
Inteligencia Artificial en la educación chilena: ¿Aliada o amenaza?
El prestigioso portal estadístico alemán, Statista, señala en un informe de 2024 que un altísimo 84,5% de la población chilena interactúa permanentemente con Redes Sociales (RR.SS.), posicionándolo como el segundo país con mayor uso de estas aplicaciones en América Latina.
En otro informe de la OCDE, del mismo 2024, se establece que un 44% de los chilenos tiene graves deficiencias en comprensión lectora.
Lo anterior son solo algunos datos cuantitativos de las profundas brechas sociales que ha generado casi cinco décadas de neoliberalismo en el país.
Ahora bien, intentando buscar algunas soluciones voucher a esas dos problemáticas sociales, en la presente columna surge la pregunta si el uso de Inteligencia Artificial Generativa (IAG) en actividades educativas podría eventualmente ayudar a reducir las elevadas brechas de analfabetismo funcional presentes en el país.
Si bien la gran mayoría de usuarios de RR.SS. declaran un uso centrado en el entretenimiento, con respecto a algunas aplicaciones como Instagram y TikTok, los usuarios declaran que también son usadas para “aprender”.
En un mundo con una tendencia imparable hacia la digitalización de todos los ámbitos de nuestra existencia, se hace imperioso integrar con mayor fuerza lo digital en lo educativo, donde aplicaciones como las mencionadas anteriormente, y otras como los Agentes GPT, pueden transformarse en herramientas pedagógicas para nuestros estudiantes más allá de las aulas, inclusive en un horario de acceso 24/7.
Bajo ese contexto, el Estado, a través de los ministerios de Educación y Ciencia, debería estar con mayor fuerza incentivando el desarrollo y uso de asistentes pedagógicos virtuales. Especialmente con las ventajas que actualmente nos entrega la IAG, que permite no solo democratizar el conocimiento -especialmente de nuestros niños, niñas y jóvenes-, sino que también ayudaría a nuestros profesores a disminuir su excesiva carga académica, al contar con asistentes de apoyo pedagógico para sus asignaturas.
La capacidad actual de los algoritmos de la IAG para procesar y analizar grandes volúmenes de información, permite no solo ampliar el conocimiento de las diversas disciplinas científicas, sino que también, a través de herramientas de diseño y creación de voces, imágenes y otros recursos -especialmente aquellos de código abierto y gratuitos-, abren un importante abanico de posibilidades para reducir las marcadas brechas sociales, y especialmente educativas, que ha generado el neoliberalismo en la sociedad chilena.
Lo anterior es planteado con fuerza hoy en día por la UNESCO, al declarar que: “la promesa de la “IA para todos” debe permitir que cada cual pueda sacar provecho de la revolución tecnológica en curso y acceder a sus frutos, fundamentalmente en términos de innovaciones y conocimientos”.
Ahora bien, no todo es tan positivo. Para quienes trabajamos a diario con IAG es común notar los sesgos en sus algoritmos, que no solo dependen de la carga ideológica de quienes están detrás de las empresas tecnológicas que los crean, sino también de los más de 126 zettabytes de datos generados desde los inicios de internet, los cuales reflejan marcadamente las tradicionales lógicas sociales y patriarcales.
Lo anterior ya lo había advertido la destacada profesora de la PUC, Gabriela Arriagada, quien en una entrevista señala que: “las tecnologías no son entidades neutrales, son herramientas que utilizamos en sociedad, las cuales están mediadas por intereses y valores humanos”.
En conclusión, la IAG ofrece herramientas valiosas para la educación, pero también presenta retos éticos y epistemológicos que no pueden ser ignorados. La democratización del conocimiento científico dependerá de cómo las sociedades utilicen correctamente la IAG, del incentivo y apoyo de autoridades del ámbito público y privado. Y, en el plano estrictamente educativo, de las capacidades de nuestros profesores para adaptarse a este nuevo escenario sin perder su pensamiento crítico y reflexivo, fundamental en su rol docente.