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Chile: Ser o estar en la derecha
Agencia Uno

Chile: Ser o estar en la derecha

Por: Arnaldo Delgado | 09.06.2025
Si Chile no es de derechas (en tanto un ser derechista estable), está elásticamente derechizado (en tanto estar siendo derechista, es decir, circunstancial), pero como todo elástico que se tensa, al mínimo descuido, se devuelve, o peor, se corta. Es lo que está por verse en el próximo gobierno y parlamento si es que ambos son de derechas.

Según Nelly Richard, en una entrevista reciente con The Clinic, “habitamos un país completamente derechizado”. Para argumentar, alude a un choque de ritmos vitales, a cambios fuertes de velocidades y direcciones, cosa que abrió el campo para una contraofensiva derechista.

El ritmo vertiginoso que habría comenzado en 2018, con el mayo feminista, continuado en 2019 con el estallido, de pronto se habría visto frenado por la pandemia: “La pandemia aísla los cuerpos de lo colectivo y secuestra horizontes de futuro durante un tiempo que parecía de fin de mundo”, dice. No obstante lo interesante de metaforizar así el fenómeno, me gustaría problematizar algunos términos de la tesis con tal de revisar la consistencia de esa derechización.

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Para esto, la diferencia del verbo ser y estar es clave para la lectura política del periodo: la sociedad chilena no es de derechas, sino que está en la derecha. Para entrar a argumentar, me gustaría sí partir con una discrepancia: el comienzo de la secuencia, que ella cifra en 2018.

Cuando uno hace una genealogía de los conflictos sociales que culminan en el estallido, generalmente atiende a los grandes movimientos nacionales: el movimiento estudiantil de 2011, el movimiento No+AFP de 2016 y el movimiento feminista de 2018.

Sin embargo, me parecen más concordantes con la energía del estallido otros movimientos, focalizados comunalmente, pero no por ello aislados; movimientos que generaron un cortocircuito frontal entre comunidad y Estado, entre vivir cotidiano y estado de derecho, y entre pueblo y ciudadanía: Aysén y Freirina en 2012, Chiloé en 2016, Puchuncaví y Quintero en 2018.

Estos movimientos comunales y provinciales hicieron colapsar, aunque momentáneamente, la institucionalidad democrática, es decir, la estructura de la ciudadanía, a diferencia de los tres grandes movimientos nacionales que, aunque críticos con el sistema, enmarcan sus formas organizativas y manifestantes dentro de las permisiones del estado de derecho. De allí que estos movimientos comunales-provinciales sean ineludibles para comprender el estallido.

Ahora bien: si conjugamos ambas potencias críticas, la intra-ciudadana (movimiento estudiantil, No+AFP, mayo feminista), y la extra-ciudadana (Aysén, Freirina, Chiloé, Puchuncaví, Quintero), podemos hacernos una idea del agote de la institucionalidad democrática del Chile de las últimas décadas, o, es decir, la crisis del poder instituido.

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Antes que una derechización, en tanto identificación plena de la sociedad con las ideas de derechas, de lo que se ha tratado estos últimos tres años es de una impugnación política a quien administra el poder instituido; una impugnación cuyo talante anímico es el desencanto, el descrédito, la desesperanza y la desconfianza, pero cuyo contenido es elástico.

Tras la impotencia de futuro del primer proceso constitucional, y de lo estéril que tempranamente se tornó el gobierno de Boric, el contenido de la impugnación se estiró elásticamente a la derecha. Sin embargo, ser de derechas, implicaría que las derechas tienen capacidad de proponer un horizonte de certidumbre y certeza, y, con ello, que la gente pueda identificarse y confiar sus expectativas en ese marco de sentido.

Pero, si consideramos el agotamiento de la hegemonía neoliberal de las últimas décadas, difícilmente las derechas tienen certidumbre o certeza que ofrecer, difícilmente tienen confianza cobijante que proponer. Más bien, a propósito de la impotencia de futuro, se trata del refrito nostálgico de un pasado mitológico a restaurar: el de los 80s o 90s (dependiendo del marco de alianzas intra derechas) pero que nace por rebote opositor a quien encabeza el poder instituido.

Si Chile no es de derechas (en tanto un ser derechista estable), está elásticamente derechizado (en tanto estar siendo derechista, es decir, circunstancial), pero como todo elástico que se tensa, al mínimo descuido, se devuelve, o peor, se corta. Es lo que está por verse en el próximo gobierno y parlamento si es que ambos son de derechas.

Para terminar: decir que Chile se volvió de derechas, sin más, neutraliza el cambio de banda, como si el giro hubiese sido natural, o, peor aún, incondicionado (y esto no lo digo por Nelly Richard, sino que por varias y varios que sostienen la tesis de la derechización social).

Más bien, para desnaturalizar la tesis, y atender a sus causas, hay que analizar los términos de la disputa política de los últimos años y preguntarse, primero, cómo es que se estiró el elástico impugnador por banda derecha y, segundo, cuáles son las responsabilidades políticas de los partidos y liderazgos transformadores en ello, sobre todo del gobierno.

*Columna escrita el 5 de junio de 2025

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