
Empresarios rentistas y un Estado inmóvil impiden el desarrollo
Se habla de mucho de crecimiento y poco de desarrollo. Políticos y economistas olvidan que no sirve cualquier crecimiento si se quiere que la actividad económica potencie a todas las empresas -grandes y pequeñas- y que se difunda a todas regiones, generando empleos de calidad.
El crecimiento ciego, sin dirección, ha conformado una economía rentista en Chile, depredadora de los recursos naturales, con empresarios sin interés por innovar, lo que ha aniquilado a la industria nacional.
Sin embargo, lo que necesita el país es un tipo de crecimiento que no esté concentrado en focos extractivistas, sino que se extienda a lo largo y ancho del territorio nacional, con una actividad productiva diversa y que además sus frutos se distribuyan con equidad. Sólo así el crecimiento puede convertirse en desarrollo.
El predominio de los mercados y un Estado subsidiario, centrado sólo en la macroeconomía, han permitido a los capitalistas chilenos ganar dinero fácil, mediante el rentismo en la explotación de recursos naturales o en el sector financiero.
No existen en Chile los empresarios de los que hablaba Schumpeter, con disposición permanente a innovar e introducir nuevas tecnologías en los procesos productivos. Y, el Estado inmóvil no tiene ni la fuerza ni la voluntad de estimular o presionar al empresariado para que se oriente a actividades productivas de transformación.
Además, el gran empresariado chileno se ha caracterizado en las últimas décadas por coludirse para extraer ganancias extraordinarias de los consumidores, a los que se agrega ese vínculo perverso entre la política y los grandes capitales para asegurar leyes que protejan sus negocios.
El modelo productivo chileno ha dado origen a un tipo de capitalismo heterogéneo como lo ha destacado CEPAL para toda América Latina. Así tenemos en Chile sectores económicos dominantes, basados en la producción primario-exportadora, con mejores tecnologías y elevada productividad, que conviven con sectores económicos y empresas atrasadas de muy baja productividad.
Existe entonces en nuestro país una economía escasamente diversificada y por tanto heterogénea. A esta estructura productiva corresponde cierto tipo de estructura ocupacional. Una es espejo de la otra. Y la mano de obra ocupada en condiciones de productividad reducida explica el subempleo.
Con un crecimiento trunco, centrado principalmente en la explotación de recursos naturales, que no se difunde al conjunto del país, la economía chilena ha perdido dinamismo. La productividad no crece desde hace varios años, consecuencia de la escasa innovación y diversificación productiva, junto a colusiones oligopólicas que frenan la competencia.
Así las cosas, la mentalidad rentista que prima en el gran empresariado chileno es la ganancia rápida, en vez del esfuerzo, la innovación y la inversión en tecnologías.
El motor de crecimiento basado en materias primas, que fue importante en los años noventa se agotó y no hay preocupación por encontrar nuevas fuentes de expansión, y tampoco ningún interés en impulsar una política industrial. El capital se fuga al exterior, tanto hacia los paraísos fiscales como en la realización de inversiones en otros países. Y, un Estado frágil es incapaz de regularlo.
El crecimiento, sin políticas productivas, orienta la inversión, nacional y extranjera, hacia la explotación intensiva de recursos naturales, mientras el Estado, con su comportamiento complaciente con el extractivismo cierra las puertas a iniciativas potenciales en favor de la producción de bienes de transformación.
En consecuencia, una nueva estrategia productiva es el camino para recuperar el crecimiento y convertirlo en desarrollo. Para ello se necesita potenciar la inversión en ciencia y tecnología, impulsar una industria moderna que incorpore conocimiento a los bienes y servicios, para así reducir la heterogeneidad estructural de la economía, generar empleos de calidad a lo largo de todo el país y disminuir los desequilibrios sociales y territoriales.
Para recuperar el crecimiento y avanzar al desarrollo el Estado subsidiario no sirve. Se requiere un sector público promotor de transformaciones, con una política económica orientadora de los mercados y no disciplinada por los mercados.