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La estructura del fracaso
Foto: Agencia Uno

La estructura del fracaso

Por: Camilo Domínguez Escobar | 02.08.2025
¡Hablemos de política, no de elecciones! La victoria conservadora en Chile no depende siquiera de ganar las presidenciales. Su triunfo está en agotar el acontecimiento, vaciar su potencia, hacer de él un tabú, un mal recuerdo que conviene enterrar. Que gane el candidato de tal o cual apellido alemán es hasta secundario -aunque en la superficie parezca importantísimo-.

Es difícil imaginar una mejor candidata presidencial que Jeannette Jara. Ganó las primarias con holgura, trepó al primer lugar en todas las encuestas y levantó del suelo a una izquierda triste. Así y todo, su ascenso choca hoy con un muro que su carisma por sí solo no puede traspasar. Las mediciones la muestran perdiendo en cualquier escenario de segunda vuelta.

No, el problema no es que sea comunista. El anticomunismo persiste, claro, más como un peso muerto que como fuerza viva. Confirma viejos prejuicios, pero no arrastra a nuevos votantes. No es el corazón de esta elección.

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Jara se ríe cuando le preguntan por Cuba y Venezuela. No se complica, ni se tensa. No se enreda en conceptos abstrusos para defender regímenes que hoy no inspiran a nadie. En las primarias pasadas, de hecho, Daniel Jadue no perdió por comunista, sino por desagradable. Lo demuestra el hecho de que hoy las bases de Boric respalden a Jara sin mayor escándalo.

El anticomunismo chileno es más viejo que el hilo negro: nació a mediados del siglo XIX, antes de que hubiera comunistas de carne y hueso, antes de la guerra fría, antes de la revolución rusa. A lo que se enfrenta Jara es a una barrera mucho más reciente.

Desde el 2019, Chile zigzagueó electoralmente, pero de pronto cuajó un orden que apenas se ha movido desde el plebiscito del 4 de septiembre del 22. Es el orden del 60/40. Esa cifra se ha mantenido fija como piedra y hoy organiza la percepción del país. No está demás decir que no es necesariamente la separación clásica entre izquierda y derecha.

De hecho, un rasgo inquietante es que es una matemática real, pero sin nombres tan claros. Es más bien una fractura emocional. El 60% es un campo conservador, sí, pero no necesariamente de derecha. Porque no expresa un programa de ideas. Yo diría que lo que lo define es una autodefensa frente al trauma del estallido social del 2019.

Lo que es lógico es que este 60/40 es fruto de una interpretación oscura del estallido social y del proceso constitucional. La de la Convención del 22 no fue solo una derrota pasajera, sino el punto de partida de una estructura simbólica del fracaso. El proceso constituyente, si es que algo constituyó, fue el fantasma de la derrota. Apagó la imaginación, alteró los ánimos y levantó un nuevo bloqueo histórico para Chile.

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Desde octubre de 2019, la gran política se juega en la interpretación del estallido social. Ese es el fondo -o la sombra- de la política chilena. Y esa disputa la va ganando el mundo conservador, desde la “centro-izquierda de derecha” hasta la “derecha-derecha”. Desde esos lugares se han impuesto las dos formas más eficaces de procesar el estallido: negarlo como si nunca hubiese existido, o degradarlo al nivel de un motín de delincuentes.

Ese es el muro que Jeannette Jara debe atravesar. Al parecer, no se puede transformar el país sin reabrir la disputa por el estallido social. Y si ese orden simbólico no se mueve pronto, corre el riesgo de endurecerse. Está claro que este congelamiento no se rompe solo gestionando el presente.

Quizá no basta con hablar de “crecimiento” o de “seguridad”. Aparte, no nos engañemos. En buena medida, el debate sobre seguridad no es un debate sobre seguridad. Es una extensión de la psicología del fracaso, miedo, escepticismo, cansancio.

En ese clima, la izquierda no solo se arriesga a perder elecciones, sino a perder el alma.

¡Hablemos de política, no de elecciones! La victoria conservadora en Chile no depende siquiera de ganar las presidenciales. Su triunfo está en agotar el acontecimiento, vaciar su potencia, hacer de él un tabú, un mal recuerdo que conviene enterrar. Que gane el candidato de tal o cual apellido alemán es hasta secundario -aunque en la superficie parezca importantísimo-.

Si la opinión pública sigue clavada en las malas pasiones, tengamos por seguro que la izquierda tiene pocas chances. Porque perderá, o porque si gana, lo hará sin ser izquierda, y para eso… mejor perder. Hay que volver a narrar el pasado inmediato -que hoy parece tan lejano- lo que fue y lo que aún puede ser.

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