
Reflexiones (en frío) sobre la derrota del Frente Amplio
Para una mayor claridad conviene a veces dejar reposar unos días los resultados electorales. Es el caso de la derrota del Frente Amplio en las recientes Primarias Presidenciales, la cual no logra explicarse solo por las deficiencias de su campaña electoral. El problema es más antiguo y profundo, se genera más atrás, cuando en el 2017 un contingente de militantes de Revolución Democrática y Convergencia Social se incorpora al Parlamento.
Ese momento marca un hito en la historia del Frente Amplio, termina una etapa y comienza otra. Concluían los años de la impugnación, que comenzaron el 2011 con los movimientos estudiantiles y comenzaba una fase diferente, ya no en las universidades sino en la sociedad toda, con la construcción de un movimiento político que le habla a todo el país.
Llegaba a su fin la etapa en que se hablaba a los estudiantes reunidos en asamblea, y debía comenzar otra más exigente. Los años de la impugnación habían terminado, y ahora se requería elaborar propuestas de sociedad con un horizonte por alcanzar. Había llegado la hora de construir una identidad política, un partido político, un proyecto que hiciera la diferencia con las organizaciones existentes y que justificara su existencia.
Este paso, que requería de conducción política, no se dio ni se ha dado hasta ahora. Y sus consecuencias comienzan a develarse.
El problema político, primer problema
El Frente Amplio no ha elaborado un proyecto político histórico con horizonte, en donde se defina la sociedad que propone y sus fundamentos sociales, económicos y políticos. Surge como movimiento casi treinta años después de la caída del Muro de Berlín en 1989, que representa la debacle de los socialismos reales. Surge por tanto en medio de un vacío político, entre la centro izquierda ligada a la Concertación y la izquierda tradicional ligada a los socialismos derrotados y desaparecidos. Esta es la justificación histórica del Frente Amplio.
Le ha faltado dirección política estratégica, reflexión intelectual, para elaborar su proyecto político histórico, siendo ésta la carencia principal del partido. Se ha sumergido en la contingencia desde entonces, contingencia que ha sido compleja en estos años, con estallido social, pandemia, dos plebiscitos constitucionales fracasados, ejerciendo el gobierno con una migración fuera de control y una ola de crimen y delincuencia desbordadas. La complejidad de este periodo ha superado las capacidades políticas y orgánicas del Frente Amplio.
Nunca ha efectuado un análisis autocrítico de su papel en la Convención Constitucional y en la derrota en el primer plebiscito de septiembre de 2022. Tampoco de la derrota en la elección de consejeros para el segundo plebiscito. Sin estas reflexiones un partido no entiende sus derrotas, y posiblemente el Frente Amplio tampoco comprenda la magnitud de la restauración conservadora después del 4S.
Repite así la conducta de la Concertación, que nunca analizó sus derrotas las veces que perdió la presidencia y nunca ha comprendido cómo y por qué surgió el Frente Amplio. Sin una reflexión crítica, no hay conciencia crítica ni aprendizajes sobre las debilidades propias, única forma de superarlas.
El partido ya no es la novedad del año 2017 con su candidata presidencial de entonces y el desgaste actual ejerciendo un gobierno con minoría parlamentaria ha sido significativo. Sumado a un cúmulo de errores no forzados (producto no solo de la inexperiencia sino también del descuido y la permisividad) y a la temprana corrupción surgida en el Caso Fundaciones, el partido ha perdido credibilidad.
No se ha efectuado un estudio sobre la magnitud de la decepción ciudadana respecto de este caso, pero la percepción que puede observarse es una enorme decepción y distanciamiento, considerando que el partido encarnaba una ética diferente. La marca Frente Amplio se ha devaluado en estos años.
Por supuesto que ha contribuido la derecha, pero no podía esperarse nada diferente. Los sectores conservadores, privilegiados de la sociedad neoliberal, han asumido ya que esta nueva izquierda transformadora y democrática es la que puede disputarle y ganarle el poder presidencial, como ya lo hizo. El Frente Amplio constituye su adversario principal, es quien amenaza más seriamente su rol de sector social dominante y por eso, su afán de cada día ha sido maniatar y destruir al gobierno y especialmente a sus dirigentes frenteamplistas.
El problema orgánico, segundo problema
Es posible afirmar que, en la vorágine de la coyuntura política de estos años, no ha habido tiempo ni dirigentes para la construcción de un poderoso partido político, pero también puede sostenerse que ha faltado voluntad, sea por desidia o una comprensión insuficiente de su importancia política.
Este proceso debió iniciarse en el 2018, en paralelo al comienzo de la actividad parlamentaria por parte de RD y Convergencia, pero el Frente Amplio careció de esa visión, y no solo hubo una débil preocupación por el desarrollo del partido en las comunas y otros frentes de actividad política, sino también se abandonó los frentes estudiantiles, hasta perder toda influencia en las universidades.
La debilidad de su orgánica partidaria se acentuó al conquistar el gobierno. La preocupación principal pasó a ser el apoyo al aparato estatal a través de los cargos que ejercían militantes del partido y como todo partido que accede al gobierno, se produjo un fenómeno de burocratización. El partido comienza a girar en torno al parlamento y el ejercicio de los cargos de gobierno, y la construcción de un partido de masas quedó a la deriva. Nada que envidiar al Partido Socialista y el PPD.
La conformación temprana de diferentes lotes internos, que no se diferencian por un contenido ideológico sino principalmente por girar en torno a figuras, se explica por la falta de elaboración de un proyecto político histórico con horizonte, porque esa debilidad da pie a la aparición de parcelas que compiten entre sí por lograr mayor influencia y poder interno, lo que se traduce de alguna forma en inmovilidad política.
Son prácticas que se habían repudiado en otros partidos y que sin embargo se replicaron internamente desde un comienzo; este fenómeno de fragmentación interna debilita enormemente el desarrollo político y orgánico de cualquier partido.
La campaña de primarias
Los problemas políticos y orgánicos aquí mencionados se expresaron claramente en la campaña electoral y explican sus resultados. La campaña mostró una indefinición política respecto a quienes hay que hablar, hacia donde apuntar. Parecía no haber transcurrido el tiempo, la experiencia de gobernar parecía no existir.
El programa proponía un nuevo modelo de desarrollo, de gran amplitud y convocatoria, en que todos tienen cabida; el más innovador de los programas económicos de la campaña, pero nadie lo conoció. La campaña no transmitió las ideas fuerza que debía representar, y no logró conmover a los votantes con sueños y emociones que les hicieran sentido en su vida cotidiana.
Parecía una campaña del año 2017, atrasada en 8 años, lo que se expresó con nitidez al provocar una disputa sobre los años de la Concertación, tema que hoy a nadie interesa, confundiendo al verdadero adversario y resintiendo absurdamente la relación con sus propios aliados; hubo que dar explicaciones en todos los medios y foros, en vez de llegar a los votantes con un mensaje claro y conquistador. De visión política estratégica, nada o muy poco. La falta de proyecto político histórico quedó al desnudo.