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Zanjas, drones y otras fantasías electorales
Foto: Agencia Uno

Zanjas, drones y otras fantasías electorales

Por: Capitán Cianuro | 13.10.2025
La campaña de las zanjas y los drones no habla de seguridad: habla de la miseria moral de nuestra política. De esa pobreza de ideas que prefiere vender humo y paranoia antes que asumir el desafío de gobernar un país vivo, diverso y, sobre todo, real.

Cuando la derecha no sabe gobernar, promete ciencia ficción
Capitán Cianuro

Como sus pares de otras latitudes, la derecha chilena encontró la fórmula mágica para encender campañas: culpar al inmigrante. No es ingenio propio ni chispa política, sino una copia al carbón del manual internacional del miedo.

En ese libreto, el extranjero es el villano de siempre: roba empleos, colapsa hospitales, propaga la delincuencia y amenaza la identidad nacional. Y como toda película necesita efectos especiales, aparecen las promesas de muros electrificados, zanjas kilométricas, drones todopoderosos y alambres de púas relucientes. Ciencia ficción con presupuesto público.

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En campaña, los candidatos se visten de ingenieros militares y hablan con la solemnidad de un general de utilería. Aseguran que levantarán murallas de cinco metros, cavarán trincheras de tres y desplegarán enjambres de drones capaces de detectar hasta la sombra de un migrante irregular. Detalles técnicos sobran; realismo, no tanto.

¿Quién paga esa fantasía? ¿Cuánto cuesta mantener un dron volando más de media hora? ¿Y cómo se vigila una frontera de ochocientos kilómetros con un presupuesto que no alcanza ni para tapar hoyos en la carretera? En la retórica electoral todo es posible: los drones vuelan eternamente, las baterías no se agotan y los muros se levantan solos, como por decreto divino.

Y cuando uno cree haber escuchado todo, llega el “papito corazón” reciclado en general de escritorio, proponiendo instalar bombas plásticas en la frontera, como si el desierto de Atacama fuera un mapa de videojuego. Otros prometen muros electrificados, como si viviéramos en una distopía escrita por un guionista en crisis.

Lo tragicómico es que estas ocurrencias se venden como gestas heroicas, cuando no son más que delirios costosos, inútiles y crueles. El norte no es un set de filmación: es un territorio árido donde las comunidades carecen incluso de agua. Pero claro, hablar de servicios básicos no da likes; prometer muros, sí.

La melodía es conocida: la inseguridad es culpa de los migrantes, el desempleo también, y si se apaga la luz, seguro un extranjero sopló la ampolleta. Cerrar la frontera, dicen, traerá hospitales de lujo, escuelas impecables y barrios seguros. Viejo truco. Culpar al otro es más rentable que enfrentar las deudas del Estado. La derecha lo sabe y lo aprovecha: el migrante es el chivo expiatorio ideal, el enemigo útil que no exige reformas estructurales ni gasto social.

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Ahí el disparate técnico se convierte en cinismo político. Porque los candidatos saben perfectamente que las expulsiones masivas violan tratados, que las zanjas se llenan de arena en semanas y que los muros se vuelven monumentos inútiles a la ineficacia. Pero ese no es el punto. El objetivo no es resolver la migración, sino cosechar votos con el miedo. Lo que venden no es seguridad, sino una ilusión de control: un placebo de autoridad que dura lo que un titular.

Y, por supuesto, jamás hablan de integración, regularización, cooperación regional o inversión en servicios públicos para absorber flujos migratorios. Eso sería demasiado complejo, poco sexy y nada rentable. Mucho mejor posar de duros, ceño fruncido y pala imaginaria en mano. Un muro alto genera más clics que una política pública seria.

Chile no necesita superproducciones electorales ni héroes de cartón con discursos de acción barata. Necesita políticas humanas, multilaterales y realistas, capaces de entender la migración como lo que es: un fenómeno estructural, no una invasión alienígena. Pero mientras tanto, los candidatos seguirán prometiendo ciencia ficción en cada mitin, cavando zanjas imaginarias y desplegando drones fantasmas, aplaudidos por quienes confunden firmeza con espectáculo.

En el fondo, la campaña de las zanjas y los drones no habla de seguridad: habla de la miseria moral de nuestra política. De esa pobreza de ideas que prefiere vender humo y paranoia antes que asumir el desafío de gobernar un país vivo, diverso y, sobre todo, real.

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