
El ocaso del Partido Social Cristiano y el despertar evangélico: "No en nuestro nombre"
La reciente bajada de la candidatura presidencial de Francesca Muñoz y el inmediato respaldo del Partido Social Cristiano (PSC) a José Antonio Kast no es solo un giro electoral predecible. Es la evidencia del agotamiento de un proyecto político que, por años, ha intentado monopolizar la voz del mundo evangélico chileno sin lograr representar su diversidad ni su verdadera vocación espiritual.
El PSC ha sostenido su relato en una imagen ya desgastada: la del pueblo evangélico como un rebaño obediente, conservador y fácilmente manipulable desde el púlpito. Pero esa caricatura ya no refleja a nuestras comunidades.
Hoy, muchas iglesias se están organizando, cuestionando, dialogando con la realidad social. Crece el número de creyentes que entienden que la fe no se reduce a votar por miedo ni a seguir órdenes eclesiásticas, y que el Evangelio no cabe en un panfleto ni en una consigna electoral.
El mensaje de Jesús -buenas noticias para los pobres, libertad para los cautivos, justicia para los oprimidos- no se alinea con quienes promueven la exclusión, el autoritarismo o el castigo como respuesta política. La fe no es un instrumento de control, sino una fuente de dignidad, comunidad y vida nueva.
El PSC creyó que podía hablar por todas las iglesias evangélicas desde una lógica vertical y pactos con sectores ultraconservadores. Pero la irrelevancia de su candidatura y la indiferencia frente a su retiro muestran lo contrario: su representatividad es más narrativa que real. Su adhesión a Kast no es un gesto de unidad, sino un síntoma de aislamiento. No movilizan ni encarnan la esperanza del pueblo creyente.
Y, sin embargo, algo nuevo está naciendo. Hay creyentes que se rebelan contra la instrumentalización de su espiritualidad. Que entienden que defender la vida también es defender los derechos humanos, la salud pública, la justicia ambiental y la igualdad de género. Que oran, sí, pero también votan con conciencia, se organizan y rechazan los discursos de odio.
La política, para quienes creemos en el Evangelio, no puede estar al servicio del miedo ni del privilegio, sino de la transformación social. Tiene que ver con la salud de nuestras vecinas, con cómo caminan nuestras hijas por la noche, con los derechos que tienen quienes viven en las poblaciones marginadas. La fe no se practica solo en el templo: se encarna en la calle, en la junta de vecinos, en la olla común.
El PSC creyó que podía capturar la religiosidad popular desde el Parlamento. Pero la verdadera iglesia evangélica está en los cerros, en las ferias, en los campamentos. Allí donde la oración se mezcla con organización, y la esperanza con lucha.
Ese es el verdadero despertar evangélico: el que no responde a las élites ni a las siglas, sino a una convicción profunda de que fe y justicia caminan juntas. Porque Dios no habita en los pactos con el poder, sino en la dignidad que el pueblo creyente ya no está dispuesto a entregar.