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Mario Vargas Llosa: El novelista de la libertad y el intelectual global
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Mario Vargas Llosa: El novelista de la libertad y el intelectual global

Por: Jorge Yeshayahu Gonzales-Lara | 25.04.2025
La obra de Mario Vargas Llosa -rica, exigente, luminosa e incómoda- sobrevive más allá de su figura pública. Nos queda el novelista: el que confió en la ficción como una forma de verdad, el que exploró los abismos del poder sin caer en el dogma, el que creyó que la literatura podía dar cuenta del mundo sin traicionar su complejidad.

Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936 – 2025) fue, sin duda, una de las voces más universales, complejas y controvertidas de la literatura hispanoamericana contemporánea. Su fallecimiento marca el cierre simbólico de una época: la del Boom latinoamericano, la de las grandes novelas políticas, la del escritor que asumió un rol protagónico en el debate público sin abandonar -aunque muchas veces tensionándolo- su vocación literaria.

Desde la diáspora, lo despedimos con respeto, gratitud y pesar: se va el peruano universal que nos narró sin fronteras.

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Su trayectoria literaria se consolidó en los años sesenta, cuando La ciudad y los perros (1963) irrumpió con una crítica feroz a la violencia institucional y al autoritarismo en los colegios militares peruanos.

Le siguieron La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969) y La guerra del fin del mundo (1981), obras que evidenciaron su capacidad para construir estructuras narrativas complejas y explorar con rigor las tensiones entre poder, historia, deseo y corrupción. Vargas Llosa escribió con una ética de la incomodidad, retratando con crudeza e inteligencia las fisuras de la sociedad peruana y latinoamericana.

Sin embargo, su figura trasciende la literatura. Vargas Llosa fue también un actor ideológico. Su progresivo distanciamiento de la izquierda y su adhesión al liberalismo clásico marcaron un viraje fundamental en su pensamiento. En 1990 se presentó como candidato a la presidencia del Perú, enfrentándose a Alberto Fujimori.

Tras su derrota, asumió un papel activo como “intelectual global”, defensor del libre mercado, la democracia liberal y los valores de la civilización occidental. Desde entonces, sus ensayos, conferencias y columnas de opinión alimentaron un debate permanente sobre los rumbos políticos y culturales de América Latina.

Apoyó a figuras conservadoras como José María Aznar, criticó abiertamente a los gobiernos progresistas del continente y expresó posturas que suscitaron controversias en torno al feminismo, los derechos indígenas y los procesos de descolonización. Para muchos, Vargas Llosa encarnó una contradicción: fue visto tanto como un traidor a sus convicciones juveniles como un pensador coherente con su ideal de libertad individual. Lo cierto es que su palabra nunca dejó indiferente.

En las geografías del exilio y la migración, sus novelas se convirtieron en refugio, espejo y desafío. Leer Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo o La fiesta del chivo desde la diáspora -desde cualquier rincón del mundo hispano- era reencontrarse con los dilemas políticos y morales que nos constituyen. Vargas Llosa supo narrar las tragedias del poder y las derivas del fanatismo con una voz literaria que rehuyó del maniqueísmo y de las soluciones fáciles.

Su relación con Nueva York fue profunda y duradera. Vivió durante un tiempo en Manhattan, en permanente diálogo con la comunidad intelectual de la ciudad. A lo largo de su carrera, presentó numerosas obras en universidades y espacios culturales neoyorquinos.

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Uno de los momentos más memorables fue la Inaugural Lecture que ofreció en 2013 en la Cátedra Mario Vargas Llosa del City College of New York, una institución creada en el año 2000 para promover el estudio crítico de su obra. Aquella conferencia no solo marcó un hito institucional, sino que reafirmó su lugar como puente entre América Latina y los círculos académicos globales.

También participó en eventos destacados en la Universidad de Columbia y en otros foros intelectuales de la ciudad. Estas intervenciones no fueron meras presentaciones literarias, sino actos de reflexión compartida, donde Vargas Llosa debatía sobre literatura, democracia y cultura con lectores de múltiples orígenes.

Como estudiante de Hunter College, donde cursé la Licenciatura en Sociología y Estudios Latinoamericanos entre 1991 y 1997 -y habiendo iniciado previamente, desde 1993, estudios de literatura latinoamericana en Nueva York- tuve el privilegio de acercarme a su obra desde una perspectiva migrante y crítica.

Sus novelas generaban intensos debates en torno al poder, la moral, la historia y la modernidad. Escucharlo en persona, en las aulas neoyorquinas, fue asistir al encuentro vivo entre el escritor y su tiempo, entre la narrativa y la conciencia histórica.

En ese mismo espíritu, la Cátedra Vargas Llosa sigue siendo un espacio vivo que honra su legado y proyecta su pensamiento hacia nuevas generaciones. Esta institución continúa fortaleciendo el diálogo cultural y académico entre estudiantes, migrantes, docentes y lectores, reafirmando que la literatura sigue siendo un territorio de libertad, incluso en tiempos convulsos.

La obra de Mario Vargas Llosa -rica, exigente, luminosa e incómoda- sobrevive más allá de su figura pública. Nos queda el novelista: el que confió en la ficción como una forma de verdad, el que exploró los abismos del poder sin caer en el dogma, el que creyó que la literatura podía dar cuenta del mundo sin traicionar su complejidad. Nos queda también el testimonio de una vida atravesada por las grandes contradicciones del siglo XX y XXI: entre la revolución y la república, entre la utopía y el desencanto.

Desde la diáspora, decimos: gracias por las palabras, maestro. Que descanse en paz el novelista de la libertad y del desencanto, el cronista de nuestras miserias y grandezas, el hispanoamericano que nos narró sin fronteras. Su legado permanecerá vivo en cada aula, en cada biblioteca, en cada lector que siga buscando respuestas en la literatura.

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