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Psicología de la felicidad: Entre la banalización y lo perjudicial (parte 2)
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Psicología de la felicidad: Entre la banalización y lo perjudicial (parte 2)

Por: Eduardo Pozo Cisternas | 21.03.2025
De todas formas -en algún punto-, todos y todas vivimos como neoliberales, replicamos y gozamos de sus propuestas, pero eso no quita la dignidad, la ética y el trabajo de resistencia de sostener una subjetividad ante un poder subterráneo que empobrece nuestras complejidades y, más aún, nos termina dañando.

Continuación de Psicología de la felicidad: Entre la banalización y lo perjudicial (parte 1)

Este empresario de sí mismo neoliberal de los años setenta ha ido perfeccionándose, mutando sin anular estas tres dimensiones señaladas en la columna anterior: individualismo extremo, libertad ilimitada y bienestar desde la inmediatez.

En el año 2005, el tenista Nicolás Massú, sin quererlo, sin mucha reflexión y sin mala intención (como la mayoría de estos empresarios del alma), instauró un hito chileno para este discurso: “nada es imposible, ninguna hueá”. Una especie de slogan Nike (imposible is nothing) chilenizado.

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¿Por qué Macri en Argentina el año 2014 hizo su campaña política desde la “revolución de la felicidad? ¿Por qué Sebastián Piñera hizo ingresar a lo público las mediciones de satisfacción de la felicidad (como la mayoría de los países) en disminución de tradicionales variables como el PIB o Ingreso Per cápita? ¿Por qué los economistas de la felicidad llegaron hasta el terreno educativo, como si se pudiese enseñar a ser feliz?

Todo esto llevó a Piñera a armar la famosa frase “Chile es un oasis dentro de Latinoamérica” que semanas después devino en el estallido social. Es que esto no permite ver el malestar social ¿Alguna vez han escuchado a un coach hablar sobre las injusticias de un sistema depredador y voraz? No, “la solución está dentro tuyo”, pero especifiquemos: ¿qué consecuencias trae este discurso que termina siendo perjudicial?

1.- La insensibilidad ante los problemas sociales

Se produce subterráneamente una subjetividad que se aleja de los otros amurallándose dentro de un círculo poniendo el peligro competitivo o violento fuera de él. No quiero decir que el mundo hoy no sea hostil, pero este discurso se repliega sobre sí mismo, se privatiza y liquida cualquier opción de reparar una colectividad moribunda.

La comunidad confiable solo es posible dentro de las burbujas, vibrando la misma energía positiva (“vibra solo con quien vibra como tú”), en grupos que se parecen más a una masa maniaca evangélica con un líder idealizado, exitoso-millonario en el centro, que aparenta simpleza.

Se elimina así la condición social de las cosas, las preguntas por la existencia, los dolores y la alegría común, como si lo social fuera lo contrario y no la otra cara de lo subjetivo. Como si lo “interior” no dependiera por un “exterior” no controlable. Como si el malestar no fuera socio-político. Margaret Thatcher lo dijo en los años ochenta, luego del “éxito” de los Chicagos Boys en los años 70 bajo la dictadura de Pinochet: “la sociedad no existe, solo los individuos”. Dicho y hecho.

2.- Genera culpa y depresión

Ya no es la felicidad del destino, la suerte o la ausencia de dolor, sino que es un conjunto de estados psicológicos que pueden gestionarse mediante la voluntad, de la potencia de nuestro yo para convencerse de que el “éxito” de nuestra vida puede ser como nosotros queramos. “querer es poder”. “Es tu responsabilidad ser feliz”, “hazte cargo”.

Responsables individuales bajo un mundo sin brújula, como señala Eva Illouz, al final no hay mucho que elegir: no solo estamos obligados a ser felices, sino sentimos culpa cuando nos “bajoneamos” o sufrimos.

Se produce un sujeto que muchas veces se “desfonda” o “colapsa” ante una exigencia de autonomía, superación, maximización, empoderamiento. Si no la cumple trae el reverso: impotencia, desmotivación, fatiga y principalmente, la culpa, base de la depresión.

