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Ahmed Tobasi, actor palestino:
Fotografía: Cedida

Ahmed Tobasi, actor palestino: "No luchamos por banderas, queremos vivir con la misma dignidad que cualquier ser humano"

Por: Matias Rojas | 18.01.2025
En entrevista con El Desconcierto, el actor y dramaturgo palestino Ahmed Tobasi habla sobre cómo el teatro le dio un nuevo sentido a su vida tras estar en prisión a los 17 años, la importancia de contar historias personales para mostrar la realidad palestina, y su visión de la resistencia pacífica a través del arte. "La guerra destruye algo dentro de ti que nunca podrás recuperar", asegura.

Entre los muros de una prisión israelí, Ahmed Tobasi descubrió que el teatro podía ser una poderosa arma contra la ocupación. Lo que comenzó como pequeñas actuaciones para animar a sus compañeros de celda durante su encarcelamiento a los 17 años, en plena Segunda Intifada, se transformó en una forma de resistencia que marcaría el resto de su vida.

Nacido en el campo de refugiados de Yenín, en la zona norte de Cisjordania, este actor y director palestino acaba de presentar en el Festival Teatro a Mil su obra "And Here I am", junto a la compañía Artists on the Frontline. La pieza, un recorrido autobiográfico que mezcla humor y drama, expone la realidad cotidiana de quienes nacen bajo la ocupación, transformando su propia historia de resistencia armada en un potente testimonio escénico.

-¿Cómo cambió su visión del arte durante su tiempo en prisión?

Fue un momento decisivo en mi vida. Era muy joven y estaba rodeado de muchos hombres, algunos llevaban años encerrados. Veía a personas profundamente deprimidas, perdiendo la razón, pasando momentos muy duros. Como era joven y tenía cierta formación cultural, decidí organizar algunas actividades y celebraciones en la prisión. La gente empezó a grabar estos sketches y eventos, lo que provocó que los soldados y guardias comenzaran a buscar cámaras y hacer registros. Se convirtió en todo un acontecimiento dentro de la prisión.

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-¿Qué edad tenía cuando lo encarcelaron?

Tenía 17 años. Entré después de la invasión a Yenín en 2002, cuando perdí a la mayoría de mis amigos. Me impactó ver cómo una pequeña representación podía causar tanto revuelo. Ese fue el momento en que realmente empecé a creer en el poder del arte y el teatro, y decidí que quería ser actor cuando saliera.

-Trabajó con Zoe Lafferty para llevar su experiencia personal al escenario. ¿Cómo fue ese proceso?

Al principio fue extraño. No es fácil compartir tu vida y secretos con otras personas. No tenía claro por qué quería contar mi historia. Me preguntaba si realmente valía la pena, porque sé que hay historias mucho más duras en Palestina. Me preocupaba cómo la gente podría juzgar lo que me había pasado, especialmente el público occidental que desconoce el contexto.

Hay muchas cosas en nuestras vidas que ya están prejuzgadas. Por ejemplo, cuando se habla de resistencia o de grupos islámicos, nos ven como terroristas, como Al-Qaeda. Son etiquetas que vienen de la propaganda occidental. Cuando hablas de resistencia, cuando mencionas la resistencia en el campamento y los nombres de las distintas facciones, la gente ya te juzga porque tienen en mente esa propaganda que vincula resistencia con ISIS, con el movimiento islámico, y eso no era algo cómodo ni justo.

Pero poco a poco las cosas se fueron aclarando. Trabajamos mucho el texto para asegurarnos de que la historia no se desviara, que fuera simplemente el relato de un joven de Yenín hablando sobre la realidad de los jóvenes en estos lugares de Medio Oriente y las opciones que tienen. Al final, conseguimos una versión que funcionaba.

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-¿Cómo se puede representar la situación palestina en el escenario sin caer en simplificaciones? ¿Qué diferencias nota en cómo interpretan su trabajo las audiencias árabes y las occidentales?

Para nosotros, después de tanto tiempo y todo lo que está pasando, resulta frustrante que la gente siga hablando de conflicto. No es un conflicto, es una ocupación, una colonización que controla nuestras vidas. Cuando creamos la obra, no fue fácil decidir contar una historia personal porque cuando tocas temas políticos, la gente siempre te juzga. Algunos tienen miedo, otros apoyan la ocupación israelí. Por eso fue acertado partir desde lo personal.

