
Kast continúa sonriendo
Hace casi siete años publique en este mismo medio la columna titulada "La sonrisa de José Antonio Kast y la imposibilidad de diálogo con los intolerantes", donde me centré en este personaje y lo describí como un populista autoritario emergente.
Allí describía la "sonrisa de Kast” como una estrategia retórica que le permitía enunciar "barbaridades" con afabilidad, ganándose la simpatía de sus oponentes, quienes, al hablar con él, legitimaban su existencia y su discurso. La sonrisa de JAK, escribía, era una trampa que escondía un profundo desprecio por el interlocutor y cuestionaba la base misma del diálogo democrático.
En la columna hablaba de este populismo como neoliberal, católico y conservador, que utilizaba el orden institucional al mismo tiempo que socava las instituciones democráticas, tanto estatales como comunitarias. El manual del buen populista/fascista funcionaba a la perfección construyendo sus verdades a partir de la negación y tergiversación de los hechos de la realidad.
Hace casi siete años decía que Kast y sus seguidores buscan socavar el sentido común nacional, reemplazándolo por uno autoritario, sin que hubiera un contradiscurso potente que lo enfrentara. El huevo de la serpiente autoritaria estaba a punto de eclosionar.
Pues bien, después de siete años, la derecha chilena, por primera vez en su historia, ofrece al mercado político tres precandidatos de extrema derecha, incluyendo a Kaiser y a Mathei, programáticamente indistinguibles unos de otros.
Al trío se suma el exótico y, por ahora, marginal, Parisi. Todo lo que, por lo menos en la teoría, se consideraba la derecha más o menos “civilizada” ha desaparecido del mapa, aunque al final aportará con sus votos a una de las opciones.
El huevo de la serpiente ya eclosionó y el código, los temas y las soluciones a los problemas sociales propuestos por la extrema derecha son los de toda la derecha y de una parte importante de aquello que todavía se denomina izquierda y centroizquierda. Triunfo total. En rigor, poco importa quien gane las próximas elecciones. El sentido común nacional y mundial camina en dirección autoritaria. Y por ahora es imparable. Trump ganó, perdió y volvió a ganar.
Las hegemonías ideológicas no tienen que ver necesariamente con números. Y son, siempre, sociopolíticas, no sólo políticas. Hay unos líderes autoritarios porque hay sociedades autoritarias dispuestas a renunciar a su libertad y viceversa. El monstruo está dentro de nosotros mismos.
Durante los treinta años gloriosos de la llamada transición a la democracia, liderada en su mayor parte por la Concertación, la UDI fue la extrema derecha pinochetista, gremialista y fascistoide encubierta. Bastó el agotamiento del régimen de la transición para que mostraran lo que nunca dejaron de ser: excluyentes, autoritarios, xenófobos, crueles, chauvinistas y herederos de un golpe de Estado cruento.
Parte de ellos permaneció dentro de lo que ahora se llama derecha convencional o tradicional, pero una parte importante se acogió a la llamada aparentemente más radical de Kast y después de Kaiser. Y mezclaron su viejo pinochetismo y neoliberalismo con minarquismo, soberanismo, paleolibertarismo, anarcocapitalismo y otras variantes del paroxismo ultraderechista. Hicieron un menjunje con Friedman y Rothbard e imitaron a Trump y a Milei. Caricaturas de caricaturas.
Paralelamente, con la derrota/fracaso de la revuelta de octubre y del proceso constituyente posterior, sumado al voto obligatorio, emergió un pueblo resentido, agresivo, xenófobo y dispuesto a actuar en contra de sus propios intereses. Se repite el guion clásico de la aparición en la historia de los populismos y/o fascismos. El círculo se cerró y ahora tenemos el peor escenario político, en completa sintonía con la ola reaccionaria mundial: pueblos resentidos y asustados dispuestos a entregar su libertad a los mercaderes del miedo que ofrecen promesas que nunca van a cumplir.
En este guion clásico se repite también la pasividad o incapacidad de los regímenes democráticos y las fuerzas de izquierda para contener el avance de movimientos autoritarios, permitiendo que se presentaran como una alternativa de orden y salvación nacional.
Los autoritarismos y fascismos siempre se han disfrazado de defensores de la democracia y del orden, enfatizando y exagerando temas como la inmigración, la inseguridad y la corrupción. Esto contribuyó a normalizar y banalizar propuestas antidemocráticas, presentándolas como respuestas legítimas a problemas sociales que ellos mismos contribuyeron a crear o amplificar. La historia se repite como parodia, pero por ello no deja de ser cruel.
En la columna ya citada sostenía que es imposible dialogar con estos personajes, ya que su retórica niega la posibilidad de un intercambio de opiniones en igualdad de condiciones. No se debe dialogar con quienes defienden a torturadores y asesinos. Proponía el ostracismo, la desafección y el silencio dialógico como respuesta a sus discursos, y el enfrentamiento legal, político y callejero cuando sus acciones afecten, excluyan, persigan o discriminen.
Pero ya es demasiado tarde para detener la ofensiva reaccionaria y oscurantista en su fase embrionaria. Entramos en una necesaria fase de resistencia antifascista o antiautoritaria, que habrá que redefinir y adecuar a la situación contemporánea en Chile y el mundo.
Se trata ahora de invertir las energías políticas en reconstruir el tejido social desarticulado durante las décadas de individualismo neoliberal, redefiniendo el campo discursivo, ahuyentar el monstruo social y así contribuir a evitar que Kast y otros como él continúen sonriendo.