
Donald Trump: ¿El sepulturero de la democracia liberal?
Desde que Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos, el tema de la “democracia liberal” ha estado en el trasfondo de una de las polémicas más fuerte de la nueva administración.
Las críticas del vicepresidente J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich en el mes de febrero al concepto de democracia tal cual la conocemos, amparado en el tema de la libertad de expresión, lo cual se sumó a la intervención de Elon Musk en las elecciones alemanas y su apoyo al partido de extrema derecha “Alternativa para Alemania” (AfD), deja de manifiesto que la concepción de democracia que tiene la nueva administración se opone a la concepción tradicional, aquella que ha sido el soporte, por lo menos, en gran parte de las sociedades actuales.
Sin embargo, habría que señalar que ella no ha estado exenta de problemas. Uno de ellos, es precisamente lo que se ha denominado “crisis de representatividad”. Los planteamientos de Trump convergen con las críticas a la democracia liberal que por ejemplo Carl Schmitt lanzó a principios del siglo pasado y que actualmente encuentran terreno fértil en la extrema derecha.
No podemos decir que Trump leyó a Schmitt, pero su círculo cercano, al parecer si, ya que se recoge en su discurso el desprecio a que las diferencias políticas puedan resolverse mediante el diálogo. Así, se exacerba la confrontación porque la política es eso, enfrentarse a un enemigo y, Trump y su equipo hablan en esos términos, al igual que la extrema derecha en el mundo.
Lo que debemos entender, es que la emergencia de Trump al igual que otros lideres que pueden ser catalogados de “extrema derecha”, son producto de la transformación del capitalismo actual, nacido del agotamiento y de las contradicciones de la democracia liberal.
Se trata de la expresión política de una suerte de post neoliberalismo y de su mutación. En ese contexto, la democracia liberal actual sufre los embates de la extrema derecha que se manifiesta fuertemente en la desconfianza en sus instituciones. Esto lleva a deslegitimar el modelo de representación política y de gobernanza.
Lo que podemos señalar a partir de las primeras semanas de gobierno de Trump, es que la extrema derecha norteamericana está poniendo la lápida a la democracia liberal. Lo ha hecho trabajando la transformación de la mentalidad política de las mayorías que llevan décadas viviendo en un sistema que está cada vez más desahuciado.
Usando el subterfugio de la existencia de un enemigo tanto interno como externo para los Estados Unidos, ha aglutinado a capas de la sociedad que viven instaladas en los márgenes de un sistema por el que apostaron y en el que perdieron.
Por otra parte, nada de lo que pregona Trump y compañía tendría sentido para las mayorías que lo votaron, si antes no se hubieran dinamitado los puentes entre el Estado, su institucionalidad y la vida cotidiana de las personas. Esto es otro de los elementos claves en la campaña que llevó a Trump de vuelta a la Casa Blanca y levantarse como una alternativa frente a un sistema político y a unas relaciones de poder en ruinas.
Entonces, estamos asistiendo al colapso de ese modelo de democracia que se enfrentó y contuvo, en los últimos dos siglos, al autoritarismo tanto de derecha como de izquierda. Esto es un golpe al corazón de una concepción de la democracia liberal, que es usada convenientemente para proyectar la idea de una nueva revolución conservadora.
La interrogante que surge entonces es sobre el estado del actual modelo de democracia, cuyos procedimientos reordenan la baraja a favor de quienes desestiman el orden social y político que representa, en defensa de un nuevo ciclo de acumulación capitalista, nacido a la luz de una profunda transformación tecnológica y cultural.
Hoy, al parecer estamos viendo la decadencia de esa concepción de democracia y quizás su fin. El triunfo de Trump puede ser un signo potente de esta crisis. Quizás sea su sepulturero.