A través de mi historia se puede ver el panorama completo de lo que está sucediendo. Estoy contando hechos que me ocurrieron, no hay espacio para dudar o para decidir quién tiene razón. No estamos haciendo política, estoy compartiendo mi experiencia.

-¿Cómo ha cambiado su visión de la resistencia desde que cambió las armas por el teatro?

Creo que la resistencia tiene diferentes herramientas y formas de expresión. No debería limitarse a un solo camino. Para mí, resistir es expresarse y generar cambios. No creo en matar ni en lastimar a otros, sean quienes sean. Deberíamos trabajar para cerrar todas las fábricas de armas. Podemos debatir, dialogar, estar de acuerdo o no, pero sin violencia.

Los ocupantes querrían vernos usando armas, así tendrían la excusa perfecta para matarnos más fácilmente. Yo creo en transformar a las personas. Creo en impulsar el cambio, pero no en matar porque la violencia solo genera más violencia. En estos tiempos no deberíamos pelear por banderas ni fronteras, sino luchar por la humanidad y nuestro futuro.

-¿Qué papel juegan la economía y el dinero en esta situación?

Con la guerra, estas empresas y personas hacen enormes ganancias produciendo armamento. Se puede ver cómo estos países son ricos y aun así siguen fabricando armas y bombas para otros territorios, sacando grandes beneficios de ello.

Me atrevo a decir que no deberíamos pelear, no deberíamos matarnos entre nosotros, no deberíamos ceder ante esta agenda política porque a esta gente no le importa la humanidad, ni los jóvenes, ni los países, ni las comunidades. Solo les importa hacer más dinero. La manera más rápida y fácil de conseguirlo es crear guerras. Por eso vemos a Afganistán, Irak, Palestina, África, todos estos países que llevan un siglo sufriendo colonización y guerras.

Cuando era más joven, escuchaba que esto era una guerra entre musulmanes y cristianos, entre judíos y musulmanes, entre Oriente y Occidente, entre latinos y estadounidenses, entre izquierda y derecha. Para mí, todo eso es solo una excusa para hacer más dinero y generar más conflictos. Hoy, con las redes sociales, donde todos pueden acceder a la información, es evidente que no tenemos nada que ver con estas guerras, todo es por dinero.

-Como artista palestino, ¿cómo vive el reciente alto el fuego en Gaza?

Como artista palestino, siento una enorme presión y responsabilidad de comprometerme con otros artistas y jóvenes del mundo. He vivido toda mi vida en guerra. Nací en guerra, crecí en guerra. Mi vida ha estado marcada por invasiones, bombardeos, asesinatos, tiroteos. Viví la mayoría de las invasiones al campamento de Yenín y eso me da una responsabilidad mayor para luchar contra la guerra en todo el mundo.

No quiero que nadie más, que ningún otro joven tenga que crecer en una zona de guerra. La guerra te destruye por dentro de una manera que nunca podrás reparar. Por eso lucho y trato de explicarle a la gente que no podemos permitir más guerras, que debemos proteger a los niños. A veces puede sonar romántico, pero la gente no entiende lo que significa una guerra y el daño que puede causar. Es nuestra responsabilidad asegurarnos de que esto no vuelva a ocurrir.

-Siendo Chile el país con la comunidad palestina más grande fuera de Palestina, ¿Cómo sentiste la recepción del público chileno de tu obra?

Quiero que la gente valore lo que tiene en su vida, que deje de quejarse por querer siempre más y más. A veces las cosas pequeñas son las que dan sentido a nuestra vida. El dinero no hace que la vida tenga sentido. Algo tan simple como poder dormir tranquilo por la noche es un privilegio que deberíamos valorar y proteger.

Quiero que el público chileno y el de todo el mundo entienda que los palestinos somos seres humanos: amamos, soñamos, queremos ser felices. No es que queramos pelear o vivir siempre en guerra. Queremos vivir, pero vivir con dignidad. Queremos tener los mismos derechos que cualquier ser humano. Queremos poder planear nuestro tiempo, ir al mar, disfrutar de un fin de semana, formar una familia. Es nuestro derecho, es lo que queremos. No se trata de pelear por banderas, territorios, nombres o religiones.

Al llegar a la edad adulta me di cuenta de que nunca pude elegir nada en mi vida: todo estaba predeterminado por la política, por Occidente y por la criminalización que hace el pensamiento blanco de nuestro pueblo.

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