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Nuestra deuda con el bosque esclerófilo
Chile es un país reconocido por su diversidad geográfica y ecológica, albergando una fauna única con un alto nivel de endemismo. Sin embargo, más allá del discurso oficial y de la existencia de áreas protegidas tanto estatales como privadas, surge una pregunta inevitable: ¿realmente estamos comprometidos con la conservación de nuestra biodiversidad?
El Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Estado (SNASPE) abarca cerca del 21% del territorio chileno. En cifras, esto parece alentador, pero cuando analizamos la distribución geográfica de estas áreas, la mayoría se concentra en la zona sur, la Patagonia y el altiplano, donde la densidad poblacional y el impacto antrópico han sido históricamente menores. En contraste, la zona central, donde se encuentra el bosque esclerófilo, enfrenta una protección insuficiente a pesar de ser uno de los ecosistemas más amenazados del país.
El bosque esclerófilo es característico de la zona central de Chile, extendiéndose entre las regiones de Coquimbo y el Biobío, desde el nivel del mar hasta los 1.500 metros en la precordillera. Su nombre proviene del término "esclerófilo", que significa "hojas duras", en referencia a las adaptaciones de sus especies para resistir la sequía. Ejemplos icónicos de su flora son el peumo (Cryptocarya alba), el quillay (Quillaja saponaria), el boldo (Peumus boldus) y el litre (Lithraea caustica).
Este ecosistema alberga numerosas especies endémicas de fauna, como el degú (Octodon degus), el cururo (Spalacopus cyanus) y diversas aves como la turca (Pteroptochos megapodius). Además, cumple un rol fundamental en la regulación del ciclo hídrico, ya que facilita la infiltración y mantención de fuentes hídricas en una zona cada vez más afectada por la escasez de agua.
También es hábitat de especies clave, como el gato colocolo (Leopardus colocolo), el águila chilena (Geranoaetus melanoleucus) y el zorro culpeo (Lycalopex culpaeus). Además, los árboles y arbustos del bosque esclerófilo contribuyen a la captura de carbono, ayudando a mitigar el cambio climático.
A pesar de su importancia, la zona central de Chile es también el epicentro de las principales ciudades y actividades económicas del país. Esto lo convierte en un ecosistema altamente vulnerable a la expansión urbana, la fragmentación del hábitat, la contaminación, la introducción de especies exóticas invasoras y el cambio climático.
Si bien la creación del Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas (SBAP) representa un avance en materia de conservación, su efectividad dependerá de contar con un presupuesto adecuado y una verdadera voluntad política.
El bosque esclerófilo cuenta con protección dentro del SNASPE en la Reserva Nacional Río Clarillo, el Parque Nacional La Campana, la Reserva Nacional Lago Peñuelas, la Reserva Nacional Roblería del Cobre de Loncha y la Reserva Nacional Río Los Cipreses. Sin embargo, estas áreas suman en total apenas 91.556 hectáreas (915,56 km²), lo que contrasta con la extensión de parques nacionales en otras zonas del país, como el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, que abarca 253.780 hectáreas (2.537,8 km²).
A pesar de los esfuerzos actuales, la protección del bosque esclerófilo dentro del SNASPE sigue siendo insuficiente en comparación con otros ecosistemas. La fragmentación del hábitat y la falta de representación en áreas protegidas dificultan su conservación a largo plazo. La creación de nuevas áreas protegidas en la zona central y el fortalecimiento de corredores biológicos podrían ser estrategias clave para su preservación.
Es fundamental que la conservación del bosque esclerófilo no se limite a las áreas protegidas existentes, sino que se integren estrategias de manejo sostenible en paisajes productivos y urbanos. El involucramiento de la sociedad civil, junto con políticas públicas efectivas y basadas en la ciencia, será crucial para revertir la degradación de este ecosistema. La biodiversidad de Chile es un patrimonio invaluable, y su protección debe ser una prioridad real, más allá de discursos y cifras.