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Trump: Lo que no debemos dejar de aprender de su negacionismo climático
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Trump: Lo que no debemos dejar de aprender de su negacionismo climático

Por: Rodrigo Jiliberto | 08.04.2025
La política de cambio climático debiera disponer de escenarios prospectivos que no sólo nos digan cómo va variar el clima, y cuáles pudieran ser sus efectos, sino que escenifiquen como es plausible pensar que responda la sociedad a esta compleja realidad, que impone no sólo mayores riesgos climáticos, sino también cambios estructurales, energéticos entre otros, derivados de la política climática, en un contexto de acelerado cambio tecnológico, incluso de reordenamiento geopolítico global.

Quienes no tienen dudas de la necesidad de combatir el cambio climático interpretan el negacionismo climático, como el que ha evidenciado Donald Trump al sacar por segunda vez a Estados Unidos del Acuerdo de París, como una forma de perversidad animada por el afán de lucro y poder.

Y si, resulta difícil entender que, dada la gravedad de los hechos científicamente corroborados, estos simplemente se nieguen y se actúe de forma irresponsable. Aunque esta pudiera ser una hipótesis razonable si se aplica al comportamiento de personas individuales, resulta menos pertinente, cuando como en este caso esta persona, y otros que le siguen, como el presidente Milei en Argentina, representan a toda una sociedad.

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La pregunta es cómo ha sido posible que esto ocurra socialmente. Y acá se puede argüir nuevamente que las estrategias de engaño y distorsión (fake news) que esos personajes malintencionados han puesto en marcha, gracias a su poder económico y político, constituyen una explicación razonable.

Pero, si la explicación de la respuesta que la sociedad está dando a un fenómeno natural, que supone cambios existenciales radicales, se puede resolver con dos hipótesis de mucho sentido común, pero nada más que de sentido común, entonces, se podría jubilar toda la sociología contemporánea, y las ciencias políticas de paso. Debe haber más factores que expliquen esta situación que genera tanta perplejidad. Hay algo urgente que aprender del negacionismo climático.

Acá se avanza una hipótesis alternativa que puede explicar en parte este fenómeno, y que sostiene que la modalidad científicamente fundada del discurso del cambio climático ha clausurado a priori el debate político social sobre el mismo, de hecho, lo ha despolitizado, pues al unísono que propone el problema, ofrece una única solución posible. Eso no supone que no haya sido y sea difícil poner en marcha esa solución, bien reflejada en el actual Acuerdo de Paris, pero siempre se ha tratado de la una única y misma solución, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

No obstante, Trump con la firma del segundo abandono de EEUU del acuerdo de Paris deja obsoleto el discurso climático de “un problema-una solución”, y hace evidente que la política climática global esta atascada en un no-problema, consistente en creer que el problema del cambio climático es la emisión de GEI, cuando en realidad es la dificultad de que esta sociedad sea capaz de hace algo respecto de esta amenaza vital.

Trump hace evidente en toda su magnitud que, uno, la causa última del cambio climático no son los gases de efecto invernadero sino la sociedad, y qué algún cambio social es la condición última para detenerlo. Y dos, que la sociedad es una entidad compleja, estructurada en sistemas funcionalmente diferenciadas, es decir, donde cada uno responde a sus propios criterios funcionales, donde el éxito de una estrategia centralizada arriba-abajo como la que propugna Naciones Unidas, tiene muy pocas posibilidades de éxito, como tristemente lo confirman hechos y Trump mismo.

El distinguido escritor estadounidense Jonathan Franzen reafirmaba esto muy simplemente cuando, en un breve ensayo hace ya unos años decía, ”Incluso antes de la elección de Donald Trump, no existía evidencia alguna de que la humanidad sea capaz -política, psicológica, ética, económicamente- de reducir emisiones de carbono con la velocidad suficiente para cambiarlo todo” (Jonathan Franzen, "El fin del fin de la Tierra", Salamandra. Barcelona, 2019, pág 25).

Pone en evidencia Franzen, sin necesidad de ser uno, el débil sustento científico de la estrategia climática global, y sitúa a la sociedad misma en el centro del problema de la política climática global. La explicación de porque la política climática está aquí, lidiando con un no-problema, o con un error del tercer tipo (consistente en encontrar una solución para el problema equivocado), se explica en parte por la compleja relación entre dato y relato, o entre ciencia y política, en este caso concreto.

El cientista social, conocido profesor y prolífico escritor en el área del análisis de política pública Frank Fischer señala en un reciente y muy buen análisis del negacionismo climático, que los negacionistas no reclaman tanto por los datos de cambio climático, como por las conclusiones políticas o las conclusiones y el relato que los científicos construyen a partir de ellos (Frank Fischer, (2024) Critical Policy Inquiry. Interpreting Knowledge and Arguments. Edward Elgar, UK. Pág. 118-132).

