
Aunque Estados Unidos se vista de seda, imperio queda
En los cuentos, el diablo es una caricatura: cuernos, piel roja y un tridente en mano. Pero si realmente existiera, no necesitaría disfraz. Sería un hombre de traje, elegante y perfumado, que desprecia la democracia con la misma facilidad con la que firma acuerdos vacíos. Un hombre que con una mano promete la paz y con la otra condena a Gaza a un infierno terrenal.
Si de diablos se trata, hay uno que se ha ganado el título de “Lucifer elegante”. Un maestro del engaño, de mirada perversa, que seduce con promesas mientras ejerce un poder que corrompe con sutileza. Un demonio que no requiere llamas ni tinieblas; su infierno está hecho de escombros, hambre y muerte. Para los palestinos, no hay tregua, solo una condena eterna impuesta por quienes se creen dioses.
“Dejaremos que otros países desarrollen partes de este lugar, será hermoso. La gente podrá venir de todo el mundo y vivir allí. Nos ocuparemos de los palestinos y nos aseguraremos de que no sean asesinados”, dijo el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Como si permitirles seguir respirando en medio de una masacre fuera un gesto de generosidad. Como si sus hogares fueran cenizas sin dueño, esperando la oferta del mejor postor.
Pero no solo anunció que “se haría cargo” de Gaza. Propuso un plan inmobiliario basado en la evacuación forzosa de más de dos millones de palestinos hacia Jordania y Egipto, con el objetivo de convertir Gaza en la “Riviera de Oriente”, borrando sus raíces para reemplazarlas con hoteles y lujos. Un paraíso construido sobre los huesos de un pueblo al que ni siquiera le reconocen el derecho a existir.
Y como si eso no bastara, les negó el derecho al retorno. Una limpieza étnica transmitida en vivo, disfrazada de progreso. Porque, después de todo, ¿qué importancia tienen los palestinos para quienes gobiernan el mundo? ¿Para qué insistir en vivir entre ruinas? Como en los cuentos, el diablo siempre intenta convencer a sus víctimas de que están ganando, hasta que es demasiado tarde para ver la verdadera consecuencia de sus pactos.
Pero el diablo no actúa solo. En la mitología, no suele tener amigos, pero sí aliados, seguidores y cómplices. Y en este cuento, Estados Unidos es el mejor amigo de Israel. Ha financiado, armado y protegido a su socio estratégico mientras este se encarga de borrar a Palestina del mapa. No es solo testigo de la masacre, es cómplice de condenar a los palestinos al infierno más macabro de todos.
Estados Unidos no busca la paz en Gaza, quiere quedarse con sus ruinas y administrar su tragedia. Y la gran farsa es hacernos creer que este mal cuento se trata de justicia.
Si el diablo existiera, no se presentaría como un villano, sino como un visionario. Y, como todo demonio sediento de poder, tendría una lujosa torre con su nombre brillando en la Quinta Avenida de Manhattan.