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La decadencia mental como metáfora política
Foto: Agencia Uno

La decadencia mental como metáfora política

Por: Capitán Cianuro | 11.07.2025
En sus últimas intervenciones públicas, Matthei ha evidenciado ligeras confusiones y omisiones que podrían reflejar un desgaste mental progresivo. Si bien sus cercanos intentan minimizar estos episodios, su discurso interrumpido y ciertos olvidos relevantes generan inquietud sobre un eventual cuadro neurodegenerativo en desarrollo.

La derecha chilena enfrenta hoy un problema estructural y profundo. Más de un millón cuatrocientos mil ciudadanos acudieron el domingo 29 de junio a las primarias de la izquierda, demostrando que ese sector mantiene la capacidad de convocar a sus bases y proyectar un mínimo de cohesión, mientras la oposición permanece desorientada.

Actualmente, la derecha cuenta con tres candidatos: dos ligados abiertamente a la ultraderecha y una figura tradicional, Evelyn Matthei, quien comienza a evidenciar señales preocupantes de deterioro cognitivo, síntomas que algunos comparan con un cuadro neurodegenerativo incipiente. Esta situación ya es visible incluso para sus propios adherentes.

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Si bien resulta triste constatar estas señales en Matthei, lo realmente grave para la derecha es que, con estos tres nombres, su posibilidad de gobernar se desvanece. Sus discursos carecen de propuestas reales y se limitan a promover el odio y perpetuar el miedo, esa sombra que instalaron por décadas con consignas como “los comunistas se comen a las guaguas”. Lo paradójico es que, dentro de la derecha, son capaces de devorarse entre ellos con crueldad; si no, pregúntenle al padre de Macaya, símbolo de la doble moral que tanto daño ha causado en su sector.

El problema de fondo es aún mayor. Todos sus “no” se han convertido en una condena social. Carecen de un proyecto de país y solo ofrecen vetos y rechazo a cualquier cambio. Esta estrategia puede servir para bloquear reformas en el Congreso, pero jamás para conquistar mayorías sociales que exigen respuestas concretas en materia de seguridad, desigualdad y futuro económico.

Incluso sus propios militantes critican o abandonan abruptamente sus comandos, como ocurrió con el entorno de Matthei, “la mujer de las tijeras de podar”, mientras el cuestionado Rodolfo Carter migra al equipo de Kast en busca de un mejor lugar en la lista.

El desgaste mental y político de Evelyn Matthei ya no puede ocultarse. Sus respuestas en entrevistas quedan inconclusas, su discurso carece de coherencia interna y su lenguaje corporal refleja una fatiga evidente. Es complejo ver cómo una figura que, pese a sus errores y su dureza histórica, alguna vez representó capacidad técnica y de gestión, hoy balbucea ideas sin lograr hilarlas, como si su mente se encontrara cada día más nublada o lejana, podía ser estrés, quién sabe.

La derecha chilena, fiel a su pragmatismo tradicional, debería preguntarse si realmente desea llevar a La Moneda a una figura en ese estado. ¿Aspiran a tener un Joe Biden chileno -en sus últimos días de deterioro que se le vio a este sujeto- con todas las limitaciones y confusiones que eso implica para el ejercicio del poder?

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Es una interrogante legítima que muchos en su sector se plantean en privado, pero que nadie se atreve a formular en público. La lealtad ciega y el cálculo electoral pesan más que el bienestar del país.

Por otro lado, los otros dos candidatos del sector, ambos de ultraderecha, tampoco ofrecen un panorama alentador. Sus discursos se basan en el miedo, la rabia y la nostalgia de un Chile que ya no existe. Prometen orden a costa de derechos, crecimiento a costa de aumentar las injusticia y orden a costa de represión. Con ese menú, difícilmente entusiasmarán a una ciudadanía profundamente desconfiada de promesas vacías y liderazgos autoritarios.

En definitiva, la derecha chilena enfrenta su propio laberinto. Sus liderazgos se enfrentan entre sí sin entender que su problema es mucho más de fondo: su proyecto político está agotado, sus ideas anquilosadas y sus figuras más relevantes, deterioradas. Hoy, más que generar propuestas, administran miedos. Más que convocar sueños, siembran odio. Y más que proyectar futuro, se aferran al pasado.

Frente a un oficialismo que tuvo su desgaste real, con una izquierda que tampoco vivía sus mejores días, la derecha tenía la oportunidad de presentarse como una alternativa seria y moderna. Sin embargo, eligió la decadencia: liderazgos cansados, ideas añejas y un discurso de odio que profundiza su desconexión con la sociedad.

Evelyn Matthei es el símbolo de este ocaso. Sus respuestas confusas y su mirada perdida reflejan a una derecha que ha extraviado su horizonte. Su estado mental es la metáfora perfecta de su sector: deteriorado, sin claridad ni visión. Si la derecha chilena no reacciona pronto y asume la urgencia de liderazgos lúcidos, ideas renovadas y un verdadero proyecto de país, solo le quedará ver cómo la historia la deja atrás, convertida en un recuerdo borroso de lo que alguna pudo ser.

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