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La codicia: Cuando todo se transa, hasta la dignidad
Foto: Agencia Uno

La codicia: Cuando todo se transa, hasta la dignidad

Por: Marcelo Trivelli | 09.08.2025
La codicia se ha instalado como valor legítimo, cuando en verdad es una patología social. No se trata de demonizar el dinero ni de romantizar la pobreza ni de condenar las redes sociales. Se trata de recuperar el sentido de límites y del propósito colectivo.

Vivimos en una cultura donde el valor de una persona se mide por cuánto tiene y cuánto aparenta. Acumular riqueza, poder, propiedades o likes es la meta, mientras el sentido colectivo y el bienestar común se desdibujan. Esta no es una opinión moralista: es un diagnóstico urgente de una sociedad enferma de codicia.

La concentración de riqueza y poder es consecuencia de un sistema económico desigual basado en una cultura del tener que justifica el abuso mientras responsabiliza a las víctimas por su precariedad. El sistema incentiva el consumo y premia la acumulación desmedida, aunque se construya sobre prácticas abusivas: la publicidad, los algoritmos y los discursos aspiracionales fomentan esta compulsión por tener más, ser más, aparentar más.

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Nos hemos convertido en consumidores de cosas, pero también de vidas ajenas, de imágenes fabricadas para provocar envidia. En ese escenario, no hay lugar para la solidaridad, porque el otro es visto como competidor, no como compañero de ruta.

La captura del Estado por intereses económicos es posible porque se naturalizó que todo se transa: leyes, cargos, principios. Y cuando se denuncia, se acusa resentimiento. El cinismo se vuelve regla. Un ejemplo claro es la oposición al levantamiento del secreto bancario. ¿Qué se quiere esconder con tanto celo? El secreto no protege la privacidad: protege la evasión, el lavado de dinero, la corrupción y las fortunas mal habidas. Es el escudo detrás del cual se parapetan los “winners” que disfrazan abusos y delitos como éxito.

Pero la codicia no solo opera entre los poderosos. También se ha filtrado hasta lo más íntimo de nuestras relaciones. Es grave que niñas, niños y jóvenes crecen atrapados en una nueva forma de avaricia: la codicia de los likes. Muchos jóvenes están dispuestos a hacer cualquier cosa por destacarse: desde exhibir su intimidad hasta cruzar límites legales.

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Robar, humillar o actuar con violencia puede parecer aceptable si eso garantiza atención. Las redes sociales, con sus algoritmos y recompensas inmediatas, refuerzan esta lógica. La validación externa se volvió su alimento emocional. El “me gusta” reemplazó al abrazo. El problema no es individual: es estructural.

La codicia se ha instalado como valor legítimo, cuando en verdad es una patología social. No se trata de demonizar el dinero ni de romantizar la pobreza ni de condenar las redes sociales. Se trata de recuperar el sentido de límites y del propósito colectivo. La codicia nos desconecta del presente, de los otros y de nosotros mismos. Nos condena a vivir en un estado de insatisfacción permanente, atrapados en un ciclo que nos deshumaniza.

¿Qué hacer? Devolver centralidad a la ética del bien común. En educación, volver a poner centralidad en las humanidades. Educar para la suficiencia, no para el exceso. Enseñar que el valor de una persona no está en cuánto tiene ni en cuántos likes recibe, sino en su dignidad, su empatía y su contribución a los demás. La codicia no es inevitable. Es una construcción. Y por lo tanto, puede y debe ser desmontada.

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