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El apagón y las fallas en la comunicación
Agencia Uno

El apagón y las fallas en la comunicación

Por: Macarena Concha | 02.03.2025
Chile necesita urgentemente integrar la comunicación científica como un eje estratégico en la gestión de crisis. No basta con tener expertos resolviendo problemas técnicos si la población no es capaz de comprender qué está ocurriendo. La ciencia y la tecnología no existen en el vacío; su impacto y utilidad dependen de su capacidad de ser comprendidas y aplicadas en la vida cotidiana de las personas.

El martes 25 de febrero Chile experimentó un apagón eléctrico de ocho horas que dejó a millones de personas sin suministro. Más allá de la interrupción del servicio, lo que realmente quedó en evidencia fue la fragilidad de los canales de información y la ausencia de una estrategia comunicacional efectiva.

Durante la crisis, las autoridades y las empresas eléctricas emitieron comunicados que, en su mayoría, empleaban un lenguaje técnico difícil de comprender para la ciudadanía. Mientras el país intentaba adaptarse a la falta de electricidad, la desinformación se propagaba rápidamente, alimentando la incertidumbre y la ansiedad en un momento donde la claridad y la calma eran esenciales.

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Este evento reabre un debate crítico: la comunicación técnica y científica en situaciones de crisis no es solo una herramienta de información, sino también de gestión de la percepción pública y del control del pánico.

En un contexto donde la incertidumbre puede derivar en reacciones extremas, el acceso oportuno y comprensible a la información es tan crucial como la solución misma del problema. Sin embargo, en Chile y en muchas otras partes del mundo, persiste la tendencia a concebir la comunicación técnica como un discurso exclusivo para expertos, dejando fuera al ciudadano común.

Esta barrera de lenguaje no es nueva. Durante décadas, sectores como la energía, la salud y la tecnología han mantenido una narrativa especializada que, en lugar de empoderar a la población con información clara y accesible, refuerza una distancia entre quienes manejan el conocimiento y quienes dependen de él.

Ejemplos de esta desconexión abundan en la historia reciente. Basta recordar el colapso de las telecomunicaciones tras el terremoto del 27 de febrero de 2010, hace 15 años exactamente, cuando la falta de información oficial oportuna llevó a que rumores y noticias falsas aumentaran el caos y la incertidumbre.

Lo mismo ocurrió durante la pandemia de Covid-19: el manejo errático de los datos, la falta de claridad en las medidas sanitarias y el exceso de terminología técnica contribuyeron a la desconfianza de la población, dando espacio a la desinformación y a la proliferación de teorías conspirativas.

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En el caso del apagón reciente, la comunicación falló en varios niveles. En primer lugar, la información proporcionada por las autoridades fue tardía e insuficiente, lo que permitió que la incertidumbre se instalara en la ciudadanía. En segundo lugar, los comunicados emitidos por las empresas eléctricas estaban plagados de tecnicismos, sin una traducción adecuada para el público general.

No se explicaron de manera simple las causas del apagón, ni las acciones tomadas para resolverlo, ni se ofrecieron orientaciones claras sobre qué esperar y cómo prepararse ante un evento similar en el futuro. En tercer lugar, se subestimó el rol de los medios de comunicación y las redes sociales como canales claves para difundir información clara y precisa.

En una crisis de esta magnitud, la comunicación debe cumplir dos funciones esenciales: informar con precisión y, al mismo tiempo, ofrecer tranquilidad a la población. Cuando estas dimensiones no se cumplen, el resultado es un descontento generalizado y una sensación de desprotección. La población no solo quiere saber qué está ocurriendo, sino también cómo le afecta y qué medidas debe tomar. No comprender lo que sucede genera frustración, miedo y desconfianza en las instituciones encargadas de resolver el problema.

La comunicación efectiva en tiempos de crisis no es un lujo ni una concesión, sino una responsabilidad ética. La confianza pública en la gestión de una crisis se construye, en gran parte, con la claridad de los mensajes entregados.

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Cuando las personas sienten que las autoridades y los expertos les hablan en un idioma inaccesible, el vacío informativo es llenado por rumores, interpretaciones erróneas y noticias falsas. En este sentido, la profesionalización de la comunicación científica no solo mejora la percepción pública de la gestión de crisis, sino que también contribuye a la estabilidad social.

Este apagón debe ser un punto de inflexión. Chile necesita urgentemente integrar la comunicación científica como un eje estratégico en la gestión de crisis. No basta con tener expertos resolviendo problemas técnicos si la población no es capaz de comprender qué está ocurriendo. La ciencia y la tecnología no existen en el vacío; su impacto y utilidad dependen de su capacidad de ser comprendidas y aplicadas en la vida cotidiana de las personas.