Dicen los negacionistas que en el fondo el cambio climático es un caballo de troya del progresismo para lograr lo que siempre han deseado, más Estado, más regulación, más igualdad, menos libertad individual, entre otros. La novedad es que Fischer, connotado cientista social, de claro corte progresista, da la razón a la protesta metodológica del negacionismo.

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Y lo hace, porque su corriente teórica (Análisis Política Publica Interpretativa) y el constructivismo social sostienen que toda política pública, incluso la de cambio climático, es una narrativa, un constructo argumental. Si algo sabe ya el análisis de política pública es que una cosa son los datos y otra la narrativa que se construye a partir de los mismos. De tal forma, le otorga asidero metodológico al reclamo negacionista.

A mi parecer, esto es un primer paso analítico, pero que no explica por qué los negacionistas no tienen ningún éxito en proponer una narrativa climática alternativa. Un caso muy ilustrativo de este esfuerzo es el del economista danés Bjorn Lomborg, presidente del Copenhague Consensus Center, y autor del best seller El Ecologista Escéptico.

Lomborg lleva años diciendo que, en vez de invertir cantidades enormes de dinero en la mitigación del cambio climático, estos recursos pudieran dedicarse a la solución de los problemas más acuciantes que tiene la humanidad, como la pobreza, la escasez de agua, la falta de educación, y el hambre, y dice que invirtiendo en I+D+i en energías alternativas, y en esas áreas, se abordarían esas prioridades y se asumirían a la vez los retos del cambio climático.

Sin embargo, una aproximación de este tipo a la política climática no ha estado nunca encima de la mesa, y es muy probable que nunca lo esté (Lomborg, Bjørn, (2008). En frío. Guía del ecologista escéptico para el cambio climático. Espasa-Calpe).

Y una razón para ello radica es que en el eje metodológico de las propuestas de Lomborg está el que se deben considerar todos los problemas mundiales: salud, educación, agua potable, cambio climático y otros, como igualmente prioritarios, y en esa condición de igualdad se debe decidir en qué invertir de acuerdo a las prioridades del momento. Aplicando esta lógica no resulta razonable invertir tantos recursos en la mitigación de cambio climático sin tener en cuenta los benéficos que pudieran rendir esas inversiones en la solución de otros problemas globales.

Como es fácil advertir, la propuesta de Lomborg no puede ser parte del debate porque no responde al relato de emergencia y urgencia propio de la política global de CC, donde no todos los problemas son iguales. Por tanto, no se puede entender como una “solución “al problema urgente que ese relato señala.

Aquí es donde la concesión de Fischer al negacionismo climático es relevante, pues, si como él dice, dato y relato no son la misma cosa, es comprensible que Lomborg, por poner un ejemplo, se pueda sentir excluido de la política climática, pues con otro relato pudiese ser que su propuesta sí fuese una alternativa de política pública climática. Claro que, para ello, habría que cambiar la narrativa. Veamos si es esto posible.

En este caso los datos ponen esta empresa cuesta arriba, porque los datos parecieran permitir un solo relato; “esto es una emergencia”. La raíz, entonces, de la resiliencia de la narrativa climática está en los datos que informan la política pública. Pero, qué informan esos datos. Esos datos informan que la actividad humana es la causa del incremento de la concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, y que eso genera progresivamente un incremento de la temperatura media global del planeta con consecuencias muy importantes en muchos ámbitos.

El paso de los datos al relato tiene dos componentes, el causal y el decisional. El decisional dice, los datos indican que esto es urgente, invertir en ello es prioridad, sin que importe su coste de oportunidad, es decir, sin que importe lo que se pierde por no invertirlo en otra cosa. El causal dice, hay que ir a las causas; es necesario introducir los cambios tecnológicos que sean necesarios para reducir las emisiones de GEI, que es la causa.

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En este escenario es muy difícil construir otro relato, los datos lo hacen muy cuesta arriba. Y ello explica, no sólo porque el negacionismo no plantee otro relato y una política alternativa, sino que, porque una corriente importante de los negacionistas tiende a negar lo que dicen los datos, pues con esos datos otra política definitivamente no es posible. Y así saca Trump a Estados Unidos del Acuerdo de París.

Entonces, un nuevo relato solo pudiera venir de otros datos. ¿Es esto posible y razonable? Es posible, pero, no es probable que surja de una reflexión académica. Veamos. Lo que parece evidente es que, si bien los GEI son un fenómeno físico, ellos son un producto social, es la sociedad, el modo en que esta ópera, y, por tanto, ella es su causa.

