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La gallina de los huevos de oro
Agencia Uno

La gallina de los huevos de oro

Por: Álvaro Vogel Vallespir | 02.06.2025
La gallina de los huevos de oro es cuando los corruptos cuidan su bienestar sin importarle el costo y el daño que le genera el Estado y a la sociedad. Es hora de atrevernos a estudiar ética, es hora de educar sin miedo a la sociedad como corresponde. Pues los corruptos son una minoría que debemos erradicar.

Siempre se han presentado dicotomías en la arena política que suelen caer en desafortunadas ironías. Por ejemplo, la mayoría de los políticos dicen que son servidores públicos; regularmente inflan el pecho y señalan: "Trabajamos en el servicio público para usted"; no obstante, varios se sirven de los dineros públicos. Asimismo, no solo se trata de un mal chiste, ya que, al usar inapropiadamente los recursos de todos, cometen un acto ilícito que los aleja aún más de los ciudadanos.

Los actos de corrupción, tanto explícitos como implícitos de la clase política, socavan la democracia. Finalmente, la gente común debe votar por un establishment viciado y termina creyendo que es mejor dar el voto al "mal menor" en lugar de exigir transparencia. Ellos –los políticos– no se dan cuenta o lo maquillan muy bien. Normalizan el fraude a tal punto que me llego a cuestionar si conocen de forma real y práctica el concepto de ética, aunque -generalmente- no les debe importar en lo absoluto.

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En los tiempos de la colonia, los actos de corrupción fueron el pan de cada día; a fin de cuentas, el Rey nunca pisó el territorio americano en los trescientos años donde las tierras del mal conceptualizado Nuevo Mundo eran una inmensa despensa para subsidiar la vida, las guerras y los devenires del imperio español.

La nueva religión impuesta a los pueblos ancestrales era una abstracción a todas luces para una población nativa que sufrió cautiverios, esclavitud encubierta y legal. El conquistador no tenía mayor supervisión y hacía en la práctica lo que estimaba conveniente defraudando el quinto real (impuesto al rey). Al final del día, los actos ilícitos fueron normalizándose a tal punto que los juicios de residencia eran meros trámites y los cargos de poder se repartían entre ellos mismos, dando origen al nepotismo en nuestro suelo latino.

Cuando una situación se reitera por siglos, se transforma en un paradigma difícil de romper. Entonces, con la Independencia de Chile inauguramos al mismo tiempo los círculos de poder que se sostienen con actos de poca transparencia. Diego Portales –por ejemplo- se vio envuelto en un entuerto relacionado con el estanco del tabaco, lo que le permitió ganar monopólicamente dinero suficiente para codearse dentro de la elite política. Una vez al mando, va a plasmar por varias décadas su pensamiento en una constitución fuerte y autoritaria.

Claramente, los actos reñidos con la falta ética quedaban ocultos entre las paredes de ese círculo cerrado. Se han preguntado, ¿Cómo se mantenían en el poder tantas décadas conservadores y liberales por igual? Sencillamente, por un sistema electoral viciado donde el voto era manipulado mediante el cohecho. Empero, hay que reconocer que los liberales pusieron menos trabas y avanzaron al voto universal, aun cuando dejaron de lado a las mujeres como masa electoral. En síntesis, la oligarquía del siglo finisecular se sostuvo por medio de licenciosas formas de administrar a su antojo la soberanía popular.

A fines del siglo XIX, la cara más clara de la corrupción la vemos en las acciones monetarias que envuelven a la extracción del salitre. Deliberadamente se separaba parte de las ganancias para adormecer con dinero a la clase dominante de turno, asegurando una privatización eficaz para los inversionistas de otras latitudes. En tanto, el Estado se regocijaba con impuestos que lo enriquecieron de una manera nunca antes vista.

