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Preso por la prensa
Agencia Uno

Preso por la prensa

Por: Orion Aramayo Baltra | 02.06.2025
Si bien la sentencia judicial fue la que dictó una condena en libertad, la sentencia mediática ha sido la más cruel. En el futuro, espero que no se repitan más casos como el mío, donde la injusticia no solo está en las manos de los tribunales, sino también en las manos de los que escriben los titulares.

Hace más de un año mi vida dio un giro inesperado. Disparé en la vía pública, a metros de mi casa, injustificadamente, un hecho que, si bien fue un error, se convirtió en el punto de partida de una narrativa mediática que me etiquetó como "El pistolero de La Reina". Este título, creado por los medios, ha marcado mi vida desde entonces. No soy el único al que los medios han condenado de antemano.

Esta columna no es solo un ejercicio de autojusticia, sino un análisis de cómo el poder de la comunicación puede redefinir la realidad, transformar un hecho aislado en un juicio de carácter y, en muchos casos, aniquilar vidas enteras. Es, además, una reflexión sobre la desigualdad social y la desigualdad ante la ley, que se manifiesta de manera concreta y dolorosa en situaciones como la mía.

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En Chile, como en muchos otros países, la relación entre los medios de comunicación y el poder judicial se ha vuelto cada vez más estrecha. Los juicios no solo se llevan a cabo en los tribunales, sino también en las portadas, en los titulares, en los memes de las redes sociales.

Los periodistas, lejos de ser meros informantes, se convierten en jueces de la opinión pública, modelando la percepción de la gente mucho antes de que se dicte sentencia. ¿Qué pasa cuando una noticia, o mejor dicho, una narrativa, se convierte en un juicio anticipado que distorsiona los hechos?

La desigualdad social es un fenómeno estructural que afecta a amplias capas de la población. En el contexto de mi caso, la desigualdad ante la ley se evidenció de forma nítida. No fue mi perfil, como arquitecto y doctor en ciencias de la ingeniería, lo que determinó la forma en que se me juzgó. Fue el lugar en el que cometí el delito.

Al vivir en un barrio exclusivo, "La Reina Alta", el hecho de salir a disparar allí fue percibido de manera completamente distinta a si lo hubiera hecho en "La Pintana", donde, sin duda, nada de lo que me sucedió habría ocurrido. Esta desigualdad geográfica refleja cómo el contexto social y económico de un barrio determina el trato que una persona recibe ante la Ley.

La conmoción pública y su impacto en las decisiones judiciales se pudo apreciar cuando, en una ocasión, la corte de apelaciones rechazó el cambio de medida cautelar de prisión preventiva a arresto domiciliario, considerándome un peligro para la sociedad debido a la conmoción pública que había provocado.

Esta decisión se basaba en una percepción mediática sin sustento real, ya que la conmoción pública fue desestimada por unanimidad en el juicio oral, dado que no había evidencia. Este episodio demuestra cómo las percepciones creadas por los medios de comunicación pueden influir en las decisiones judiciales, muchas veces sin tener base en los hechos.

El poder de la prensa y su impacto en la justicia se puede ver en la narrativa mediática, muchas veces distorsionada, que tuvo una repercusión mayor que cualquier sentencia judicial. Fue la prensa quien construyó el "pistolero", una figura cargada de connotaciones que afectaron no solo mi proceso judicial, sino también mi vida familiar, social y profesional.

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Mientras tanto, las pruebas, los alegatos y la humanización del acusado fueron minimizados. En lugar de una historia de error y arrepentimiento, lo que se vendió fue una historia de violencia gratuita, un personaje que se ajustaba a la narrativa fácil del villano.

Es importante preguntarnos: ¿Hasta qué punto la justicia puede ser independiente de la opinión pública generada por los medios? Si bien los tribunales no deberían ser influenciados por los medios de comunicación, la realidad es que los jueces, fiscales y abogados no son ajenos a la presión social. En muchos casos, el poder de la opinión pública puede incluso alterar las decisiones judiciales, presionando para que se dicten sentencias más severas o, en casos de gran visibilidad, buscando dar respuesta a las demandas de una sociedad que exige castigo.

Pero más allá de los juicios legales, la condena pública impuesta por los medios tiene efectos devastadores. A lo largo de estos meses, me he visto enfrentado no solo a la penalidad de la justicia, sino también a la condena social. Las etiquetas impuestas por los medios son difíciles de remover. La figura del "pistolero" no es solo un estigma judicial, sino un peso que se lleva consigo en cada paso, en cada interacción, en cada nueva oportunidad que se presenta. La reconstrucción de la imagen pública es casi imposible cuando la narrativa que te define está tan arraigada en el imaginario colectivo.

Sin embargo, en medio de la adversidad, he encontrado en mi propio proceso una forma de superación y resiliencia. Si bien cometí un error, nunca he dejado de luchar por redimirme, por transformar el estigma en una plataforma de reflexión. A través de esta experiencia, he aprendido que una persona puede ser mucho más que el error que comete. La narrativa que los medios te imponen puede ser poderosa, pero no es la última palabra sobre quién eres ni sobre lo que puedes llegar a ser. No hay santo sin pecado, ni pecador sin futuro.

En conclusión, mi lucha no solo es por mi futuro, sino también por cambiar el enfoque de la prensa en el tratamiento de situaciones complejas como la mía. La justicia debe ser vista desde todos sus ángulos, no solo desde el juicio público. La presunción de inocencia y el derecho a la reparación deben ser garantizados, no solo por los tribunales, sino también por los medios de comunicación, quienes tienen una enorme responsabilidad en la construcción de la narrativa que se ofrece al público.

Mi historia no es única, pero en ella se reflejan las consecuencias de un sistema que, en su búsqueda de atención y morbo, olvida que detrás de cada titular hay un ser humano. Mi deseo es que esta reflexión no quede en las palabras de un hombre condenado por un error, sino que se convierta en una llamada de atención a todos aquellos que participan en la construcción de lo que entendemos como "justicia".

Si bien la sentencia judicial fue la que dictó una condena en libertad, la sentencia mediática ha sido la más cruel. En el futuro, espero que no se repitan más casos como el mío, donde la injusticia no solo está en las manos de los tribunales, sino también en las manos de los que escriben los titulares.

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