salto, ninguna caída brusca. Solo un país que, de pronto, dejó de morirse tan rápido.

Un país exhausto

Durante los noventa y los dos mil, Chile se modernizó a toda máquina. Las cifras macroeconómicas mejoraban, los indicadores de desarrollo se disparaban y el país se convencía de haber dejado atrás su pobreza. Pero algo se rompía por dentro.

El trabajo se volvió deuda, la educación se volvió competencia y la vida comenzó a medirse en cuotas y metas. La promesa de progreso se transformó en exigencia, y la frustración, en síntoma. En ese contexto, el suicidio no era un acto aislado, era el reflejo de una estructura que desgastaba a quienes la sostenían.

El 2008 marcó el techo, luego vino la baja, pero no la calma. La sociedad siguió tensa, sobreexigida, desconectada. La soledad era parte del paisaje y la desesperanza, parte del costo del éxito. Hasta que algo empezó a cambiar. O más bien, algo empezó a llegar.

Cuando la vida vino del norte

A partir de 2016, Chile vivió la mayor ola migratoria de su historia. En menos de una década, la población extranjera pasó de medio millón a casi dos millones de personas. Mientras los noticieros hablaban de “crisis migratoria”, los datos mostraban otra historia: mientras los migrantes llegaban, la tasa de suicidios se mantenía estable.

No es una casualidad menor. La demografía tiene su propio lenguaje, los investigadores lo llaman “efecto de composición”: cuando una sociedad envejecida y cansada recibe una inyección de juventud, energía y proyectos de vida, sus indicadores vitales se reordenan. Los migrantes que llegaron entre 2016 y 2023 trajeron consigo algo que no aparece en las estadísticas, pero se siente en el aire: pulsos. Quien cruza un continente para sobrevivir no suele pensar en morir y mucho menos en suicidarse.

Mientras el país anfitrión se miraba con desánimo, quienes llegaban lo veían como oportunidad, y esa mirada se contagia. Donde había desarraigo, aparecieron comunidades, donde había silencio, se escucharon nuevos acentos. Los migrantes no solo llenaron espacios laborales o territoriales; inyectaron sentido en un país que lo había agotado.

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La coincidencia, no la causalidad

La tendencia descendente del suicidio ya venía gestándose antes de 2016. El país había logrado reducir lentamente las tasas después del peak de 2008. Pero lo que destaca el estudio del DEIS es que, a partir de 2016, esa caída se detiene y se transforma en estabilidad. Coincide con el momento en que la población migrante se cuadruplica.

No se puede afirmar que una cosa explique la otra, pero sí que algo cambió en el equilibrio social. En medio del cansancio nacional, entró una nueva energía vital. Y en esa coincidencia, estadística, social, humana, hay una historia que vale la pena pensar.

El riesgo de olvidar

Ese respiro puede ser frágil. Si la exclusión y la xenofobia se siguen consolidando, los mismos que hoy aportan cohesión podrían volverse parte del problema. La esperanza también migra, y cuando no encuentra espacio, se devuelve. Si Chile transforma la integración en hostilidad, la meseta que hoy se celebra puede volver a inclinarse.

Por ahora, los datos dicen lo que la política calla: mientras la población migrante se multiplicó, los suicidios dejaron de crecer. En un país donde todo parece ir cuesta arriba, la curva más triste de todas se detuvo justo cuando llegaron los que todavía querían vivir y los que ahora muchos detestan.

Epílogo

Puede que algún economista lo llame “efecto de composición demográfica” o “rejuvenecimiento estructural”, pero hay una explicación más simple: la vida también es contagiosa. Entre 2016 y 2023, Chile se contagió un poco, de los que vinieron con fe, con miedo, con hijos, con hambre y con futuro. De los que cargaron su casa en una maleta, de los que cruzaron desiertos, selvas, cordilleras y mares, de los que durmieron en terminales y siguieron caminando igual.

Chile se contagió de los que no tuvieron tiempo para deprimirse porque tenían que sobrevivir, de los que aún con miedo siguieron andando, de los que, sin saberlo, le regalaron al país un respiro estadístico y un recordatorio brutal: hay quienes caminan miles de kilómetros, cruzan fronteras, pierden amigos, cambian de nombre, dejan su idioma en la puerta sólo para poder seguir vivo.

Y esa es, quizás, la mejor noticia demográfica de los últimos años, no que llegaron más personas, sino que, aunque lamentablemente ahora pocos parecen recordarlo, desde ese momento, Chile por fin, dejó de morirse tan seguido.

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