
Pepe Mujica, anécdotas de un vitalista
El reciente fallecimiento del exmandatario uruguayo José Mujica ha calado hondo sobre todo en los jóvenes soñadores quienes crecimos inspirados en su forma de ver la vida. Y no exagero si afirmo que somos varios los que a muy temprana edad decidimos orientar nuestras profesiones hacia la preocupación por los asuntos sociales después de conocer algunos de sus discursos.
Sin embargo, para Mujica no basta con profesiones y conocimientos técnicos para vivir con compromiso la labor social. En 2014, gracias a una entrevista concedida para TVN en el programa “Mejor Hablar”, Mujica se refirió a sí mismo no como un profesional de la política, sino como un apasionado por ella. Su mensaje quiso decir que la formación del oficio tiene límites para cambiar las cosas, por lo que hace falta darle sentimiento.
Lo interesante es que en la lengua alemana el aspecto profesional y pasional de una labor están aunados en una misma palabra. Como lo hizo notar Max Weber, el concepto “Beruf” que se usa para referirse al oficio de una persona tiene su raíz en el sustantivo “llamado”, como sí fuera no una elección interesada, sino un destino moral, una vocación que te inclina a cumplir con ella.
Siendo fiel a este doble significado, ya sea mediante saberes prácticos o mediante arrebatos apasionados, el “Beruf” de Mujica fue siempre encender las fuerzas de la vida. El difunto Pepe fue un especialista en exprimir sus experiencias al máximo. Un vitalista en todas sus letras. Quiero resaltar este principio clave de su obra a través de dos anécdotas que expone Gaetano (2024) en uno de los libros más frescos sobre el personaje uruguayo.
La primera anécdota proviene de uno de los pocos relatos que decidió hacer público Mujica sobre su estadía en la cárcel. Este magnífico hombre cuenta que, junto a sus compañeros, entre torturas, amenazas y encierros, para pasar el tiempo en la cárcel dirigían su mirada al suelo pavimentado de cemento en búsqueda desesperada de hormigas y escarabajos en movimiento.
Pasaban horas contemplando la interacción entre estos insectos. Era su forma de ver la luz en medio de tanta oscuridad. Pepe Mujica ni en la más cruel de las situaciones perdió de vista a la vida. Se aferró con sus sentidos más puros al impulso creativo del mundo.
La segunda anécdota tiene que ver con su juventud, desenvuelta a las afueras de la capital uruguaya. Cuenta Mujica que durante su enseñanza media no tenía plata para pagar el pasaje del bus que lo trasladara a su escuela en la zona urbana de Montevideo. Pero siempre se quiso educar así que, para no dejarse vencer, empezó a cosechar flores de su huerta familiar en las madrugadas, las cuales vendía luego en las áreas transcurridas de la ciudad.
Todos los días se subía a la micro y acordaba una fianza de su pasaje con el chofer, con la esperanza de vender las flores a la gente de la ciudad y conseguir dinero suficiente para financiar su fianza y la vuelta a su hogar. Por supuesto, este plan lo implementaba después de su jornada escolar, por lo que no alcanzaba a tomar el bus del medio día. Pepe tenía que esperar toda la tarde hasta subirse al bus de la noche que lo dejara en su localidad.
Pero la vida siempre le trae recompensas al que es fiel con ella, y Pepe para pasar el rato de espera, empezó a leer de la biblioteca que estaba atrás del paradero. Se pasaba horas y horas leyendo a los clásicos literarios, hasta que llegó a dar con textos de historia que lo acercaran a la actividad política.
No se explica su ingenio ni su sabiduría sin este espontáneo acontecimiento. Menos el de un trabajador de la tierra que llegara a vestir la banda presidencial. Fuimos afortunados de que tal cadena de eventos ocurriera. No tendríamos a Pepe sino; el presidente florero, del oficio de hacer germinar el punto más bello y culmine de la vida de la planta.
Pepe fue un vitalista de todo corazón. La clave de su fuerza es su entendimiento sobre que la esperanza es biológica, es necesidad corporal. Su pensamiento puede estar lleno de inconsistencias a quienes lo enjuicien con parámetros intelectualistas, pero su voluntad fue siempre fue recta y una: La de vivir, vivir y vivir a toda causa.
Pepe llamó a los jóvenes a abrazar con todas sus fuerzas los detalles que tiene reservado el tiempo para inspirarnos. Hablo por una generación en que despertó interés en su figura a muy temprana edad, que fue madurando a medida que él envejecía o, mejor dicho, mientras se imprimía su singularidad en el mundo. En parte, somos producto de ese noble esfuerzo suyo.
Pepe se nos va, y en su testamento final, no deja de ser sincero con la vida. Cito un pasaje suyo:
"No me hagan estatua, no me pongan mi nombre en una calle. Si quieren homenajearme, planten un árbol".