
Unidad condicionada: El doble estándar frente al Partido Comunista
El Gran Pacto por la Unidad, liderado por Jeannette Jara, nació con el propósito de ofrecer al país una alternativa amplia, diversa y capaz de enfrentar los desafíos de la próxima elección presidencial. Sin embargo, en lugar de fortalecer este esfuerzo colectivo, algunos de sus propios integrantes parecen empeñados en debilitarlo, atacando sistemáticamente al Partido Comunista y a su dirigencia.
Jeannette Jara es la candidata del pacto porque ganó por amplia mayoría en una primaria donde muchos daban por segura la victoria de otra candidata. Fue Jara quien, contra todos los pronósticos, obtuvo un resultado contundente que la convirtió legítimamente en la abanderada del Gran Pacto por la Unidad.
Quienes hemos militado o acompañado de cerca al Partido Comunista sabemos que aquellos ataques no son nuevos: se repiten cada vez que el pueblo tiene la posibilidad de avanzar en sus derechos.
Cada declaración de un dirigente del Partido Comunista es analizada con lupa, distorsionada o puesta en cuestión, como si hubiera que demostrar permanentemente que nuestra participación es un “riesgo” para la coalición. Lo vemos cuando se critica a nuestro presidente de partido, cuando se ponen en duda las convicciones de quienes levantamos una candidatura de unidad desde la izquierda, y especialmente cuando se intenta instalar la idea de que Jeannette Jara “no es tan comunista”.
Ese intento por suavizar, diluir o blanquear su militancia es, en el fondo, una manifestación de anticomunismo. No del anticomunismo frontal de la derecha, sino de un anticomunismo soterrado que persiste incluso entre quienes dicen defender un proyecto común. Es la señal de que todavía hay sectores incapaces de convivir con la diversidad real, que se incomodan frente a las banderas rojas de justicia social, igualdad de género, derechos laborales y soberanía popular.
No es casualidad: cada vez que se habla de fortalecer la salud pública, de reformar el sistema de pensiones, de garantizar derechos sociales universales o de democratizar la economía, surge la sospecha sobre “lo comunista”. Se pretende que avancemos, pero siempre bajo la condición de que no incomodemos, de que no recordemos que los cambios estructurales necesitan transformaciones profundas y no meros ajustes cosméticos.
La historia no se puede borrar. Fue en 1948 cuando se aprobó la llamada Ley de Defensa Permanente de la Democracia, conocida como Ley Maldita, con apoyo de partidos que hoy dicen ser aliados. Esa persecución afectó a miles de familias chilenas, entre ellas muchas de Curacaví, que vivieron la estigmatización y la marginación por ser comunistas. Esa mancha histórica sigue presente, porque a algunos -tanto en la derecha como en sectores de la izquierda- pareciera encantarles la idea de volver a instaurar mecanismos que reduzcan o silencien la presencia comunista en la vida política nacional.
Cuando se requiere del apoyo y de los votos del Partido Comunista, ahí sí todos están dispuestos a incluirnos y a reconocernos como parte fundamental del pacto. Pero cuando se trata de dar sus votos y respaldos al Partido Comunista, la disposición desaparece: surgen las excusas, las condiciones y las descalificaciones. Esa doble vara no solo es injusta, también es peligrosa, porque debilita la confianza entre quienes decimos luchar por un mismo objetivo.
Pero lo que da fuerza al pacto no es invisibilizar las identidades políticas, sino reconocerlas y respetarlas. Lo que debilita el proyecto de unidad no es que Jeannette Jara sea comunista, sino que algunos de sus compañeros de pacto actúen como portavoces de la derecha, reproduciendo sus miedos y prejuicios.
La verdadera unidad se construye con franqueza, sin negar lo que somos ni disfrazar lo que representamos. Y lo que representamos como Partido Comunista es la lucha de las y los trabajadores, de las mujeres que sostienen con doble jornada a sus familias, de los jóvenes que exigen futuro, de los territorios olvidados como Curacaví y tantos otros que claman dignidad y justicia.
Si de verdad queremos unidad para gobernar, debemos comenzar por erradicar el anticomunismo de nuestras propias filas. Porque una unidad que niega al Partido Comunista no es unidad: es subordinación. Y ese camino solo debilita a quienes queremos transformar Chile desde la raíz.
El Partido Comunista de Chile tiene una larga trayectoria democrática: nunca ha participado en golpes de Estado y siempre ha estado del lado de la democracia. Desde la resistencia contra la dictadura hasta la lucha por una nueva Constitución, hemos estado presentes en cada etapa decisiva de la historia de Chile. Negar esa verdad no solo es injusto, también es un insulto a la memoria de quienes dieron su vida por un país más justo.