
El voto estratégico
Ad portas de las elecciones primarias que definirán al próximo abanderado presidencial de la izquierda y centro-izquierda, uno de los argumentos para disuadir de votar por uno u otro candidato ha sido el del “voto útil”, o “voto estratégico”: quién tiene más posibilidades de vencer a las derechas en una eventual segunda vuelta.
Al respecto, tal como creo que bajó en algunas izquierdas la escala para definir el verbo transformación (cuestión que, particularmente en relación al Frente Amplio, argumenté en una columna pasada en este medio: El legado de Boric ¿habrá continuidad?), también, me parece, se han ido relajando las métricas para definir en qué consiste derrotar a las derechas.
¿Cómo llegamos al punto de que victorias electorales se hicieron sinónimo de victorias políticas? ¿Qué de estrategia tiene un “voto estratégico”, como ese que llama a votar por Carolina Tohá?
Una de las características del espíritu destituyente de nuestra época es la aminoración de la imaginación política, lo que limita a los sectores conservadores el ingenio para mantener el poder, mientras que en los sectores transformadores disminuye la creatividad espacio-temporal para enfrentarlo.
Al aminorar la imaginación política espacial, lo instituido, en tanto institución en-otra-época-ya-imaginada (bajo correlaciones de fuerza imaginativa envejecidas), adquiere estatuto de imprescindible incluso a pesar de su crisis. Esto, porque la institucionalidad actual se vuelve el único espacio iluminado donde es posible trazar con meridiana claridad el desenvolvimiento de la política al establecer reglamentariamente qué se hace, qué se puede y qué no.
Pero la disputa de poder, con perspectiva transformadora, desborda por naturaleza el espacio político ya imaginado, y sin capacidad imaginativa, la política más allá de los pergaminos institucionales se vuelve un descampado en tinieblas.
A la extralimitación del espacio político se suma la incerteza del tiempo. La época destituyente recorta las expectativas en torno al futuro, por lo que el tiempo lato de los procesos sociales se torna inconmensurable.
Sus unidades de medición se vuelven inconcebibles. El lento tiempo de la construcción de fuerza social por abajo excede con creces las expectativas ansiosas de las militancias contemporáneas, y las divisiones cuaternarias de las representaciones institucionales aparecen como el único reloj para conmensurar el gris tiempo de la política.
Con la afantasía política, entonces, la proyección del tiempo y del espacio político se va secando y la respuesta a la clásica pregunta ¿qué hacer? se va disipando. Y como contrapeso, entonces, el tiempo-espacio político ya imaginado brinda de una claridad mediocre a las izquierdas desorientadas estratégicamente.
En este interregno gris de la política actual, el contenido sustantivo de la disputa democrática se evapora, quedando como certeza únicamente el esqueleto de su andamiaje formal: la mecánica electoral y las delegaciones gubernamentales, parlamentarias, alcaldicias, etc.
De allí que las elecciones se hayan vuelto tan gravitantes para las militancias y la planificación espacio-temporales de sus quehaceres confundidos. Así respondo, entonces, a la primera pregunta: cómo se llegó al punto que victorias electorales se hicieron sinónimo de victorias políticas.
En cuanto a la segunda pregunta, el voto estratégico no es estratégico sin estrategia, y vencer electoralmente a las derechas no es una estrategia en sí. Para llegar a determinar el carácter estratégico del voto, habría que responder la pregunta matriz (pregunta, dicho sea de paso, pendiente desde hace más de cuatro años): qué función histórica le cabe a un gobierno de izquierdas o centro-izquierdas en este momento específico de los procesos sociales.
Suspender momentáneamente el ascenso de las derechas al gobierno no es suficiente respuesta, pues se hizo evidente la insuficiencia estratégica del argumento de 2021: “que salga Boric para que no salga Kast”.
Ad portas de las elecciones primarias que definirán al próximo abanderado presidencial de la izquierda y centro-izquierda, no es mucho lo que se ha dilucidado en términos estratégicos en los últimos años (me temo que por la misma comodidad institucional, que viciosamente tiende a desincentivar la exigente imaginación espacio-temporal transformadora), y nombrar así por marketing electoral al voto no salda las respuestas pendientes de cara a lo que viene.