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Día de la Ansiedad Social: Una lucha por nuestra autonomía emocional
Foto: Agencia Uno

Día de la Ansiedad Social: Una lucha por nuestra autonomía emocional

Por: Andrés Kogan Valderrama | 01.10.2025
Que este Día de la Ansiedad Social no solo sirva para visibilizar el dolor silencioso de millones de personas, sino también para convocar a la sociedad a transitar hacia formas de vida más empáticas, compasivas y amorosas. En un mundo donde la conexión digital parece omnipresente, pero la soledad y la confusión predominan, este cambio es más urgente que nunca.

Para quienes hemos experimentado ansiedad social en algún momento de nuestra vida, el 1 de octubre es una fecha significativa. Este día visibiliza una forma de relacionarnos con los demás, que lejos de ser una simple timidez, ha limitado profundamente nuestras vidas y nos ha privado de la autonomía emocional necesaria para vivir con plenitud.

Aún hoy, la ansiedad social, también conocida como fobia social, sigue siendo poco comprendida por la sociedad. A menudo se la percibe como un rasgo vergonzoso y menor de la personalidad que no merece mayor atención. Sin embargo, quienes la padecemos sabemos que sus consecuencias van mucho más allá.

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La ansiedad social se define como un trastorno de salud mental caracterizado por un miedo intenso a ser juzgado, criticado o rechazado en situaciones sociales. Este temor puede manifestarse a través de síntomas como sonrojo, sudoración en las manos, taquicardia, temblor en la voz, cefalea, introversión, pensamientos catastróficos, autocrítica extrema e incluso ideación suicida. No obstante, considero que la ansiedad social trasciende esta definición clínica, ya que tiene un componente profundamente político.

Con esto me refiero a que la ansiedad social no es solo un trastorno, sino una construcción de la identidad personal marcada por una percepción de inadecuación y una dependencia excesiva del juicio externo. Esta condición suele originarse en vínculos afectivos deficientes durante la niñez, un apego inseguro y un entorno cultural obsesionado con la imagen y el éxito. En la adolescencia, estas dinámicas nos dejan muy vulnerables, sin herramientas para enfrentar situaciones estresantes o amenazantes.

En mi caso, viví una adolescencia y una etapa universitaria marcadas por el sufrimiento y la incapacidad de desarrollar autonomía frente a los demás. Hasta el día de hoy, en ciertos contextos, sigo lidiando con el deseo de pertenencia, validación y complacencia, así como con una constante sensación de estar siendo evaluado. Esto me ha llevado a actuar en "piloto automático", desconectándome emocionalmente, lo que representa una enorme barrera para vivir con mayor libertad y bienestar.

Este desequilibrio entre la autonomía emocional y la necesidad de aceptación ha generado en mí una narrativa personal rígida. Me cuestiono constantemente mi capacidad para lograr metas, sintiéndome siempre insuficiente. Esto resulta en evitar situaciones, inseguridad creciente y una baja autoestima que me termina desmotivando.

Desde ser un buen hijo, un buen estudiante, un buen deportista, un buen profesional, una buena pareja, un buen conductor o un buen padre, he sentido en muchas ocasiones la necesidad de evitar o esconderme ante los desafíos, renunciando a oportunidades por el miedo a no estar a la altura de las expectativas de los demás.

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Por ello, la lucha de quienes vivimos con ansiedad social, es básicamente una búsqueda de autonomía emocional. Esto implica transformar la narrativa que construimos desde la infancia, que alguna vez pudo servirnos como protección, pero que con el tiempo se convirtió en una carga. Es necesario avanzar hacia una mayor flexibilidad y abrirnos a nuevas formas de ver el mundo.

Como señala Brené Brown, también se trata de aceptar nuestra vulnerabilidad en lugar de ocultarla, como históricamente se nos ha enseñado, especialmente a los hombres. Tener el coraje de ser amables con nosotros mismos, practicando la empatía y la autocompasión, puede ayudarnos a reducir la vergüenza que surge del temor a no conectar con los demás.

Sin embargo, esta lucha personal debe ir acompañada de un cambio colectivo. Necesitamos construir sociedades que dejen atrás la obsesión por el éxito, la imagen, la competencia y la dominación, herencias de una masculinidad insostenible que, a través de la burla, el insulto y la exclusión, agrava el sufrimiento de quienes somos más vulnerables al juicio externo.

En definitiva, que este Día de la Ansiedad Social no solo sirva para visibilizar el dolor silencioso de millones de personas, sino también para convocar a la sociedad a transitar hacia formas de vida más empáticas, compasivas y amorosas. En un mundo donde la conexión digital parece omnipresente, pero la soledad y la confusión predominan, este cambio es más urgente que nunca.

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