
Una mirada a “La vegetariana” de Han Kang
En una polifonía de voces se nos presenta a Yeonghye, la protagonista, un ser invisible que acciona a través de las palabras de su marido, de su cuñado y su hermana, ella como una sombra es caracterizada por otros, tal cual su vida, ella está, pero no es.
Nuestra vegetariana decide, tras un sueño-pesadilla donde corre la sangre de animales, no comer carne, y ahí viene el quiebre con su vida rutinaria y sin sentido. Mira de frente al abandono y la violencia que desde niña la ha rodeado, por lo que resuelve solo imbuirse en los vegetales y en los rayos de sol.
Estando bajo su calor se desprende de sus atuendos en una sesión de video que le solicita su cuñado, en la segunda parte, con quien se entrega a un baile onírico y erótico que la hace liberarse por momentos de las ataduras patriarcales de su marido. De esta forma se siente en la narración un halo infecto que mezcla lo hórrido con cierta estética, ella, por lo menos, se siente lejos de la opresión continua que la tiraniza tanto como el sujetador que constriñe sus pechos.
El narrador-cuñado describe pasajes como si fuese un redentor de esta extraña y ansiosa fémina que busca un sentido a esa vida plana, feroz, sin redención. Hay una cercanía no exenta de violencia sexual que Yeonghye recibe de los labios del esposo de su hermana. Las letras se impregnan de una atmósfera bizarra, donde el lector debe ser activo para descifrar lo ininteligible de ella.
Inhye, la hermana y narradora de la tercera parte, se alza con una voz plena de melancolía e impotencia para rescatar a su hermana de la autodestrucción, del deseo imperioso de ser un árbol, cuyo simbolismo la conduce a la verdadera vida que se nutre solo de la tierra y el sol, sin los disvalores y las ataduras fútiles que la han tenido atrapada toda su vida.
La lluvia que sorprende a las hermanas se analoga con la limpieza que ambas necesitan, pues Inhye, sin saberlo también está imbuida del deber ser, claro que sin cuestionárselo hasta que siente que Yeonghye le despierta el mirar a su interior y sentir un leve temblor de realidad.
Dos mujeres que huyen del yugo machista imperante en su padre y sus esposos, cuya certeza es que ellas tienen el ananké ya definido desde que nacen, por lo que deben ser tratadas como objetos y cumplir con todo lo que a ellos les plazca en el aquí y en el ahora.
Una novela plasmada de simbolismos, desgarradora, que nos hace cuestionar nuestra condición de “humanos”.