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Franco Parisi: No-política, impostura y charlatanería
Foto: Agencia Uno

Franco Parisi: No-política, impostura y charlatanería

Por: Adolfo Estrella | 06.09.2025
El mundo de Parisi es un mundo sin humanidad ni humanismo, sin ética ni estética, salvo la del dinero. No hay nada parecido a una propuesta intelectual mínima. Parisi es una parodia, como lo es su nueva compinche, Pamela Jiles, como lo es Johannes Kaiser y muchos otros que quieren hacer pasar su no-política como anti-política y con quienes, tarde o temprano, terminará aliándose para configurar un gran polo reaccionario y fascistoide.

Términos como "no-lugares" y "no-cosas" participan de un diagnóstico crítico y pesimista del mundo actual. El término no-lugares, introducido por Marc Augé, alude a espacios transitorios y funcionales que carecen de identidad e historia.

Aeropuertos, centros comerciales y autopistas son ejemplos paradigmáticos de no-lugares, donde la experiencia humana se vuelve efímera, anónima y desarraigada. Son "lugares de paso" que impiden la pertenencia y la estabilización de vínculos y memorias compartidas.

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Algunos años después, Byung-Chul Han introdujo la noción de no-cosas para describir la transformación y pérdida del mundo material y tangible. En la sociedad digital neoliberal, los objetos pierden sustancia y valor intrínseco, convirtiéndose en experiencias virtuales débiles y efímeras. Aquí, las relaciones humanas carecen de objetos materiales que simbolicen y estabilicen los vínculos.

Cuando estos fenómenos se trasladan al terreno político, emerge la categoría de la no-política, que representa una forma aberrante de pensar, sentir y actuar en los espacios comunes de la toma de decisiones.

La política, entendida en su sentido tradicional y noble como el conjunto de prácticas, instituciones y actividades que buscan organizar la convivencia social, se convierte en un lugar superficial, de paso, prescindible, obsolescente, sin identidades sólidas e indistinguible del mercado. La no-política condensa el apogeo de la razón neoliberal y sus miserias.

Este es un campo fértil para que pululen advenedizos, demagogos y sofistas de toda ralea. Es un lugar donde dominan las opiniones y veleidades de masas digitales neuróticas y crueles, masas algorítmicas, híbridas, agresivas y profundamente ignorantes, indistinguibles de bots y otros artilugios tecnológicos. La conjunción perversa entre líderes y masas digitales está modificando de manera profunda la "esfera pública", al punto de quedar cuestionadas las posibilidades de la deliberación democrática y el mismo concepto de opinión pública.

Es cierto que la política democrática nunca ha sido un espacio prístino y nunca ha cumplido a cabalidad sus promesas. Desde sus inicios en la Grecia clásica estuvo contaminada y asediada por tiranos, oportunistas y demagogos. Y nunca el demos participó plenamente. Pero el "cambalache" actual alcanza cotas de mediocridad, banalidad y futilidad extrema, probablemente porque ya no es el espacio donde se define el destino de la vida en común. Los automatismos de la máquina digital toman decisiones en otro lugar.

Toda la política ahora es no-política; toda ella es vacuidad, superficialidad, espectáculo sin densidad ética ni programática. La no-política, paradójicamente, despolitiza la política, la convierte en un espacio prescindible, sin demos verdadero. Permite la presencia fantasmal de este solo como simulacro digital.

En este marco emergen los nuevos monstruos populistas autoritarios. Franco Parisi es uno de sus representantes más ejemplares; es el epítome de la vacuidad y de la no-política. Nada en él es verdadero, salvo su falsedad, salvo su alta capacidad de simular lo que no es y de disimular lo que es.

Simula ser un destacado economista, pero sus propuestas no pasan de ser ofertas demagógicas sin sustento real. Disimula su pinochetismo de origen y simula un centrismo light. Disimula su ignorancia con títulos académicos y simula tener solución para todos los problemas de los chilenos.

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Él y sus acólitos mienten persistente e impunemente. Lanzan cifras al aire, realizan sumas y restas caprichosas, establecen relaciones de causa-efecto espurias, prometen proyectos faraónicos sin base presupuestaria, amenazan con balas a los delincuentes... Como sus pares de la extrema derecha, es un xenófobo convencido.

Imagina "cárceles en barcos" y "minas antitanque" en la frontera, deportaciones masivas y ataca con vulgaridad e irresponsabilidad a los países vecinos. Siempre su retórica está asociada a la violencia. Todo en él es agresión, delirio, impostura, fraude y charlatanería.

El mundo de Parisi es un mundo en blanco y negro, un mundo de oposiciones simplonas y maniqueas. Como todos los populistas autoritarios, esta vez de raigambre neoliberal, tiene que inventarse enemigos: el Estado, los funcionarios públicos, los políticos, los delincuentes... Frente a estos enemigos inventados opone a los individuos de su "sufrida clase media", emprendedora y meritocrática, a la cual ofrece "hacerlos millonarios".

El mundo de Parisi es el mundo del dinero. Ni siquiera es el mundo de la economía, sino de la crematística. La economía tiene como fin el bienestar de las personas y satisfacer necesidades. La crematística, centrada en la acumulación de dinero y riquezas como fin último, se refiere a las técnicas para hacerse rico. Pero sabemos que el dinero es todo y nada a la vez, es un equivalente general sin espesor.

Por eso, el mundo de Parisi es un mundo monetariamente rico pero éticamente pobre, conformado por no-politicos, es decir, pequeños egoístas digitales, asustados, belicosos e insolidarios, dispuestos a todo para satisfacer sus deseos de ascenso social. Por eso, Parisi los define (y se autodefinen) como "gente", sustantivo blando que no implica ninguna relación política, social o jurídica específica y que dibuja a un sujeto más cerca del consumo y de la Teología de la Prosperidad evangélica que de la ciudadanía política.

El mundo de Parisi es un mundo sin humanidad ni humanismo, sin ética ni estética, salvo la del dinero. No hay nada parecido a una propuesta intelectual mínima. Parisi es una parodia, como lo es su nueva compinche, Pamela Jiles, como lo es Johannes Kaiser y muchos otros que quieren hacer pasar su no-política como anti-política y con quienes, tarde o temprano, terminará aliándose para configurar un gran polo reaccionario y fascistoide.

Pero, mientras la no-política es signo de agotamiento, disolución democrática y conservadurismo, la anti-política puede ser una forma democrática de resistencia o crítica al poder, algo que, por supuesto, ninguno de estos impostores e impostoras realiza. Por último: una parodia no significa inocuidad, ni inocencia, ni ausencia de crueldad. La historia está llena de parodias trágicas populista y fascistas que causaron mucho daño, y terminaron muy mal.

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