
VIH/SIDA en la literatura: El papel del estigma y la discriminación
Cada Día Internacional del Libro, celebramos la literatura como un espacio donde convergen, a través de las palabras, esfuerzos imaginativos, de memoria y de creación. A lo largo de la historia, la escritura de ficción ha operado, más que como una representación, como un espejo, capturando y reflejando en un acto interpretativo el acontecer de cada época y, en muchos casos, proyectando, casi como un oráculo, el devenir hacia el futuro.
Las pandemias no han sido la excepción. Por el contrario, desde la peste negra, pasando por el cólera y hasta el Covid-19, las y los escritores las han recogido, de manera más o menos central, como parte del material literario de sus obras, explorando sus efectos en la identidad de los personajes y en la conformación de sus entornos sociales y políticos.
La pandemia del Covid-19, por ejemplo, no solo ha inspirado historias en las que el mundo se ve totalmente alterado por la crisis sanitaria (“El año de la plaga”, novela gráfica de Paula Escobar y Francisco Olea es una de ellas), sino también, aparece como parte del entorno y las circunstancias de sus personajes (solo por nombrar algunas, en “Infértil”, de Rosario Yori; “Sobre el duelo”, de Chimamanda Ngozi Adichie; “La vuelta al perro”, de Cynthia Rimsky; “La llamada”, de Leila Guerriero, y tantas más).
No obstante, antes del coronavirus, la pandemia del VIH/SIDA ya se había hecho parte de la literatura, aunque con menos notoriedad en apariencia. Al igual que la reciente pandemia, el VIH/SIDA fue y sigue siendo una crisis sanitaria de gran magnitud. Hoy debido, principalmente, a los efectos de la discriminación, estigma y autoestigma de quienes han contraído el virus, más que por las consecuencias del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA), la fase más avanzada de la enfermedad.
Libros como “Salón de belleza”, de Mario Bellatín, y “Los hijos dormidos”, de Anthony Passeron, aunque de proveniencias y estilos muy diferentes, abordan el estigma y la discriminación como experiencias recurrentes y, eventualmente, con resultados letales para personas que viven con VIH/SIDA, en su mayoría hombres.
La literatura, por otro lado, ha permitido dar voz a quienes fueron silenciados por la indiferencia o la ignorancia, y ha sido un espacio de memoria y reivindicación. Así, notables son las crónicas de “Loco afán”, de Pedro Lemebel, que retratan la vida de travestis, prostitutas y marginados en un Chile marcado por la dictadura y la exclusión social, con el VIH/SIDA como la pauta que conecta, no solo como una enfermedad, sino como un símbolo de exclusión, muerte e indiferencia institucional.
En “Carta a Liz Taylor”, una de sus crónicas más icónicas, relata una plegaria a la famosa actriz para intercambiar una de sus preciosas esmeraldas de la corona egipcia de Cleopatra por zidovudina (AZT), el primer, y en ese entonces, inalcanzable fármaco antirretroviral aprobado para tratar el VIH.
No hay duda de que la escritura de Lemebel es un legado y, a la vez, una denuncia de cómo la epidemia afecta de manera desproporcionada a las comunidades más vulnerables, mientras el Estado y la sociedad miran hacia otro lugar.
De ahí que, si el Covid-19 ha dejado en la literatura la huella del miedo al contacto y la incertidumbre, el VIH/SIDA deja historias sobre discriminación, abandono y soledad, así como también de lucha por la dignidad.
Ambas fueron pandemias, y una aún lo es, pero el reflejo literario de esta última nos recuerda que el VIH/SIDA no solo tiene una dimensión biológica, sino que principalmente social: el miedo al otro, el rechazo, la falta de empatía. En este Día del Libro, entonces, queremos celebrar y reconocer la capacidad y potencia de la literatura para documentar, denunciar y transformar, sobre todo aquello que urge.