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Historia de la música: Re-originalización y el “nacionalismo musical” de comienzos del siglo XX
Agencia Uno

Historia de la música: Re-originalización y el “nacionalismo musical” de comienzos del siglo XX

Por: Alex Ibarra | 27.01.2025
Un momento importante que se destacó por una búsqueda comprometida para afrontar con honestidad nuestra identidad, ofreciendo productos culturales alimentados por una robusta capacidad creativa, lo constituye un notable grupo de compositores chilenos en los formatos de la llamada “música de arte”.

En distintos momentos de nuestra historia han existido experiencias y manifestaciones de re-originalización de la cultura que nos han permitido una mejor comprensión de lo que somos. Esos momentos de expresión cultural genuina logran romper el dominio ideológico simplista que promueven las instituciones del poder.

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Una mirada más compleja sobre lo que somos la podemos encontrar en los relatos históricos que, aunque invisibilizados, aún permanecen disponibles para conocerlos. Un intento de este tipo requiere de esa actitud arqueológica, que contribuye a la recuperación de nuestra memoria.

En ese sentido, un momento importante que se destacó por una búsqueda comprometida para afrontar con honestidad nuestra identidad, ofreciendo productos culturales alimentados por una robusta capacidad creativa, lo constituye un notable grupo de compositores chilenos en los formatos de la llamada “música de arte”.

Aquí son varios los autores que abrieron ese camino, destacándose María Luisa Sepúlveda con composiciones como “El afilador” (1929), “La canción de las corhuilas” (1940), “La Trutuca” (1941); Carlos Isamitt desde “Friso Araucano” (1931), “Evocación Araucana” (1932), “Mito Araucano” (1935), “Evocaciones Huilliches” (1966) y “Lautaro” (1970).

Otros autores que orbitaron en este impulso creativo del "nacionalismo musical chileno" fueron Próspero Bisquertt con “Procesión del Cristo de Mayo” (1930), Acario Cotapos con “Imaginación de mi país” (1954), Alfonso Letelier que compuso “Suite Aculeo” (1956), Alfonso Leng atento a la literatura nacional aporta con “La muerte de Alsino” (1921), incluso el maestro Enrique Soro aporta con “Tres aires chilenos” (1942).

Todos estos compositores nos fueron mostrando cuestiones propias de nuestra cultura popular, recuperando sonoridades y símbolos de lo ancestral indígena, desde elementos de la cultura mapuche, incluyendo también los elementos expresivos de nuestro paisaje.

Tres importantes tópicos que configuran a este movimiento de “nacionalismo musical” son: lo popular, lo indígena y el paisaje. Todos ellos marcados por una figura central que es la de Pedro Humberto Allende figura fundamental de la música y de la cultura chilena en la primera década del siglo XX.

Se suele aceptar que la música es un arte capaz de reflejar la sociedad a la que pertenece y esto P. H. Allende es una figura protagónica que abrió la senda con “Escenas campesinas” (1914), que reúne tres escenas “Hacia la era”, “A la sombra de una enramada” y “La trilla a yeguas”. Todas éstas imágenes pertenecen a nuestra cultura campesina, y siguen estando presentes en nuestro imaginario patriótico, principalmente en el mes de septiembre.

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Otra composición del mismo autor fue un trabajo de largo aliento, que le tomó varios años, llamado “Doce tonadas de carácter popular chileno” (1918-1922) en las cuales se recupera la ascendencia de la música chilena desde el estilo de tonada andaluz-arábica, junto a influencias pos-románticas y el impresionismo propias del centro europeo.

El trabajo de intervención identitaria está dado aquí por una atención a ciertas raíces de nuestro folclor. Su composición más notable quizá fue “La voz de las calles” (1920) que recupera parte de la tradición oral chilena de los pregones populares en los que se nos relata la mísera existencia económica, y su daño moral, a partir del lamentable canto de personas reales que tratan de sobrevivir en los polos urbanos como consecuencia del “progreso” de la modernización.

Destaca en este compositor un fuerte trabajo de investigación que le llevan a una práctica que no se aísla de la realidad social, destacando una búsqueda, estando presente siempre en terreno, y viviendo la cultura propia no desde el palco.

El aporte de Pedro Humberto Allende es fundamental en este apogeo musical que supera el hábito de una actividad musical más centrada en la mera repetición, extremadamente fiel a los estilos europeos y a las estéticas dominadoras asimiladas por la élite criolla. Las primeras décadas del siglo señalado son un hito para configurar una producción musical que va asumiendo un carácter nacional con la decidida intención de apartarse de una práctica de imitación total.

Muchas de nuestras producciones culturales más auténticas suelen ser invisibilizadas, principalmente por la escasa valoración que reciben, cuestión que se convierte en el punto de partida para privarnos de una historia más rica que la que conocemos. Por eso, hay ejercicios de memoria que aportan a una reconstrucción más enriquecedora de lo que somos, y que permiten sustentar un sentido común orientador para un proyecto político sensato con sustrato cultural más relevante que los meros criterios económicos del neoliberalismo.

Los rastros y huellas de estas historias de las debemos a señeros musicólogos, entre los que destacan Eugenio Pereira Salas, Vicente Salas Viu (exiliado republicano español), Jorge Urrutia, Samuel Claro, Roberto Escobar, Luis Merino, Rodrigo Torres, entre otros.

Un aporte menos conocido y muy relevante es el del viajero, musicólogo y filósofo austríaco Kurt Pahlen que en su “Historia Gráfica y Universal de la Música” (1944) incorpora un capítulo sobre “América”, ensayo de escritura que nos da un profundo estudio sobre lo que se denomina el apogeo musical americano, con algunas consideraciones de nuestro pasado musical previo, inspirado en su convencimiento de que: “La música es eterna y no desaparecerá de la tierra sino con los últimos hombres. Esto es mi credo y el credo de todos los que la aman”.

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Esa perennidad que nos muestra el oficio de hacer música es una vertiente privilegiada para seguir en esta búsqueda de comprensión de lo que fuimos, o de lo que somos, pertinente para encontrarnos en un sentido común propio.