
Los sesgos y la medicina
Los diccionarios de la lengua que hemos heredado se refieren a sesgo como algo oblicuo o torcido. Pero el término es mucho más complejo que eso y, abordar lo que producto de nuestra experiencia en el mundo termina funcionando como sesgos cognitivos, lo es mucho más.
En esta columna intento hacer visible como al entrar cotidianamente a espacios sanitarios y educativos, al relacionarnos con diferentes personas, hacemos juicios sin darnos cuenta de ello la mayoría de las veces. Esos espacios suelen ser jerarquizados y todo esto nos expone a una simbología y juego de sesgos cognitivos sobre los que vale la pena detenerse y reflexionar.
¿Por qué pienso lo que pienso? ¿Por qué hay juicios que tienden a ser compartidos con otros? Intentaré descifrarlo en parte, dejando en claro desde ya la necesidad de deshacerse de prácticas injustas, dado que la importancia de descifrar los sesgos cognitivos en la medicina radica en los errores posibles de cometer en las decisiones diagnósticas y terapéuticas.
Hay teorías que explican que al razonar y tomar decisiones nos fundamentamos en un sistema cognitivo intuitivo y otro analítico. El riesgo de la inmediatez propia de la era, y de ampararse desequilibradamente en lo intuitivo nos expone a tomar decisiones que son fáciles, pero altamente riesgosas de estar equivocadas.
Nuestros sesgos nos conducen a caminos superficiales e inciertos, los vamos acumulando sin darnos cuenta y ellos actúan haciendo una especie de clasificación mental de fácil disposición para rotular situaciones y personas. El problema es que, en el espacio sanitario, donde quienes consultan ya solo por tener una condición de pérdida de su bienestar, son vulnerables, pueden ser víctimas de nuestros sesgos y por eso doblemente vulnerables.
En la teoría de Miranda Fricker, filósofa inglesa, son las personas marginalizadas de la sociedad por distintas razones, quienes más serán vulneradas por nuestros sesgos cognitivos, en concreto: situarse en la pobreza, bajo nivel de educación, ser migrante, menor de edad, mujer, y algunas condiciones de salud específicas, etc., hacen a estas personas “menos creíbles” y con ello correr el riesgo de ser dañados en sus testimonios.
Algunos de ellos, por no tener recursos lingüísticos o interpretativos de las situaciones que les afectan en el espacio social donde desarrollan sus vidas, les costará entender, hacerse entender y en esa dificultad de entendimiento, una vía rápida en situaciones más apremiantes como las consultas de urgencia, donde falta tiempo y recursos, permitirá que prevalezca lo intuicionista más que lo analítico, lo cual es práctico, pero no necesariamente correcto.
A diferencia de lo anterior, el desafío cotidiano a que nos exponen situaciones cambiantes y complejas de la medicina, donde los atajos mentales son insuficientes, es echar mano a los análisis en profundidad, a la necesidad de practicar una forma de pensar pausada, que nos permita desarmar sesgos que incluso no son autoimpuestos.
Se han descrito diversas estrategias, y en nuestro trabajo con estudiantes de medicina en la Universidad de Valparaíso, son las narrativas, las que se han convertido en la heurística de la reflexividad, donde el conocimiento se construye participativamente escuchando, pensando y compartiendo lo que se piensa, captando verdades y perspectivas que aparecen en un ambiente educativo amable que invita al diálogo.
El desarrollo de estas habilidades me parece esencial, más aún en la era en que la superficialidad comunicativa impuesta por redes sociales y tecnologías que no confirmamos con rigurosidad tiende a trampear en nuestra conformación cognitiva. ¿Cuál es la razón de nuestro actuar hacia ciertos estereotipos?
Estas cuestiones merecen ser exploradas con calma y profundidad. Eso pretendemos hacer en las próximas jornadas de medicina narrativa y humanismo en salud 2026, que dedican sus esfuerzos a la justicia epistémica.
Quienes deseen tener más detalles de la actividad se pueden comunicar a [email protected]