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San Lorenzo no cabe en el calendario de la élite
Foto: Agencia Uno / Estatua de San Lorenzo

San Lorenzo no cabe en el calendario de la élite

Por: Danisa Astudillo Peiretti | 10.08.2025
El rechazo al proyecto que buscaba reemplazar el 12 de octubre por feriados regionales reveló mucho más que una diferencia sobre calendarios: dejó al descubierto el desprecio de la derecha por la diversidad territorial y cultural de Chile, y su sometimiento a la lógica autoritaria de los Republicanos.

El miércoles 31 de julio, la derecha chilena -liderada por el Partido Republicano y secundada por buena parte de Chile Vamos- votó en contra del proyecto que proponía reemplazar el 12 de octubre por un feriado regional elegido democráticamente por cada territorio del país.

Era una propuesta moderna, descentralizadora, profundamente republicana en su espíritu: permitir que cada región celebre lo que verdaderamente la representa, lo que brota de su historia, su identidad y su cultura.

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En el caso de Tarapacá, propusimos el 10 de agosto, en honor a San Lorenzo, patrón de la pampa salitrera, venerado con devoción por cientos de comunidades en nuestra región. Pero no fue solo Tarapacá la que perdió: fue también Atacama, Coquimbo, Los Lagos, Aysén y otras regiones que merecen tener en el calendario un día que les pertenezca.

San Lorenzo no es solo un santo: es memoria viva de un pueblo. Su figura une a generaciones de pampinos y pampinas que, a lo largo de décadas, han hecho de esta festividad un acto de fe, resistencia y comunidad.

Cada agosto, miles de personas viajan desde distintos rincones del país para rendir homenaje, no solo al santo, sino también a sus abuelos, a sus raíces, a una historia que no cabe en los libros, pero sí en las calles de Tarapacá, entre bandas de bronce, bailes y promesas.

Es una celebración que mezcla lo espiritual con lo popular, lo íntimo con lo colectivo. Y por eso duele que quienes nunca han pisado la pampa, quienes no conocen su polvo ni su viento, se sientan con derecho a decidir qué merece ser feriado y qué no.

Perdimos por apenas dos votos. Y, lamentablemente, uno de esos votos ausentes fue el del diputado Renzo Trisotti, quien intervino en sala valorando la iniciativa, pero no se quedó a respaldarla. Su voto habría marcado la diferencia. Como representante de la región, como autoridad que reconoce la importancia de San Lorenzo para nuestro pueblo, su ausencia duele.

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Pero más allá de ese episodio, lo que ocurrió en esa votación deja en evidencia un problema más estructural: una parte de la derecha simplemente no cree en las regiones. No cree en su capacidad de decidir, ni en su derecho a ser reconocidas en el calendario, ni en su riqueza cultural. Prefiere seguir imponiendo una mirada centralista, única, homogénea. Una visión donde la historia oficial es la que se impone desde Santiago, sin escuchar lo que late con fuerza en cada rincón del país.

No es casual que el rechazo a este proyecto fuera encabezado por el Partido Republicano. Esta fuerza política no cree en la diversidad cultural ni en la autonomía regional: cree en una sola identidad, una sola historia, una sola verdad. Funciona más como una secta ideológica que como un partido democrático, y su influencia se ha convertido en un verdadero imán que arrastra al resto de la derecha.

La UDI, en vez de contener esa deriva autoritaria, la ha abrazado como reafirmación de su matriz conservadora original. Renovación Nacional, atrapado en su propia crisis interna, ha optado por derechizarse para no perder electorado frente a sus competidores. Así, lo que se impuso en la sala no fue una diferencia sobre fechas, sino una visión elitista y excluyente del país, que niega a las regiones el derecho a celebrar lo que realmente las representa.

Pero esta lucha no termina aquí. Vamos a insistir con más fuerza. Porque cuando una tradición vive en el alma de un pueblo, nuestro deber como representantes es convertir esa voz en ley. San Lorenzo no es una curiosidad folclórica: es el símbolo de una historia viva, la que forjaron los pampinos y pampinas con sudor, fe y resistencia. Y esa historia merece un lugar en el calendario nacional, no como concesión del poder central, sino como acto de justicia cultural.

Porque Chile no se construye desde una sola mirada, ni se impone desde una élite centralista: se construye desde sus regiones, con sus pueblos, sus creencias y sus memorias. Y tarde o temprano, eso también tendrá su día.

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