Si viéramos las cosas de esta forma, entonces obtendríamos un conjunto mucho más difuso de datos para alimentar la política climática, no sólo sobre emisiones de GEI, así, el relato de la política de cambio climático estaría abierto a muchas opciones alternativas, como sucede en el sinnúmero de otras políticas públicas.

Porque cómo hacemos, no ya para que se reduzcan las emisiones, sino para generar los cambios sociales que redunden en una reducción de las emisiones de GEI. Porque si no modificamos las causas, no se modifican los efectos, que es lo que parece que está sucediendo, como Trump pone en evidencia.

La política climática fundada en el relato casual dominante apuesta a que se puede operar en un sentido inverso. Es decir, espera cambiar la sociedad en la medida que la obliga a reducir las emisiones de GEI. Pero la sociedad global es una entidad compleja sin un centro único de operaciones (Luhmann, N. (2007) La Sociedad de la Sociedad, Editorial Herder. México) como para que esa estrategia funcione simplemente.

El siempre “relativo éxito” o “relativo fracaso” de las COPs son un ejemplo; la sociedad se resiste, sus agentes tienen otras prioridades (económicas, políticas, ideológicas), sus culturas son diversas y responde a una multiplicidad de disimiles incentivos y viven distintos momentos históricos, se desarrollan nuevos conflictos geopolíticos de alcance global, emergen problemas inesperados para cumplir con los objetivos climáticos que no puede resolver linealmente, como la mayor dependencia de la minería y sus conflictos socio ambientales. Existen agendas alternativas de política pública mundial, como señala Lomborg.

Esta contra narrativa que sitúa a la sociedad como causa del cambio climático implica aceptar que éste tiene básicamente una solución social y no tecnológica, y pone en cuestión la actual estrategia climática, fundada en rigurosos datos climáticos, pero en débiles supuestos de cambio social.

Facilitaría, además, la emergencia de opciones estratégicas alternativas de gestión del cambio climático, como la de Lomborg, o aún más radical, la del mismo Franzen cuya apuesta consiste en salvar la biodiversidad que aún queda antes que dar la batalla, según él, perdida del cambio climático (Jonathan Franzen, (2019) El fin del fin de la Tierra, Salamandra. Barcelona). Y, sobre todo, posibilita una revisión de la actual que ponga coherencia entre la estrategia y sus logros, cosa que hasta ahora resulta difícil de sostener.

No obstante, es muy improbable que se modifique radicalmente la explicación causal del cambio dando lugar a una nueva narrativa que obligara a abrir un debate sobre cómo se hace para que, modificando la sociedad, se modifique su patrón de emisión de GEI, entre otras cosas, porque el relato positivista de la “ciencia normal” hace muy cuesta arriba la tarea. Igual de improbable es que, manteniendo el relato actual, se reconozca que a la sociedad no se la puede tratar con estrategias de ordeno y mando (pedagógicas), sino que es preciso articular relatos y mecanismos más complejos que permitan aceptar avances paulatinos e incrementales.

Lo más probable que ocurra es que los tozudos hechos, como no alcanzar los objetivos del acuerdo de París, a pesar de los esfuerzos y recursos invertidos, pero, también los crecientes efectos reales del cambio climático, o los propios vaivenes de la policía climática global impuestos por decisiones tan arbitrarias como las de Trump, o los siempre insuficientes resultados de las COPS, lleven a que el problema del cambio climático se vaya naturalizando, pareciéndose más al resto de políticas globales, todo lo que supondrá que, a pesar de no ser considerada la única urgencia planetaria, tampoco se la pueda relegar a la última, y los avances y retroceso se midan desde otra atalaya.

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A estos efectos la política de cambio climático debiera disponer de escenarios prospectivos que no sólo nos digan cómo va variar el clima, y cuáles pudieran ser sus efectos, sino que escenifiquen como es plausible pensar que responda la sociedad a esta compleja realidad, que impone no sólo mayores riesgos climáticos, sino también cambios estructurales, energéticos entre otros, derivados de la política climática, en un contexto de acelerado cambio tecnológico, incluso de reordenamiento geopolítico global.

Ellos debieran facilitar la introducción de nuevas variables, sociales, institucionales, tecnológicas, geopolíticas, de gobernanza global y de política global, que permitan simular mejor, y de forma abierta a las distintas comunidades epistémicas, los escenarios futuros de riesgos de los que la política climática y la sociedad deban hacerse cargo. En este sentido las ciencias sociales debieran tomar el relevo en el liderazgo en la formulación del conocimiento para la formulación de la política climática.