Silencios que hablan
El abuso sexual infantil es un fenómeno complejo, que se ve agravado por mitos y prejuicios en torno a las denuncias. En Chile, como en muchas partes del mundo, se ha generado la errónea creencia de que las denuncias falsas son frecuentes.
Sin embargo, la evidencia oficial y los estudios coinciden en que esta situación es excepcional, y que tales ideas terminan generando desconfianzas que afectan directamente a las víctimas, reforzando su silencio y ocultación.
El silencio de un niño o niña que ha sufrido abuso no implica ausencia de violencia, sino que forma parte del fenómeno psicológico conocido como retractación, una etapa común del síndrome de acomodación al abuso sexual infantil.
Este síndrome, descrito por expertos en salud mental, explica que las víctimas se retraen o niegan su testimonio debido al miedo, la presión de entornos familiares o sociales, o la falta de apoyo cuando revelan el abuso. Esta conducta forma parte del proceso de defensa ante el trauma y no debe interpretarse como mentira, invención o relato inducido.
Cuando un niño finalmente habla y alguien duda de su testimonio, el daño se multiplica. No ser creído, o enfrentarse a incredulidad o descalificación, confirma su sensación de soledad y refuerza su necesidad de silencio. La retractación, por tanto, no constituye un indicio de mentira, sino una estrategia para retornar a una aparente seguridad y resguardarse del daño emocional que le provoca.
Cuando ese silencio llega al sistema judicial o a los programas de intervención social, como los Programas de Prevención Focalizada (PPF) o las instancias periciales en tribunales de familia, las consecuencias pueden ser graves. Con frecuencia, se interpreta el retraimiento o las respuestas inconclusas como falta de credibilidad, cuando en realidad constituyen manifestaciones del mismo proceso de defensa.
El problema se agrava cuando las víctimas son obligadas a restablecer contacto con el agresor. Forzar el contacto con quien causó el daño sin acompañamiento psicológico ni garantías de protección no solo profundiza el trauma, sino que reactiva el mismo sentimiento de indefensión que caracteriza al abuso. Cada vez que se duda del relato de un niño, el daño se renueva y el abuso se perpetúa a través de la desprotección institucional.
En este sentido, si bien la imprescriptibilidad de los delitos sexuales contra menores representó un avance importante pues reconoce que el trauma puede silenciar durante años o incluso décadas, esta conquista legal no elimina la urgencia de actuar en el presente. Que una persona logre hablar a los 30 años no justifica que, a los ocho, el Estado y la sociedad no la hayan escuchado ni protegido. El deber es acompañar, no esperar.
Comprender el silencio infantil es una responsabilidad colectiva. Cada niño o niña que calla lo hace porque su entorno no le ofrece un espacio seguro desde donde hablar. Romper ese círculo exige reconocer que el silencio y la retractación no son negación del abuso, sino su consecuencia más dolorosa.
Cuestionar la verdad de un niño o niña que se retracta es desconocer la dinámica real del abuso infantil. Chile debe avanzar en derribar los mitos que rodean estas conductas, privilegiando la protección y el derecho a una vida libre de violencia por sobre cualquier interés institucional o prejuicio. Solo con empatía y compromiso colectivo será posible romper el círculo que perpetúa el silencio y la vulneración de quienes más necesitan protección.