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Nostalgia por nuestro Pleistoceno
Mauricio Antón / Creative Commons (CC)

Nostalgia por nuestro Pleistoceno

Por: Lucio Cañete | 07.05.2025
Chile tiene científicos brillantes, una biodiversidad única, y un patrimonio fósil espectacular. Pero tal vez la des-extinción, más que un homenaje al pasado distante, sea una excusa científica para darle rienda suelta al ego, ese que se oculta tras una bata blanca y buen financiamiento. Porque, si de verdad quisiéramos salvar especies, empezaríamos por las que ya tenemos, aunque ello no genere trending topic.

Después de incontables fracasos en nuestra noble cruzada por resucitar glorias del pasado -como los lentos en discotecas o el mítico Súper 8 a cien pesos-, por fin parece que dimos con un proyecto que sí podría funcionar: traer de vuelta a criaturas del Pleistoceno Tardío, periodo geológico que en Chile se extendió hasta hace diez mil años atrás.

Estamos hablando de una sinfonía entre biotecnología de punta, romanticismo por la prehistoria y un ego científico más grande que toda la megafauna chilena que se quiere “resucitar”. Gracias a esta armónica combinación, hoy ya casi es técnicamente factible des-extinguir especies animales que compartieron territorio con nuestros más antiguos antepasados.

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¿Y cómo se logra? Procediendo tal como en las películas de Jurassic Park: recuperamos material genético del bicho que queremos traer de regreso al Chile actual, lo mezclamos con lo más parecido que tengamos a mano, lo ponemos en un útero disponible… y esperamos que funcione.

Por ejemplo, recolectamos ADN del gonfoterio (paquidermo extinto que deambulaba por los alrededores de lo que hoy es la Ruta 5 Sur) y lo injertamos en el óvulo de una elefanta asiática. Resultado: una especie de elefante que quizás no es gonfoterio, pero que se parece lo suficiente como para convocar a una conferencia de prensa y dar una exclusiva al National Geographic.

La misma receta aplica para otros ilustres desaparecidos del barrio. El milodón, esa especie de perezoso con aspecto de peluche de tamaño XXL que ahora lo vemos en réplicas de plástico. El temido tigre dientes de sable que actualmente luce en tapas de cuadernos universitarios. Y el gliptodonte, aquella especie de armadillo del porte de un city-car que vivía en las estepas patagónicas, y que hoy sus restos acorazados están en museos.

Si fuera posible todo este revival, emerge la cuestión ecológica del rol que estos individuos tendrían en ecosistemas distintos a los que ocuparon durante el Pleistoceno. ¿Tan solo servirían para sacarse selfies con ellos? ¿Los destinaríamos a un potrero al que algún turista llegaría escuchando reguetón? Si es así, lo primero que harían estos animales sería extinguirse, pero esta vez por cuenta propia.

Otro cuestionamiento es respecto al costo-oportunidad. En efecto, considerando que actualmente en nuestro país el 2,7% de las especies está en riesgo, resulta un desperdicio destinar recursos para des-extinguir otras. Hasta el científico chileno más fanático de Steven Spielberg dudaría, aunque le cueste perderse la oportunidad de figurar en la revista Nature.

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El tercer reparo, quizás de más peso, es si tenemos derecho a intervenir genéticamente especies actuales para artificialmente crear otra similar a alguna que vivió hace miles de años. Ciertamente no contamos con el permiso explícito de una hembra de oso perezoso para poner en su útero un embrión híbrido con rasgos de milodón, como difícilmente lo tendríamos de una mujer chilena moderna para insertar en sus entrañas un embrión con las características de un neandertal.

Pongámonos en los zapatos, o mejor dicho, en la armadura de un gliptodonte. Lo traemos a la vida doce mil años después de que él fuera un respetado habitante de lo que ahora es la región de Magallanes, lo soltamos ahí mismo donde él ya no encuentra a sus matorrales favoritos, ni a sus depredadores, ni a sus compadres prehistóricos.

Le ponemos un GPS, le abrimos una cuenta de Instagram y lo perseguimos con drones. A la semana este armadillo gigante ya está estresado. Y ni hablar si se le cruza un rebaño de ovejas. “¿Y esta cosa qué es?”, pensará el ganado ovino; mientras el gliptodonte intentará hacerse entender con un lenguaje corporal que nadie ha usado por milenios.

Chile tiene científicos brillantes, una biodiversidad única, y un patrimonio fósil espectacular. Pero tal vez la des-extinción, más que un homenaje al pasado distante, sea una excusa científica para darle rienda suelta al ego, ese que se oculta tras una bata blanca y buen financiamiento. Porque, si de verdad quisiéramos salvar especies, empezaríamos por las que ya tenemos, aunque ello no genere trending topic.

Quizás la verdadera des-extinción que necesitamos no es la de la megafauna pleistocénica; sino la de la razón, la cual al parecer la perdimos en un pasado no tan lejano.

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