
Tiempos funestos, tiempos oscuros: Carta a Bertolt Brecht
Estimado señor Brecht,
Espero que se encuentre bien en algún lugar del universo, conjunción del espacio-tiempo. Como verá por esta carta aún participo de ese pensamiento mágico que me lleva a creer que mis palabras le van a llegar; que las va a escuchar.
Entiendo que es esa misma fe la que le movió a usted a escribir A los que vendrán (An die Nachgeborene), un poema que ha encontrado un lugar en mi corazón y me acompaña a todos los sitios desde hace un tiempo. Un tiempo tan oscuro y sombrío como el que usted describe en su composición.
Quizá lo considere usted una arrogancia por mi parte, pero me atrevo a responderle como quien forma parte de ese grupo que surgimos del mismo “marasmo” que hundió a sus coetáneos; a su generación. Me dirijo a usted como parte de una humanidad que usted creyó que se “libraría” “de los tiempos sombríos”.
Y créame, no sabe lo que siento decepcionarle: una vez más un conjunto de iluminados -convencidos de que su estrella tiene que ser la más poderosa, la que más se vea en el universo- se han hecho con parte del mundo y pretenden someter al resto.
Estamos donde estaba usted, con la conciencia de que “hablar sobre árboles es casi un crimen porque implica silenciar tanta injusticia”. Igualmente comemos y bebemos sabiendo que hay un programa de exterminio operando y deja morir de sed y hambre a miles de seres humanos, casi cadáveres andantes.
No sé si son personas porque parecen haber perdido su condición legal y social, mientras nosotros miramos y miramos y miramos sin hacer nada frente al desastre y la impunidad. Seguimos pues en “tiempos sombríos” en los que cada vez hay más seguidores de esas estrellas prepotentes y mandonas. Algunos, incluso las adoran y les ofrecen cultos.
Mientras tanto, señor Brecht, hemos vuelto a ver como crecía la iniquidad y la tropelía y “nadie se indignaba”. Y hemos continuado “comiendo y bebiendo”, aunque, y a diferencia de lo que hizo usted, hemos evitado mezclarnos “entre hombres en época turbulenta”. Nos hemos refugiado en un individualismo de respiración acompasada y sabiduría rítmica para “el tiempo de nuestra breve vida en la tierra”.
Nos adormecen y acunan grandes pantallas y somos incapaces de distinguir entre lo que es real y lo que es ensueño. Somos libres de ser muchos, y al mismo tiempo, no somos nadie. Hemos perdido el criterio y, ni siquiera sabemos cuáles son nuestros deseos, si son nuestros o inducidos. Tal es así que los iluminados ni siquiera se esfuerzan en seducirnos con buenas palabras, ni gestos aparentes. ¿Para qué? ¿Por qué deberían hacerlo si la bronca y la mentira son mucho más eficaces?
Poco más puedo decirle, admirado señor Brecht. Solo añadir que comparto su vergüenza y la seguridad de que la historia nos juzgara por nuestra pasividad. Que los que vendrán también se preguntaran cómo fue posible que nos quedáramos de brazos cruzados ante tal asedio, ante tantas vidas, tantas infancias despedazadas por las bombas.
Eso sí, señor Brecht, nosotros, a los que nos dirige sus palabras, ya no podemos implorar piedad en el juicio de las nuevas generaciones. Ya no estamos en condiciones de esperar que nos recuerden “con comprensión”. Ni que nos crean cuando gritemos que “queríamos ser bondadosos”.
No podemos ni esperar el perdón para aquellos que no saben lo que hacen, porque nosotros sí, sí sabemos lo que se está haciendo y hemos sido cómplices, aunque empecemos a gritar ahora entre las ruinas.
Con un cordial saludo, una lectora que le admira.