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Volver a lo natural es una urgencia científica y cultural
Imagen referencial / Agencia Uno

Volver a lo natural es una urgencia científica y cultural

Por: Gabriela Jiménez | 16.08.2025
En lugar de ver a la medicina ancestral como un conjunto de prácticas del pasado, deberíamos comprenderla como un reservorio de soluciones para los desafíos del presente. El agotamiento de los modelos biomédicos convencionales, la emergencia climática y la crisis de salud mental global nos obligan a repensar nuestra relación con la naturaleza y con los saberes que de ella emanan.

Por décadas, la modernidad ha asociado la salud y el bienestar humano con lo sintético, con laboratorios de última generación y con la actualización constante y vertiginosa de protocolos clínicos. Sin embargo, una realidad no tan mediática sugiere lo contrario: volver a lo natural es una necesidad científica. Y las cifras lo confirman.

Según la Organización Mundial de la Salud, un 80% de la población del planeta recurre a la medicina tradicional y, a 2022, 170 de los 194 estados miembros de esa organización habían solicitado apoyo para crear un conjunto de datos y evidencia fiables sobre las prácticas y los productos de la medicina tradicional. ¿Es esto un rezago o una señal que apenas empieza a ser validada por la ciencia?

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La noción de salud como un equilibrio integral -entre cuerpo, mente, espíritu y entorno- ha sido históricamente ignorada por la biomedicina contemporánea. Esta omisión ha conducido a tratamientos eficaces para síntomas, pero ineficaces para causas profundas, especialmente en enfermedades crónicas, mentales y psicosomáticas.

Paradójicamente, lo que alguna vez fue considerado “alternativo”, como el uso de plantas medicinales, hoy es objeto de rigurosas investigaciones clínicas en universidades de todo el mundo. Basta ver el ejemplo del Artemisia annua, una planta ancestral utilizada en la medicina china que hoy es base del tratamiento más efectivo contra la malaria, validado por un Premio Nobel.

En este contexto de resignificación del saber ancestral, la reciente inauguración del Centro de Investigación Científica Tradicional y Ancestral en Venezuela marca un hito no solo para la nación, sino para toda la región latinoamericana. Este Instituto, impulsado por el presidente Nicolás Maduro Moros, a través del Ministerio del Poder Popular para Ciencia y Tecnología, tiene como misión central la protección de la soberanía biocultural y el aprovechamiento racional de los biorecursos endémicos del país.

Con una base científica y una orientación profundamente intercultural, el Centro busca articular los saberes indígenas, campesinos y afrovenezolanos con las metodologías contemporáneas de la investigación biomédica.

La iniciativa parte de un marco técnico y político bien definido. Venezuela, reconocido como uno de los 17 países más megadiversos del Mundo por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, cuenta con 44 pueblos indígenas y decenas de miles de especies vegetales, de esas apenas una mínima fracción ha sido estudiada con rigor científico. El Centro se propone llenar ese vacío: sistematizar, analizar y desarrollar fitoterapéuticos bajo estrictos estándares de bioética y propiedad intelectual colectiva.

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Uno de los pilares de la institución es la integración de la medicina ancestral como estrategia de soberanía sanitaria. En un contexto de bloqueos económicos, la capacidad de producir medicamentos seguros y efectivos a partir de recursos locales no es sólo una solución práctica, sino una acción profundamente estratégica. Además, fortalece el respeto por los conocimientos originarios, muchas veces marginalizados, pese a su efectividad demostrada en comunidades enteras durante siglos.

El Centro también promueve alianzas con universidades, laboratorios independientes y redes de sanadores tradicionales. Este enfoque colaborativo no solo es innovador, sino necesario.

En países como Brasil, India o Bolivia, instituciones similares han logrado avances notables en áreas como la oncología, la salud mental y la dermatología, partiendo del estudio clínico de plantas nativas y rituales terapéuticos de sus pueblos originarios. La apuesta venezolana sigue esta ruta, con el añadido de una carga ética: reconocer, validar y retribuir el saber colectivo que ha sido históricamente saqueado o invisibilizado.

En lugar de ver a la medicina ancestral como un conjunto de prácticas del pasado, deberíamos comprenderla como un reservorio de soluciones para los desafíos del presente. El agotamiento de los modelos biomédicos convencionales, la emergencia climática y la crisis de salud mental global nos obligan a repensar nuestra relación con la naturaleza y con los saberes que de ella emanan.

Por eso, la apertura del Centro de Investigación Científica Tradicional y Ancestral no es un gesto simbólico, sino una urgencia civilizatoria. Integrar lo ancestral con lo moderno no solo ampliará el espectro terapéutico disponible, sino que permitirá construir un sistema de salud más justo, sostenible y enraizado en nuestra identidad cultural. El futuro de la medicina será integral o no será.

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