
Primaria oficialista: Las transformaciones necesarias para Chile
El valor político de la primaria del progresismo y la izquierda -además de ser la oportunidad para expresar con la mayor claridad posible la visión país de cada sector-, consiste en saber respetar la promesa hecha pública en el sentido que, al cabo del proceso acordado, cada sector apoyará lealmente a quien resulte ganadora o ganador.
Ese es el compromiso y por lo tanto es la regla de oro de todo el proceso.
Las posiciones políticas que surjan en ese marco son legítimas y necesarias. Será del despliegue de la visión que cada sector haya logrado acumular y del apoyo ciudadano que dichas posiciones conciten, de donde tendrá que surgir el líder o la lideresa que encabece al sector en la próxima elección presidencial.
Existen otras implicancias futuras. En lo que refiere a la primaria, empero, eso es lo que la define, según se puede desprender de distintas instancias en que las y los candidatos y líderes políticos de las distintas “almas” en disputa, han sostenido públicamente.
No existe por tanto razón alguna para dudar de la palabra empeñada, en circunstancias que se trata de dirigentes políticos serios, legítimos representantes de las corrientes de pensamiento que están representando en estas primarias.
Dicho aquello, y en el contexto del proceso de primarias en curso, mi opción es por el actual Diputado Gonzalo Winter.
¿Por qué Winter?
Porque lo que en mi opinión Chile necesita es un proyecto país que apunte a salir de esta etapa gris en la que nos ha metido el neoliberalismo, lo que pasa por abordar sus desafíos presentes y futuros en el marco de transiciones y dilemas que reconfiguran no solo economías y formas de gobierno, sino también a la política y al mismo Estado en la forma en que existe hoy.
Entre las transiciones más visibles en curso cabe mencionar:
La energética y climática, con el imperativo de reemplazar los combustibles fósiles por fuentes renovables ante la urgencia de la crisis climática;
La tecnológica y digital, impulsada por la inteligencia artificial y la automatización, que redefine el trabajo, la educación y el poder;
La geopolítica, con un orden mundial en transformación y una creciente competencia entre potencias que hace plantearse desarrollar una visión internacional que considere actores mundiales orientados, como el BRICS, al multilateralismo y la colaboración y no al dominio supremacista;
La demográfica y social, con migraciones masivas, envejecimiento de la población y nuevas dinámicas poblacionales.
Se trata de desafíos que adquieren mayor relevancia ante el aumento de la concentración de la riqueza en el 1% más rico y el consiguiente crecimiento exponencial de las desigualdades sociales; deterioro de las instituciones democráticas en los niveles nacionales y globales, a lo que se le une el descredito de la política.
En el marco de ese complejo escenario, que compartimos con otros pueblos y naciones, cabe hacer mención al desafío que define la necesidad de un proyecto político moderno y justo para Chile, cual es superar el Estado subsidiario sobre el que se ha sustentado el neoliberalismo en nuestro país.
El propósito de fondo es construir un Estado social y democrático de derecho, orientado a la justicia social y al desarrollo económico con democracia sustantiva y pluralismo político, que permita enfrentar la exclusión y cerrar el paso al crimen organizado como falsa alternativa de bienestar.
En esos esfuerzos identificamos claramente y sin rodeos la lucha por recuperar la democracia que culminó con el triunfo del NO en el plebiscito de 1988, y la ampliación de derechos sociales y políticos durante los gobiernos democráticos tras la dictadura, incluyendo por cierto al actual Gobierno del Presidente Boric.
Para quienes nos reconocemos de la cultura socialista, el hito de esta larga trayectoria de lucha social y política lo reconocemos en el gobierno del Presidente Salvador Allende.
Justamente en atención a los aprendizajes del pasado, pero también a la luz del ensimismamiento en que ha transcurrido la política este último tiempo, encerrada en las cuatro paredes de las instituciones del Estado, con nula presencia social, quedará como un déficit evidente la ausencia ciudadana en lo que a participación política se refiere, salvo la obligatoriedad del voto.
Sin ciudadanía activa difícilmente podrá haber transformaciones sustantivas, sostenibles y de largo plazo. Ese objetivo sigue siendo esencial para que la democracia deje de ser percibida, con justa razón por lo demás, como un cascarón vacío que solo sirve a la elite.