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Escuelas que sanan: La naturaleza como clave pedagógica ante la violencia escolar

Escuelas que sanan: La naturaleza como clave pedagógica ante la violencia escolar

Por: Felipe Kong y Ana María Vliegenthart | 15.05.2025
En un mundo cada vez más tecnologizado, y que se urbaniza a ritmos abrumadores volviéndose cada vez más desigual, volver a conectar a los estudiantes y profesores con la naturaleza podría ser la clave para crear aulas -y sociedades- más justas y pacíficas.

Nuestras aulas enfrentan una paradoja: mientras más avanzamos en tecnología, menos contacto tenemos con la naturaleza y los lazos comunitarios parecen desvanecerse. Violencia escolar, exclusión y comunidades educativas fracturadas se han convertido en síntomas crónicos de nuestros sistemas escolares.

En Chile, esta realidad golpea con especial fuerza: 8 de cada 10 docentes han presenciado actos de violencia (MINEDUC, 2023) y las denuncias por bullying aumentaron un 28% post pandemia (Superintendencia de Educación, 2023).

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Como educadores ambientales reconocemos que la educación tradicional fue clave en importantes avances científicos, tecnológicos y sociales, al proporcionarnos herramientas para comprender la vida en el planeta. No obstante, también es necesario reconocer sus límites, ya que, al priorizar la razón sobre otras formas de conocimiento, promovió una visión fragmentada, cortoplacista y desconectada de la complejidad del mundo.

Esta mirada reduccionista excluyó dimensiones esenciales como la ética, la emocionalidad, la espiritualidad y la esencia humana. Hoy, urge avanzar hacia una educación que integre saberes diversos y promueva la interdependencia, la diversidad y la justicia ambiental como bases para una convivencia más consciente y sostenible.

Este escenario socio-educativo nos interpela con una pregunta urgente: ¿dónde y cómo encontrar soluciones? Proponemos mirar más allá de los muros y ventanas de la sala de clases. Chile, con su geografía generosa, su biodiversidad única y su cultura, ofrece un entorno pedagógico maravilloso.

No se trata simplemente de “salir al patio o de paseo” o de hacer una excursión, sino de transformar los territorios (cualquiera que estos fuesen) en escenarios de aprendizaje profundo, donde se cultive la cooperación, el respeto por la vida y una convivencia más racional, consciente y empática.

La naturaleza reduce la violencia escolar

El “trastorno por déficit de naturaleza” se utiliza para describir las consecuencias negativas de la desconexión entre los niños y la naturaleza en todas sus formas, entre ellas, el aumento de la ansiedad, la hiperactividad y la agresividad.

La naturaleza entendida como un ecosistema, al carecer de jerarquías impuestas, ofrece un espacio donde los estudiantes interactúan en condiciones de igualdad. Un ejemplo concreto son los huertos escolares, donde niños y adolescentes trabajan cooperativamente, alejados de las dinámicas competitivas.

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Heike Freire (2011), experta en educación al aire libre, sostiene que los espacios naturales promueven la inclusión al presentar la diversidad como un valor intrínseco de la vida. En un bosque o un jardín, cada organismo -desde el árbol más alto hasta el musgo más pequeño- cumple una función esencial. Esta metáfora puede trasladarse al aula: proyectos como la reforestación o la observación de ecosistemas locales permiten que estudiantes con distintas capacidades, orígenes y personalidades encuentren roles complementarios.

Además, la justicia ambiental -concepto desarrollado por Lucie Sauvé (2010)- vincula la exclusión social con la degradación ecológica. Al analizar cómo los problemas ambientales afectan de manera desigual a las comunidades, los estudiantes desarrollan empatía histórica, corresponsabilidad y una conciencia crítica frente a las desigualdades, tanto en su entorno como dentro de la propia escuela. Esto se convierte en un componente ético fundamental de la educación: la coherencia entre lo que se enseña y lo que se vive.

La educación ambiental al aire libre se alinea con la teoría del aprendizaje situado de Lave & Wenger, donde el conocimiento se construye a través de la participación activa en comunidades de práctica. Un estudiante que aprende sobre erosión del suelo en el terreno, con sus manos en la tierra, no solo retiene mejor la información, sino que internaliza valores de responsabilidad y respeto mutuo.

La educación ambiental al aire libre no es un complemento opcional en el currículo, es una estrategia pedagógica real con el potencial de transformar las relaciones humanas. Como señala la UNESCO (2021), “no hay paz social posible sin sostenibilidad ambiental”. Las escuelas que integran espacios naturales y enfoques de justicia ambiental en su día a día reportan menores índices de violencia, mayor inclusión y climas de aula más positivos.

Para aprovechar este potencial se necesitan políticas públicas, las que aseguren como mínimo: proyectos y financiamiento de infraestructuras sostenibles en las escuelas (patios, huertos, aulas al aire libre), formación continua a los docentes en metodologías de educación ambiental aplicadas a la resolución de conflictos y aprendizaje activo, y criterios de justicia ambiental en los programas de convivencia escolar

En un mundo cada vez más tecnologizado, y que se urbaniza a ritmos abrumadores volviéndose cada vez más desigual, volver a conectar a los estudiantes y profesores con la naturaleza podría ser la clave para crear aulas -y sociedades- más justas y pacíficas.

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