Desde una lógica capitalista, la industria del salitre fue un negocio bueno y rentable; sin embargo, la nula redistribución, la falta de leyes laborales y la desidia general de la oligarquía generaron un panorama desolador: una sociedad empobrecida que, cuando clamaba justicia, fue reprimida, encontrando su punto más álgido en los albores del siglo XX con dos sendas matanzas genocidas en tiempos de paz, Santa María de Iquique y la matanza de la “Coruña”, esta última bien olvidada por un ramillete de historiadores clásicos y actuales. Esta crisis social va de la mano de la “Corrupción del poder”

Vicente Huidobro -la puerta de entrada para la poesía latinoamericana- denunció en su famoso “Balance Patriótico” los actos de corrupción de los primeros cien años de vida republicana. En el texto, hay una pregunta clave del poeta que sigue vigente y debería hacernos pensar si ya ha pasado suficiente tiempo para proponernos como sociedad solucionar el problema. ¿Hasta cuándo tendrán la ingenuidad de creer que esa gente va a enmendarse y cambiar de un solo golpe sus manías del pasado, arraigadas hasta el fondo de las entrañas, como quien se cambia un paletó?

Antes de aventurar una respuesta a la interrogante del vate, permítanme algunas cosas más. Desde la recuperación de la democracia hasta ahora, los actos de apropiación mal habidos con el dinero público y privado no se han detenido.

Podríamos comenzar por los sobresueldos de los tiempos de Aylwin, llegando a las licencias médicas con fines de recreación pagadas por el Estado (para el sistema público), incluyendo incluso autoridades de esferas altas que deberían dar ejemplo de probidad. Sin embargo, no pretendo repetir ni menos enjuiciar los cientos de casos y malos ejemplos, pero sí advertir que no tiene color político este desfalco ya que es tristemente transversal.

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Volviendo a Huidobro, he modificado y estructurado su pregunta ligeramente: ¿Podemos cambiar la mentalidad de la clase dirigente? ¿Tiene solución este panorama social? Desde la perspectiva legal, creo que el margen de mejora es bien limitado, pues ya existen numerosas leyes, portales y organismos como la Contraloría.

Aun cuando existe el peso de la ley, siempre persisten ambigüedades y resquicios. Por ejemplo, la evasión y elusión fiscal por parte de las empresas que se aprovechan de los vacíos legales.

También se observan faltas intrínsecamente perversas, como cuando los parlamentarios registran su presencia en la sala y se retiran sin legislar, o cuando la falta de quórum impide la formación de una ley estando los congresistas presentes en el edificio del poder legislativo, pero no en la sala de votación.

Otro ejemplo es la deficiente atención al público, donde de seis puestos posibles, a menudo solo uno está operativo. Cada vez que ocurren situaciones como estas, se evidencia que la corrupción no es exclusiva de los políticos y de paso se sienta una mala percepción sobre la administración publica.

Sin embargo, tenemos una oportunidad única que es mejorar la educación pues buenos y exitosos ejemplos existen en otras latitudes. A pesar de esta posible salida, la educación sigue siendo un negocio costoso y un bien de mercado, pero estamos en una era donde el acceso a la enseñanza es más universal que nunca.

Por lo tanto, es ahora cuando debemos educar a las nuevas generaciones en conceptos elementales imperiosos de aprender: Estado de Derecho, Bien Común y, lo más importante, Ética.

¿Parece una utopía? Tal vez ya que la clase política nos da malos ejemplos de cómo violar estos principios, pero si los inculcamos de forma transversal en todos los niveles, sin un ápice de cálculo político partidista, lograremos a mediano plazo formar personas distintas, con una formación real del ciudadano honesto que todos queremos. Si velamos por el bien común y enseñamos conductas éticas desde temprana edad, podemos desafiar la idea de Rousseau sobre la bondad inherente del ser humano corrompida por la sociedad.

La gallina de los huevos de oro es cuando los corruptos cuidan su bienestar sin importarle el costo y el daño que le genera el Estado y a la sociedad. Es hora de atrevernos a estudiar ética, es hora de educar sin miedo a la sociedad como corresponde. Pues los corruptos son una minoría que debemos erradicar.

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