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Censura cultural en el Museo Nacional de Bellas Artes: El Mandala tibetano que no pudo ser
Agencia Uno

Censura cultural en el Museo Nacional de Bellas Artes: El Mandala tibetano que no pudo ser

Por: Fernando Salinas | 22.07.2025
La realización del Mandala de arena no implicaba debate político ni ideológico. Solo era una expresión artística y espiritual. A pesar de ello, fue suspendida. El Gobierno de Chile cedió nuevamente ante la presión de una potencia que parece priorizar sus intereses diplomáticos por sobre los valores de libertad cultural, expresión y derecho a la diversidad.

Entre el 30 de julio y el 4 de agosto, un grupo de monjes budistas tibetanos tenía previsto construir un Mandala de arena en el Hall Central del Museo Nacional de Bellas Artes, en el contexto de la gira latinoamericana Artes Místicas del Tíbet.

La palabra mandala, del sánscrito, significa “círculo sagrado” o “centro y su entorno”. En el budismo tibetano, los mandalas son representaciones simbólicas del universo: mapas espirituales que señalan la morada de una deidad o un estado elevado de conciencia. Aunque originarios de la India antigua, fue en el Tíbet donde se perfeccionó la tradición de elaborarlos con arenas naturales de colores, una práctica que fusiona arte, meditación, ritual y enseñanza.

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El museo acogió la propuesta con entusiasmo, coordinando equipos de producción y comunicaciones para que miles de chilenos pudieran contemplar esta experiencia artística ancestral. Todo estaba listo.

Sin embargo, el viernes 18 de julio, la organización Amigos del Tíbet Chile, que gestionaba la visita de los monjes, fue notificada por la dirección del museo de que, por orden de una instancia superior, el evento debía ser cancelado.

Un poco de historia

En 1949, el régimen chino de Mao Zedong invadió el Tíbet, un país situado en la meseta tibetana, en Asia, al noreste del Himalaya. El Dalai Lama, líder espiritual y político, intentó negociar con la nueva autoridad, pero en 1959 se vio obligado a huir clandestinamente hacia la India, donde permanece en el exilio hasta hoy.

Desde entonces, China ha impuesto políticas de aculturación sistemática. Se calcula que entre 1950 y el fin de la Revolución Cultural murieron aproximadamente 1.200.000 tibetanos por violencia, persecución o hambre -equivalente a un 20 % de la población-. Durante la Revolución Cultural (1966–1976), más del 90% de los monasterios budistas fueron destruidos o profanados, y más de 6.000 templos fueron arrasados.

Asimismo, China emprendió una estrategia de repoblación para convertir a los tibetanos en minoría en su propio territorio. Más recientemente, ha sustituido deliberadamente el topónimo “Tíbet” por “Xizang” en documentos diplomáticos y mapas internacionales, una maniobra lingüística que busca borrar la identidad tibetana (estrategia similar a la de Donald Trump con el Golfo de México).

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El alcance global de la represión

La presión de Beijing no se limita a las fronteras del Tíbet; se extiende globalmente mediante campañas diplomáticas que inhiben actividades tibetanas y visitas del Dalai Lama. Esta censura internacional intenta establecer una narrativa que desconozca la rica pluralidad cultural tibetana.

En Chile, en 2006, la visita del Dalai Lama fue un momento histórico: recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Santiago, participó en encuentros académicos en la Universidad de Chile, un diálogo interreligioso en la Universidad Católica y encabezó el seminario Exploración de la mente en la ciencia y el budismo, que contó con destacados neurocientíficos nacionales e internacionales, constituyéndose en el primero de su tipo en América Latina.

La única institución que se negó a recibirlo fue el Gobierno de Chile.

Esta vez fue diferente… o igual

La realización del Mandala de arena no implicaba debate político ni ideológico. Solo era una expresión artística y espiritual. A pesar de ello, fue suspendida. El Gobierno de Chile cedió nuevamente ante la presión de una potencia que parece priorizar sus intereses diplomáticos por sobre los valores de libertad cultural, expresión y derecho a la diversidad.

Consentir la censura de una expresión espiritual milenaria -y de una cultura que lucha por sobrevivir- no solo es una señal preocupante de subordinación diplomática, sino también un acto de complicidad con el intento sistemático de borrar al Tíbet de la historia.

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