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Inclusión educativa: Una deuda histórica en un sistema fragmentado
Agencia Uno

Inclusión educativa: Una deuda histórica en un sistema fragmentado

Por: Bretta Palma | 31.01.2025
La inclusión no puede reducirse a un ideal abstracto. Requiere inversión, capacitación y, sobre todo, un cambio cultural. Mientras sigamos viendo a los niños neurodivergentes como un "problema" en lugar de una oportunidad para enriquecer nuestras aulas, la inclusión será solo un concepto vacío.

En Chile, hablar de inclusión educativa es enfrentarse a un espejismo. Desde que ingresé al sistema escolar como educadora diferencial y psicopedagoga, he visto cómo los discursos de integración no logran traducirse en cambios reales en las aulas. Aunque el concepto de inclusión ha ganado protagonismo en las políticas públicas, la realidad es que estamos lejos de cumplir con un sistema que abrace la diversidad en todas sus formas.

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No puedo evitar recordar mi primer año como educadora. Una madre llegó desesperada porque su hija de 10 años, diagnosticada con autismo, había sido rechazada de tres colegios. "No sabemos qué hacer con ella", fue la respuesta que recibió en todos los casos. Esa frase, cargada de prejuicio y desinformación, refleja la falta de preparación de un sistema que prefiere la exclusión silenciosa antes que el desafío de transformarse.

Recientemente, un estudio de René Valdés sobre barreras y facilitadores para liderar una escuela inclusiva en el país (2025), identificó una serie de obstáculos importantes como la ausencia de políticas públicas claras y protocolos de implementación; la falta de formación profesional en inclusión; currículos rígidos y metodologías tradicionales poco adaptativas; baja participación estudiantil; alta persistencia de prejuicios y estigmatización, así como espacios educativos que carecen de accesibilidad, como barreras que limitan significativamente el proceso de inclusión de estudiantes con necesidades educativas especiales.

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Si bien esfuerzos legislativos como la Ley N° 20.845 sobre Inclusión Escolar han representado un avance, aún resultan insuficientes. Esta normativa, promulgada hace diez años, exige a los colegios garantizar ajustes razonables para todos los estudiantes, pero en la práctica esto no se cumple. La resistencia a la inclusión suele justificarse bajo argumentos como "falta de recursos" o "prioridades curriculares", ignorando el derecho fundamental de los niños a una educación digna.

La inclusión no puede reducirse a un ideal abstracto. Requiere inversión, capacitación y, sobre todo, un cambio cultural. Mientras sigamos viendo a los niños neurodivergentes como un "problema" en lugar de una oportunidad para enriquecer nuestras aulas, la inclusión será solo un concepto vacío.

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En mi experiencia, la clave está en la colaboración. Profesores, apoderados, estudiantes y autoridades deben trabajar juntos para construir espacios que realmente abracen la diversidad. Porque la inclusión no es un favor, es un derecho, y cada día que seguimos postergándola, estamos fallando como sociedad.