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¿Cómo valorar la vida? Tres caminos para pensar más allá del dinero
Agencia Uno

¿Cómo valorar la vida? Tres caminos para pensar más allá del dinero

Por: Fernando Salinas | 10.05.2025
Tal vez el futuro no dependa de una sola idea revolucionaria, sino de unir lo mejor del pensamiento crítico, la ciencia consciente y la sabiduría ancestral. Aprender a valorar desde la vida, no desde el precio, puede ser el primer paso hacia una nueva forma de habitar el mundo.

En un mundo donde casi todo se mide en dinero, cada vez más voces cuestionan esa forma única de valorar. ¿Qué pasaría si en vez de preguntarnos cuánto cuesta algo, nos preguntáramos cuánto cuida la vida, cuánta energía útil emplea o cuán profundamente se relaciona con el mundo que lo rodea?

Desde distintos ámbitos -la filosofía, la ciencia y las culturas ancestrales-, emergen caminos que convergen en una crítica a la lógica mercantil que domina nuestras sociedades. Entre ellos, se destacan las propuestas de Félix Guattari y Arne Naess en el plano filosófico, Nicholas Georgescu-Roegen y Antonio y Alicia Valero en el plano científico, y los pueblos originarios de América en el plano espiritual.

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Félix Guattari, filósofo y psicoanalista, en su libro “Las tres ecologías, propuso pensar la ecología no solo como cuidado del medioambiente, sino también como una transformación de nuestras relaciones sociales y de nuestra vida mental. Llamó a esto ecosofía: una forma de sabiduría que nos ayuda a reconectar con la Tierra, con los otros y con nosotros mismos. Para él, la crisis ecológica también es una crisis del deseo y de la sensibilidad.

Lo que realmente tiene valor no es lo que genera ganancias, sino lo que sostiene la vida, despierta la creatividad y fortalece los vínculos. Esta idea dialoga con el pensamiento del filósofo noruego Arne Naess, quien desarrolló la ecología profunda, y también, de manera independiente, el concepto de ecosofía.

La ecología profunda sostiene que la solución ecológica planetaria implica un cambio en el sistema de vida que llevamos actualmente los humanos, no teniendo como objetivo alcanzar el bienestar a través del desarrollo material que trae el crecimiento económico, sino en una visión holística que reconozca la interdependencia de toda la vida en el planeta y que las sociedades humanas no desaten el vínculo existencial que tienen con la Naturaleza.

Según Naess, todos los seres vivos tienen un valor intrínseco, independiente de su utilidad para los humanos. El ser humano debe ampliar su sentido del “yo” hasta incluir el mundo natural, entendiendo que lo que le hacemos al planeta nos lo hacemos a nosotros mismos. Guattari y Naess, aunque diferentes, coinciden en algo sustancial: valorar la vida es vivir en conexión con ella. No como dueños, sino como parte de un todo.

En un plano distinto, pero complementario, Nicholas Georgescu-Roegen fue uno de los primeros economistas en advertir que la economía ignora las leyes fundamentales de la física. En su obra principal, “La ley de la entropía y el proceso económico”, sostuvo que todo proceso económico implica una pérdida de energía útil, un aumento de entropía, y que si seguimos ignorando ese costo invisible, agotaremos los recursos del planeta.

Inspirados por esta visión, los ingenieros Antonio y Alicia Valero, en su libro “Thanatia: Los límites minerales del planeta” proponen una forma de medir el verdadero costo físico de nuestras actividades: la exergía. Esta no se pregunta solo cuánto producimos, sino cuánto esfuerzo energético requiere y cuánta energía útil perdemos en el camino. Desde esta mirada, el valor real de las cosas está en su eficiencia energética, en su capacidad de respetar los límites de la naturaleza.

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En países como Chile, donde la economía depende fuertemente de la minería del cobre y el litio, el enfoque de la exergía permite ver un aspecto oculto por los precios internacionales: el alto costo energético y termodinámico de extraer recursos cada vez más diluidos en la corteza terrestre. Según Antonio y Alicia Valero, aunque estos minerales tienen gran valor económico, su procesamiento implica una pérdida significativa de exergía -es decir, de energía útil-, especialmente cuando se recurre a yacimientos de menor ley.

Esta perspectiva muestra que, más allá de su rentabilidad inmediata, estas actividades tienen un costo físico irreversible que debería ser parte de cualquier política de sostenibilidad. Medir ese deterioro no solo en dólares, sino en energía útil perdida, permite revalorizar el territorio desde los límites biofísicos que lo sostienen.

Pero mucho antes que estas ideas modernas, los pueblos originarios de América ya vivían según otra forma de comprender el valor. Para ellos, la Tierra no es un recurso, sino una madre viva. En sus cosmovisiones, la vida se organiza por principios de reciprocidad, equilibrio y respeto.

Conceptos como el sumak kawsay (buen vivir) en los Andes o el küme mongen (vida buena) en el mundo mapuche, expresan la idea de que la riqueza no está en tener más, sino en vivir en armonía con la comunidad y con la naturaleza. No se trata de dominar, sino de corresponder. Estos saberes no están en los libros de economía, pero contienen una de las claves más profundas para enfrentar el colapso ecológico: volver a sentir que somos parte del planeta Tierra, no sus dueños.

A pesar de provenir de mundos tan distintos, estos tres enfoques comparten una idea fundamental: el valor no se encuentra en el mercado, sino en aquello que sostiene la vida. Guattari y Naess nos enseñan a pensar la vida como relación; Georgescu-Roegen y los Valero, como sistema físico con límites; los pueblos originarios, como un entramado sagrado. Frente a un modelo económico que agota los cuerpos, la energía y los territorios, estas visiones nos ofrecen otras brújulas: más éticas, más sensibles, más respetuosas.

Tal vez el futuro no dependa de una sola idea revolucionaria, sino de unir lo mejor del pensamiento crítico, la ciencia consciente y la sabiduría ancestral. Aprender a valorar desde la vida, no desde el precio, puede ser el primer paso hacia una nueva forma de habitar el mundo.

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