
Trabajo social: La cultura de la paz como praxis ética frente a la violencia global
Dadas las múltiples crisis que atraviesa el mundo, geopolíticas, económicas, culturales y ecológicas, el trabajo social no puede permanecer inmóvil ni indiferente ante las profundas violaciones a los derechos humanos que se intensifican a escala global.
Las guerras, el genocidio, el hambre que arrasa a comunidades enteras, particularmente afectando a niñas y niños, los desplazamientos forzados provocados por dictaduras, conflictos bélicos o crisis climáticas, y el etnocidio que borra culturas y memorias colectivas, son expresiones de una humanidad violentada. Frente a esta realidad devastadora, el trabajo social está llamado a posicionarse éticamente, a alzar la voz y a actuar con convicción y responsabilidad histórica.
En este contexto, el trabajo social debe desplegarse como una profesión comprometida con la dignidad humana, asumiendo nuestro rol en la construcción de una cultura para la paz. Esta tarea no es retórica ni abstracta, implica acciones concretas y situadas desde nuestros territorios, nuestras escuelas profesionales, nuestros espacios laborales y, con especial urgencia, desde nuestras organizaciones profesionales como la Federación Internacional de Trabajadores Sociales (FITS/IFSW), la Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social (AIETS/IASSW) y la Asociación Latinoamericana de Enseñanza e Investigación en Trabajo Social (ALAEITS).
Estas asociaciones deben constituirse en plataformas políticas que articulen y movilicen a la comunidad del trabajo social a nivel mundial, además de espacios de encuentro académico y profesional. Lo anterior, debe marcar rutas claras, tomar posición ante los crímenes de lesa humanidad y transformarse en voces colectivas que denuncien las atrocidades que viven millones de personas.
El silencio institucional frente al sufrimiento humano equivale a una forma de complicidad, por tanto, urge actuar desde la denuncia pública, pero también desde las propuestas, fortaleciendo redes de solidaridad internacional (ONU; UNICEF, OMS, entre otras), lo que permitirá tener mayor incidencia. Promoviendo, además, pronunciamientos ético-políticos, generando alianzas con otros movimientos sociales y participando activamente en espacios de incidencia global.
Vincularnos con convicción por la democracia, la justicia social, la soberanía de los pueblos y la defensa de los derechos humanos es hoy un imperativo ético ineludible, puesto que no podemos permitir que los discursos de odio, xenofobia, racismo, colonialismo, patriarcado y ambición geopolítica se normalicen. Nuestra tarea es acompañar a quienes sufren estas violencias, además de contribuir a transformarlas desde sus cimientos, visibilizando las estructuras que las sostienen y trabajando por sociedades más equitativas.
Finalmente, se hace urgente abrir espacios de memoria, denuncia y reparación simbólica en nuestras escuelas y organizaciones, reconociendo a las víctimas de conflictos armados, dictaduras, desplazamientos forzados y catástrofes socioambientales, como parte de una pedagogía colectiva que no olvida y que se posiciona desde el lado de la vida.
Es necesario recordar, que nuestra disciplina-profesión trasciende las atrocidades cometidas por quienes detentan el poder, independientemente de los países de los que provenimos, no podemos cargar con culpas colectivas ni aceptar exclusiones profesionales basadas en decisiones políticas sobre las que no hemos tenido ninguna injerencia.
Como trabajadoras y trabajadores sociales, no somos responsables de los crímenes ni de las políticas que violan la dignidad humana. Por el contrario, nuestra tarea histórica ha sido acompañar a quienes sufren, denunciar las injusticias y contribuir a la transformación de las condiciones que las producen.
Por eso, el llamado es a unirnos en esta misión de sensatez, justicia, reconocimiento y respeto por todas las personas, sin fronteras ni prejuicios, reafirmando nuestro compromiso ético-político con la vida, la paz y los derechos humanos.