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¿Qué tan fuerte es el sindicalismo en América Latina?
Foto: Agencia Uno

¿Qué tan fuerte es el sindicalismo en América Latina?

Por: Rodrigo Medel y Sebastián Osorio | 19.08.2025
Con esta propuesta esperamos contribuir a mejorar nuestra capacidad de analizar y comprender los derroteros del sindicalismo latinoamericano con mayor precisión, a la vez que se reafirma que los sindicatos siguen siendo actores relevantes que muestran sus capacidades de maneras distintas, y a veces contradictorias.

Durante décadas se ha debatido si el sindicalismo latinoamericano se encuentra en un proceso de declive irreversible o en una lenta revitalización. Quienes sostienen lo primero apuntan al retroceso de la sindicalización, la precarización laboral y la pérdida de influencia frente a los gobiernos. Los optimistas, en cambio, ven en las huelgas recientes, en la emergencia de nuevas alianzas sociales y en los intentos de reorganización regional, señales de resiliencia y preparación de fuerzas.

Una forma de abordar esta controversia es por medio del análisis de la evolución del poder sindical, pero ¿cómo medirlo? Parte de la dificultad radica en que, durante mucho tiempo, nos hemos limitado a utilizar indicadores muy genéricos como el porcentaje de afiliados a sindicatos y/o la cobertura de la negociación colectiva entre los trabajadores ocupados.

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Aunque estos datos puedan ser muy útiles, resultan insuficientes. No capturan, por ejemplo, la capacidad que tiene el sindicalismo para paralizar un sector estratégico, tejer alianzas con otros movimientos sociales o incidir en el debate público.

En un artículo publicado recientemente en Latin American Politics and Society, nos hemos propuesto una estrategia diferente para abordar el análisis del poder sindical. El trabajo utiliza la base de datos MovLab, un esfuerzo colectivo de varios años liderado por el académico Nicolás Somma, quien propuso sistematizar información empírica sobre el sindicalismo en 17 países de América Latina entre 1990 y 2020.

A partir de esa evidencia, y en línea con el enfoque de recursos de poder que goza de buena reputación entre los investigadores laborales, desarrollamos un análisis de la evolución de cuatro dimensiones de poder en los siguientes términos:

  1. Poder asociativo: la capacidad de organizar sindicatos y movilizar a sus miembros.

  2. Poder estructural: el peso que tiene el sindicalismo en sectores estratégicos de la economía y su capacidad efectiva de generar acciones disruptivas.

  3. Poder institucional: la influencia del sindicalismo en la elaboración de políticas públicas, en la legislación laboral y la capacidad de interlocución con el Estado.

  4. Poder social: la habilidad de forjar alianzas y legitimidad en la sociedad civil, desde movimientos estudiantiles hasta organizaciones indígenas o barriales.

Al combinarse, la observación de estas formas de poder ofrece un mapa más complejo y realista del movimiento sindical regional. Lo interesante es que su evolución no tiene un comportamiento uniforme. Aparecen países con un sindicalismo muy integrado en el Estado pero desconectado de la sociedad civil; otros donde, por el contrario, los sindicatos encuentran su fuerza en alianzas sociales en la medida que la institucionalidad les cierra la puerta.

Concretamente, con esta metodología hemos podido distinguir cuatro modelos de sindicalismo latinoamericano. En primer lugar, un Sindicalismo fuertemente enraizado, con Argentina y Uruguay como representantes, donde sindicatos con bases amplias y tradición histórica han logrado insertarse en las instituciones y conservar un rol central en la política laboral.

En segundo lugar un Sindicalismo de movimiento social, con exponentes como Bolivia, Ecuador, Paraguay, Guatemala, Honduras y Panamá, donde se exhibe una gran capacidad de movilización y de forjar alianzas, pero con escasa incidencia en la institucionalidad.

En tercer lugar figura un Sindicalismo burocrático y aislado, en países como Brasil, Chile y México, donde el sindicalismo es formalmente reconocido por el Estado, pero con vínculos muy débiles con la sociedad civil.

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Por último, un Sindicalismo de baja intensidad representado por Colombia, Perú, Nicaragua, Venezuela, Costa Rica y El Salvador, donde el poder sindical es exiguo en todas las dimensiones, con mucha fragmentación y represión del Estado.

Si bien el ejercicio es perfectible, el resultado refuerza algo crucial: no existe un único sindicalismo latinoamericano. Más bien, hay trayectorias diversas ancladas en formaciones nacionales con historias políticas, institucionalidades laborales y niveles de asociatividad diferentes.

Además de esta constatación, hay otros hallazgos sugerentes. Por ejemplo, encontramos una correlación clara entre el poder asociativo y el institucional: el sindicalismo que tiene bases sólidas tiende a conseguir mayor reconocimiento y participación en políticas públicas. En cambio, el poder social se mueve en dirección opuesta: las redes con la sociedad civil suelen fortalecerse cuando las instituciones no ofrecen canales adecuados, obligando a los sindicatos a buscar legitimidad en la calle.

También hallamos vínculos entre el poder sindical y el desarrollo humano: los países con sindicatos más organizados e influyentes suelen tener mayores niveles de desarrollo y menor desigualdad. Esto confirma lo que la literatura internacional ha mostrado ampliamente: los sindicatos no son solo actores laborales, también instituciones que contribuyen a sociedades más equitativas.

¿Qué implicancias tiene todo esto para la política y la democracia en la región? Nos parecen pertinentes al menos tres.

  • Primero, obliga a abandonar los diagnósticos simplistas sobre el “declive sindical”. El panorama es más matizado: hay un sindicalismo debilitado, pero también se observa una gran capacidad de resiliencia, adaptación y rearticulación.

  • Segundo, muestra lo engañoso que puede ser la medición del poder del sindicalismo basándose solo en indicadores de afiliación. Como la literatura viene planteando desde hace un buen rato, un sindicalismo de pocos miembros bien puede ejercer gran poder e influencia si tiene capacidad disruptiva en sectores estratégicos de las economías nacionales, o si logra articular alianzas amplias en la sociedad.

  • Tercero, plantea un desafío de política pública: ¿cómo fortalecer un sindicalismo que contribuya a reducir desigualdades y sostener democracias frágiles? En contextos de creciente informalidad y fragmentación laboral, la respuesta no puede ser simplemente nostalgia por el viejo sindicalismo de masas, sino repensar las formas de organización y representación de los trabajadores en base a su realidad actual.

En definitiva, con esta propuesta esperamos contribuir a mejorar nuestra capacidad de analizar y comprender los derroteros del sindicalismo latinoamericano con mayor precisión, a la vez que se reafirma que los sindicatos siguen siendo actores relevantes que muestran sus capacidades de maneras distintas, y a veces contradictorias.

Entender estas diferencias constituye una herramienta poderosa para reflexionar sobre las perspectivas no solo del movimiento sindical, sino también de los procesos de reconfiguración de las relaciones laborales y el lugar que ocuparán los trabajadores en los proyectos de sociedad que se perfilan en América Latina en las próximas décadas.

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