
Psicología de la felicidad: Entre la banalización y lo perjudicial (parte 1)
*Primera parte de una columna en dos entregas
En cada época los humanos se auto-someten a un discurso que defienden con firmeza ya que les da una racionalidad, es decir, una manera de pensar y ver el mundo, que les permite enmascarar las dificultades de la existencia. Aunque en el fondo, no entregue un bienestar.
Con el proceso de modernización los saberes sobre un funcionamiento individualizado de la mente ofrecieron un sentido común que llegaron a tener una masividad tal, que formaron una cultura terapéutica psi.
Con esto me refiero a que existen tres fenómenos trenzados entre sí como forma de comprender los sucesos de la vida; un importante uso coloquial de los conceptos psicológicos: traumático, reprimir, histérica, catarsis, neurótico, apego, inconsciente, etc.; una identificación a los diagnósticos: soy del espectro, soy adicto a, soy depresivo, soy ansioso, tengo déficit atencional, etc., y la validación excesiva y reduccionista de las emociones “interiores” y “propias”.
Una ilustración de esto realizó el humorista Edo Caroe en su aguda y genial rutina del pasado Festival de Viña, cuando alude a la banalización de la salud mental a través de las “chapitas identitarias emocionales” sostenidas por este discurso.
Desde esta cultura psi se ofrecen un menú a la carta de terapias y frases que hipnotizan vía slogans publicitarios, ahogan a través de consejos en RRSS, saturan con la información de los medios de comunicación. Los pacientes llegan a nuestras consultas “atravesados” por este discurso. Frases que se aplican en charlas de liderazgo, talleres de mindfulness, libros de autoayuda, reuniones, actividades deportivas, incluso en programas estatales.
Son encarnados por periodistas, psicólogos, coach, empresarios, astrólogos, ingenieros, etc. Como diría Jorge González son los “juglares modernos, o algo así” que ponen en el centro un ideal emotivo: la felicidad.
Tal vez inocuo sería si se restringieran al área específica desde donde surgen: la motivación laboral o deportiva, pero hay una insistencia cotidiana que va produciendo masivamente cuerpos con un contenido banal respecto a la propia experiencia e historia.
La felicidad no es un invento de las sociedades actuales, ella ha estado en el centro de las reflexiones filosóficas desde el comienzo de la humanidad, sin embargo, nunca antes había estado “gestionada” por el bienestar individualizado propio de lo neoliberal, construida por una mezcolanza de saberes aplicados como recetas y enseñanzas pragmáticas, y con investigaciones financiadas millonariamente por multinacionales.
Se construyen a través de simplificaciones biológicas tomadas de las neurociencias, los planteamientos de la psicología positiva de David Golemann, la teoría del apego del Bowlby, banalizaciones de la sociología y, sobretodo, ideales pauteados del sujeto construido por la psicología empresarial estadounidense: positivo, abierto, empático, cooperativo, con relaciones eficaces, flexible, regulado emocionalmente y feliz, principalmente feliz.
Es muy difícil hoy posicionarse en otro lugar, no querer cumplir estos ideales para “estar bien anímicamente”. ¿Cómo y por qué rechazar la oferta mercantil del coach de la felicidad? ¿Qué alma más oscura y pesimista puede estar en contra de esto? ¿Por qué este discurso tan masivo puede ser perjudicial para la salud mental a largo plazo? ¿Por qué es neoliberal si aquellos que lo encarnan dicen que no les interesa la política?
Estos discursos no son neutros políticamente (¿algo lo es?), esto no quiere decir que respondan a las bases explícitas de un partido o que sea maquinado por la elite política o por sus instituciones, sino -todo lo contrario-, quiere decir que subterráneamente y sin darse cuenta, obedecen o desobedecen al poder ideológico imperante (que ya no es el color del gobierno de turno).
Digámoslo: la psicología de la felicidad es un obedecimiento subterráneo absoluto al neoliberalismo. Este discurso se vende como el último refugio para “encontrar un lugar en el mundo”, auto-replegado en las emociones, “hecho bolita” frente a una forma de vida que se cae a pedazos por una violencia sin precedentes, causada por la descomposición de aquellos símbolos que daban sentido a la vida: dios, un ideal político, algún líder, el padre, las instituciones, la comunidad, la educación, etc. Muchos símbolos orientados al plano colectivo. Símbolos todos hechos trizas luego del siglo xx.
A finales de los años sesenta y comienzo de los setenta, las demandas sociales estaban encarnadas en los jóvenes, muchos de ellos del movimiento “hippie” y su “búsqueda de libertad”. Los neoliberales hábilmente se toman de éstas demandas, dándole en su discurso político un énfasis a las libertades, autonomías y responsabilidades individuales, poniendo como antagonista lo colectivo encarnado en un Estado del Bienestar progresista, que no supo hacer política con los nuevos tiempos.
Hasta ese entonces, la sociedad funcionaba a través del poder que el filósofo Michael Foucault llamó: disciplinario. Era aquella que organizaba la sociedad desde el discurso de la prohibición al sujeto en las distintas instituciones: cárceles, hospitales, escuelas, psiquiátricos, vida social en general.
El neoliberalismo, sin eliminar esto en su totalidad, más bien se sostiene en la otra vereda, y se toma del lema new age de ese entonces “prohibido prohibir”, “todo está dentro tuyo”, poniendo en la cúspide la (pseudo) libertad individual y las ideas psicológicas del auto-control, la auto-gestión del si-mismo y la auto-realización del yo.
Foucault conceptualizará este discurso en lo que llamó “el empresario de sí mismo”. Esto no quiere decir que es un sujeto empresario, que tiene una PYME, que lucra honestamente o no con su empresa, etc., sino que se refiere a aquel sujeto que se relaciona consigo mismo y con los otros, todo el tiempo, optimizándose (“utiliza mejor tu tiempo de calidad”), gestionándose (“gestiona tus emociones”), maximizándose (“encuentra tu potencial”), organizándose (“tu mejor versión”) como una empresa de rendimiento.
El coach o discurso de la felicidad funciona entonces bajo los ideales del neoliberalismo acabadamente estudiados por distintos autores (Butler, Brown, Lazzarato, Zizek, Harvey, entre otros) que propongo, desde mi investigación, reunirlas en esta columna bajo tres dimensiones que están presentes en la psicología positiva: el individualismo extremo: “todo depende de ti”, “no puedes fallarte a ti mismo, debes ser feliz”; una libertad ilimitada: “nada es imposible”, “todos los sueños se cumplen”. “la felicidad es una decisión de donde pones el foco” y, por último, el bienestar desde la inmediatez: “se pensó y se hizo”, “pasado pisado”.
Pésima mezcla para una salud mental digna y no elitista, pero: ¿Por qué específicamente termina siendo perjudicial? ¿Qué consecuencias tiene para el sujeto actual?, eso lo veremos en la segunda parte de esta columna (próxima semana).