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Las frases como “win win” o “transforma la adversidad en oportunidad para adquirir más felicidad” llevan a la ilusión de un yo que siempre tiene que ser ganador, competitivo consigo mismo, claro que cuando las condiciones socio-económicas son más favorables, es mucho más factible sin dejar de ser un imposible. Un discurso de elite pero aplicado masivamente para todas las clases.

3.- Un deseo colonizado por la imagen del yo

Desde la filosofía de Nietzsche y del psicoanálisis de Freud, se plantea que la voluntad del yo hiper-racional-emocional es la punta del iceberg del aparato mental. Por eso, entre otras cosas, pusieron tanto énfasis en distinguir el deseo inconsciente del “yo quiero” caprichoso del consciente.

El primero jamás reducible a los descubrimientos biológicos del cerebro o la hormona, sino a la subjetividad que siempre resulta de los otros, de lo social, del lenguaje y los simbólicos históricos de una cultura y sus dificultades. La función del yo, de la voluntad consciente, es mandar al exilio el enigma, la angustia, la pregunta, que se requiere para transitar hacia una sensibilidad con uno mismo que sea profunda, dificultosa pero verdadera.

El deseo inconsciente, aquello tan propio y singular pero al cual paradójicamente no tenemos acceso directo, solo a través de en un lazo genuino con el Otro (con todos los matices de oscuridad o luz de la condición humana) y mucho, mucho trabajo a largo plazo, es confundido con la voluntad del yo, con el autodeterminismo, con el autocontrol, con la adaptación las exuberancias de informaciones terapéuticas mercantilizadas, a las que se accede pagando a través de promociones con descuento a los primeros inscritos.

El yo no necesita explicaciones del sufrimiento complejas, no requiere de un pasado histórico familiar-cultural o de una comprensión a partir de una violencia desigual estructural obscena, sino un eterno presente que carece de un pasado profundo, y el cual se aborda como mera información.

Se produce así un zombie obediente al entrenador emocional, que nos ofrece una categoría y un camino que a ellos en alguna medida les dio resultado. Sin mala intención pero produciendo sujetos sin memoria y sin deseo, sin preguntas, sin enigmas, huecos por dentro, que calzan con un modelo de negocio, o con las estrategias de marketing hacia una realización personal.

4.- Negación de afectos

La tristeza, la frustración, el enojo y, sobretodo, la angustia. El capitalismo afectivo adiestra al fijarse solo en las emociones positivas por sobre las negativas, como si la experiencia humana no fuera tomada siempre por la ambivalencia de las situaciones de la vida.

No hay posibilidad para que el sujeto se pregunte algo, una incerteza, un sueño angustiante, una situación dolorosa ante la cual pueda quedarse elaborando un rato: “quédate con lo bueno”, “sal luego de ahí”, “el vaso medio lleno”, “debes encontrar la mejor versión de ti mismo”.

Lo sabemos: lo que se entierra retorna pasado un tiempo, de una manera más feroz en el cuerpo, sin mucho símbolo. Tampoco se trata de decir todo lo que uno siente como verdad pura, lo cual sucede, y que termina clausurando y reforzando el éxito del discurso en lo social.

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Para cerrar, mencionar que no se trata de la lucha de una psicología pura, profunda y superior versus otra insana y superficial, es mucho más complejo que esto, es un discurso que quiéralo o no, se inmiscuye en nuestra práctica clínica psicoanalítica, o alguna de otra corriente que tenga una perspectiva de pensamiento crítico. También en nuestras facultades de psicología, donde surge esta vertiente “integrativa” que contiene en su corazón esta lógica.

Es más, de todas formas -en algún punto-, todos y todas vivimos como neoliberales, replicamos y gozamos de sus propuestas, pero eso no quita la dignidad, la ética y el trabajo de resistencia de sostener una subjetividad ante un poder subterráneo que empobrece nuestras complejidades y, más aún, nos termina dañando.